Habida cuenta de los resultados que tenemos a la vista, el humor y la política constituyen un triste oxímoron. Mala cosa porque a veces, -muy a pesar suyo-, algunos políticos son divertidos. Incluso el patético W. Bush arrancaba sonrisas cuando declaraba muy serio que en los EEUU “las importaciones vienen cada vez más del extranjero”.
Ronald Reagan, un cabrón amable y sonriente, solía llegar muy tarde a su oficina de presidente del Imperio. Interrogado al respecto por un periodista, le respondió muy serio: “Es cierto que el trabajo no mata a nadie, pero… ¿para qué correr riesgos inútiles?” Tony Blair, otro cabrón pero con sonrisa de pitón, se sentaba en la opinión pública convencido como estaba de que “Uno puede hacer y decir lo que quiera porque la opinión pública no dura más de ocho días”. En eso sigue hasta el día de hoy, muy bien pagado por los rufianes de la banca planetaria y no estoy seguro que sea como para reírse.
Winston Churchill estaba dotado de un humor caustico y definitivo, muy bien servido por una sólida cultura. Cuando los tories perdieron las elecciones de la postguerra, se refirió a su futuro diciendo “Después de la guerra tuve dos posibilidades: terminar mi vida como diputado o terminarla como alcohólico. Le agradezco a Dios el haber guiado mi elección: ya no soy diputado”. Fue el mismo Churchill el que dio una sabrosa definición de las libertades públicas: “En Inglaterra todo está permitido, salvo lo que está prohibido. En Alemania todo está prohibido, salvo lo que está permitido. En Francia todo está permitido, incluso lo que está prohibido. En la Unión Soviética todo está prohibido, incluso lo que está permitido”. Good old Winston!
La prensa francesa entrega anualmente el premio del Club humor y política. El año pasado le fue adjudicado a Eva Joly, que ejerció el oficio de Juez y ahora es precandidata a las elecciones presidenciales. En una entrevista le preguntaron por un conocido político francés, y respondió: “Conozco bien a Dominique Strauss-Kahn: yo lo inculpé por un delito”. DSK, en esa época (1999) ministro de Hacienda, tuvo que dimitir de su cargo y hacerle frente a un proceso.
Este año el premio lo recibió mi amigo Laurent Fabius, ex primer ministro y ex presidente de la Asamblea Nacional, por su frase “Hoy en día se adula a Mitterrand, pero él fue el hombre más detestado de Francia. Lo que le deja muchas esperanzas a muchos de nosotros”. Un premio especial le fue otorgado al diputado Daniel Fidelin por su frase: “Visto desde China, el puerto del Havre no trabaja” (visto desde China… Valparaíso tampoco). El ex ministro Jean-Louis Borloo se ganó el premio de los internautas gracias a una respuesta relativa a la inmigración: “Todos somos inmigrados, lo único que cambia es nuestra fecha de llegada”.
A veces el premio tiene sabor amargo, como el premio de estímulo que le dieron al ministro Frédéric Lefebvre. Mientras dedicaba un texto suyo en el Salón del Libro de París un periodista le preguntó cuál era su libro favorito. Su respuesta, “Zadig et Voltaire”… ¡que es una marca de ropa! El ministro la confundió con el título del cuento filosófico de Voltaire “Zadig, o el destino”. Nathalie Artaud, portavoz de la organización trotkista Lucha Obrera, concursó por su frase: “Puede que yo no sea elegida presidente de la República, pero no seré la única”. Junto con sonreír es difícil decirle que se equivoca…
François Bayrou, presidente de un partido centrista, fue un serio candidato al premio mayor con una frase que recuerda a la Concertación: “Juntar a los centristas es como conducir una carretilla llena de ranas: saltan para todos lados…”
Si al apoyar a los Indignados del 15-M el muy erudito Julio Anguita firmó una suerte de epitafio del PC español, André Chassaigne, diputado comunista francés hizo méritos para un premio cuando declaró: “En su forma histórica el PC está muerto; pero aún tiene futuro…” Gabriel Cohn-Bendit -hermano del célebre líder de mayo del 68 reciclado en la ecología-, merecía al menos una mención: “Los Verdes son capaces de lo mejor como de lo peor. Pero es en lo peor que son los mejores”.
Hubo muchos más, y hay que decir que la selección era difícil habida cuenta de las sandeces que profieren los padres conscriptos y los diputados, para no hablar de los ministros y hasta el presidente de la República. Piñera no es el único, y merece el consuelo de los de su especie. Pero no puedo terminar esta nota sin mencionar una declaración digna de Hinzpeter. Confrontado a las vastas movilizaciones de los trabajadores franceses el ministro del Interior Bruce Hortefeux pretendió que había una absoluta normalidad declarando: “No hay ningún desorden; la prueba es que el Intendente pudo llegar aquí en tres minutos”.
Por Luis Casado