El mal sueño de un machi

Invadidos por las empresas forestales los machis ya no encuentran los remedios que antaño recogían en los alrededores de sus casas

El mal sueño de un machi

Autor: Mauricio Becerra

Invadidos por las empresas forestales los machis ya no encuentran los remedios que antaño recogían en los alrededores de sus casas. El territorio que alguna vez fue alfombrado de hojas de roble y siempreverdes, hoy se ha convertido en arcilla.

Al machi Sebastián Aillilef esta madrugada lo despertó una ausencia. No escuchó el trino de la diuca al salir el sol, lo que lo tiene inquieto. Hace noches que viene soñando con caballos y voces antiguas que le dicen que vienen tiempos malos, que la estación de la luna cenicienta no ha alcanzado su ciclo y que no habrán buenos brotes; en definitiva, que el bosque se está muriendo.

A kilómetros de allí, el ruido de las motosierras, las grúas cargando pinos y los camiones en su incesante ir y venir por los caminos cercanos a la comunidad de Huente Grande, en los alrededores de Freire, se expande al infinito. «Ese ruido es el que ha hecho partir a los pájaros -acusa el machi Aillilef- y el pino que cortan ha quemado la tierra y chupado toda el agua». El Instituto Forestal (Infor), estimaba el 2005 que había 2,1 millones de hectáreas cultivadas con la especie en Chile. Junto al eucaliptus han secado las vertientes y erosionado las laderas de cerro, donde el machi Aillilef, tal como le enseñaron los antiguos, recolectaba lawen (plantas) que hoy escasean.

Machi Sebastián Aillilef junto a su rewue

Sus búsquedas de lawen para hacer remedios lo llevan cada vez más lejos de su comunidad. «La otra vez tuve que encargar piukelawen a parientes de Osorno -cuenta el machi-. Otros hace años que no los veo, como  el pimuchelawen, un remedio muy antiguo, o el cuel cuel, que se daba en los cerros, en las partes húmedas.»

PEWMA

«Las plantas tienen pullu (espíritu) y con él se dialoga» -cuenta el machi- recalcando la conexión de todos los elementos vivos a un todo cosmológico para el mundo mapuche. Por ello cada vez que se corta un lawen antes debe pedirse permiso al pullu. El newen (fuerza) de ésta puede tanto beneficiar como castigar a quien la usa. Todo depende. Acá las cosas no son buenas o malas, un machi puede hacer el bien o el mal, sanar o maldecir. Al machi no le gusta hablar de blanco o negro, sino que prefiere el azul, «como el cielo -recalca- donde alojan los espíritus de los antepasados. También el verde me gusta, que es el color de la tierra y la medicina».

El machi a veces se hace asesorar por un lawentuchefe, quien es un conocedor del poder de cada planta, dónde encontrarla, en qué época del año y las reglas de su recolección. Puede ser cualquiera de la comunidad, hombre o mujer, y el saber proviene de los antiguos y es entregado en  sueños o por la machi que lo adiestró.

«El hermano de mi abuelo había sido machi y el hermano de mi bisabuelo también -cuenta Aillilef- y yo caí en trance a los 7 años. Soñaba con ellos y con otra gente que vienen a decirle al ayentru (persona elegida) que es tiempo ya. Me retorcía entero, se me deformaban los brazos y las piernas, pero despertaba sin dolor, cansado un poco. Mi mamá lo sabía porque cuando me tenía de 4 meses sintió en su vientre un caballo alazán muy fuerte.»

Pero Sebastián se negaba a ese designio. Se internó en un colegio de franciscanos lejos de su comunidad. Al tiempo no podía dormir y su abuelo se limitaba a decir que había que esperar un tiempo. Ocurrió que un franciscano anciano, conocedor de la familia, terminó por convencerlo de que su rol estaba en su comunidad.

«A los 15 años empecé a trabajar con una machi -recuerda Aillilef- que venía a enseñarme. Hace 35 años que no aparecía nuestro pullul me dijo mi padre y éste recayó en mí. Cuando me hice machi me vino a acompañar un machi mayor. Él me decía que no me iba a enseñar nada, porque todo venía en los sueños».

WALLMAPU

Junto al fogón de su niñez Aillilef escuchó los relatos de los antiguos que hablaban del Wallmapu (territorio mapuche) sin carreteras, ciudades, líneas de tren, escuelas con escudo, relojes, ni Registro Civil. El tiempo lo marcaban la sucesión de estaciones y el conocimiento de los astros. El bosque tapizado en otoño con las hojas de roble era la escuela, donde Aillilef reconoció las plantas señaladas en los sueños.

Canelos, lingues, ciprés cordillerano, hualle, ulmos, tepas, mañios y luma habitaban su espacio. Se estima la presencia humana en los bosques templado lluviosos desde hace doce mil años, tiempo que dejó en la memoria oral de los ancestros de Aillilef el uso de las hojas y corteza de chilca como purgante, hecha polvo es para sanar la piel; el palqui para la fiebre; el digüeñe de coigüe para emborracharse y el oreganillo como estimulante.

«La madera de los pellines se usaba de leña -cuenta Aillilef- y el bosque daba frutillas silvestres, forraje para el ganado y limpiaba el agua». En las zonas húmedas se hallaban diferentes variedades de mirtáceas, acompañadas de helechos, pimpinelas y carpachitos. El suelo era cubierto por anémonas y vinagrillo, las quilas esperaban que la luz penetrara en medio del follaje de los gigantes robles para crecer y el invierno se presentaba con el florecer de los copihues en los troncos.

Ahora la mayor parte de los terrenos de la comunidad de Huente Grande es una gran vega, los ojos de agua se han secado y el ruido de las retroexcavadoras retrocediendo ha hecho emigrar al chucao, el hued hued, pájaros carpinteros y torcazas. Si los cerros cercanos no están cubiertos de pinos, pareciera que sobre ellos ha pasado una guerra. Todo en menos de 30 años.

«BOSQUES PARA CHILE»

Si bien, hasta hace 50 años la zona aún albergaba miles de hectáreas cubiertas por especies de Nothofagus, como el coigüe, lenga, roble, raulí y especies esclerófilas, el DFL 701 de 1974 propinó el hachazo final al bosque nativo al bonificar las plantaciones de Pino radiata, lo que terminó convirtiendo el bosque en una hilera cuadriculada de árboles.

Esta especie había desembarcado en 1930 en la zona carbonífera de la región del Biobío para ser usada en la construcción de minas. Con el edicto de 1974, comienza el auge forestal en los alrededores de Concepción y en las décadas siguientes se trasplanta a la Araucanía y los alrededores de Valdivia, reemplazando al bosque autóctono.

El Catastro de Vegetación Nativa hecho por Antonio Lara, del Instituto de Silvicultura de la Universidad Austral calculaba en 1992 que del bosque adulto de las especies nativas quedaban casi 290 mil hectáreas; de los renovales, 446.585,2 has; y del achaparrado, 82.521 has. Sumado todo esto a los bosques adultos y de transición, suman 907.521 has en un área que supera las 3 millones y medio de hectáreas.

CAMINO AL MONTE

Como el machi Aillilef ya no encuentra remedios en las cercanías de su casa, tiene que ir a ver a otras machis. «Las forestales ya no nos dejan entrar a buscar remedio a los sitios que han comprado» -cuenta mientras se prepara para el viaje. Diez para las siete de la mañana pasa el bus que lo dejará en Freire, allí debe tomar otro que lo acerque a Mahuidache, camino a Temuco, donde vive la machi Lucía Lincoñir.

A medida que nos acercamos a la capital de la Araucanía la carretera es inundada de camiones que llevan el bosque a las plantas de celulosa de Celco en Valdivia, los avisos invitan a vender metros ruma y el paisaje se vuelve desolador.

En Mahuidache el camino a la casa de la machi está flanqueado por bosques de pino y los sitios libres dan cuenta de una severa deforestación. El sonido de la carretera es el fondo que reemplazó el trinar de pájaros.

La machi Lucía está en cama aquejada por una gripe y cuenta que ella tampoco tiene remedios. «No puedo ir a vivir a otro lado, teniendo mi rehue aquí -cuenta la machi Lincoñir al machi Aillilef-; con mi abuelita machi íbamos a buscar remedio, abajito aquí, al río Quepe, pero ahora con los eucaliptus y los pinos, la tierra está seca. Ahora hay que ir harto lejos a buscar lawen, cerca de Toltén puede encontrar, de allá me traen y les pago.»

En una comunidad cercana vive otra machi, Elena Pichunlaf, quien escuetamente dice que es «difícil encontrar lawen en la orilla del estero, ya no hay porque casi se ha secado». Kilómetros río arriba las forestales hacen nata y el sotobosque es sólo un recuerdo en la memoria de los antiguos.

Al machi Aillilef no le queda otra que ir a Curarrehue a buscar remedios. Allá arriba aún no han llegado las forestales y el lugar ha sido protegido por el turismo que ostentan Villarrica y Pucón. En el camino, el machi cuenta que «nunca un remedio va solo, son nones o pares. Todas las plantas tienen distintas propiedades, pero hay que saberlas combinar».

Algunas preguntas el machi las responde en mapudungún, sobre todo a la hora de hablar de las propiedades de las plantas. Es su barrera a intrusos que vienen hace tiempo a visitarlo para conocer plantas aún no descritas por la ciencia occidental y que, una vez dilucidado su compuesto activo, son patentadas por laboratorios. «El mapuche es muy celoso con sus cosas todavía porque han sido tantas las peleas con el winka, vienen y sacan lo mejor -señala Aillilef-. Ahora mismo están patentando en otros países los medicamentos de aquí como algunos a base de boldo o matico. Después venden productos o cierran bosques y ponen carteles que dicen ‘Se prohibe entrar gente’. Si para entender la medicina mapuche hay que ser mapuche.»

El camino a Curarrehue es pródigo en vegetación nativa y la memoria del machi no falla al recordar en qué estero puede encontrar wulwe o en qué microclima entre cerros hallará kuraku. Recomienda que es «mejor tomar los remedios cuando están aflorando» y que hay toda una variedad de weukufelawen, que son plantas que están con el diablo. «No son malas en sí, porque igual pueden ser usadas para tener suerte. Hay que pedirles y conversarle» -cuenta.

Pero la especie con más fuerza para los mapuches es el canelo, presente en su rehue y en toda ceremonia religiosas, como el nguillatún. Por ello le dio tanta pena la ampliación de la carretera y el by pass de Temuco, en cuyas faenas preliminares arrancaron miles de canelos.

Ya en el poblado cordillerano, el machi recurre a su memoria y a sus conocidos para recolectar las plantas que requiere. «El equilibrio es la clave en la medicina mapuche» -sentencia algo cansado. Es hora de partir a su casa y esta noche espera dormir. «En la ciudad han olvidado dormir bien y tener sueños, el pewma prepara física, emocional y espiritualmente para poder enfrentar el día siguiente. Una persona que no sueña es que no está equilibrado, cuando el espíritu del sueño se escapa, es que no te estás encontrando» -dice-. Para dormir bien se usan yerbas dulces como romero, toronjil y melisa. Aunque quizá todo esto no sea más que un mal sueño y los buenos tiempos lleguen, porque mientras el territorio tenga machi tiene posibilidades de vivir.»

Por Mauricio Becerra R.
Twitter: @kalidoscop

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