Un día como hoy en 1955 la Humanidad despedía a una de las mentes más brillantes de la historia: Albert Einstein. A los 76 años moría el mayor físico y matemático de los últimos siglos y dejaba tras sí un caudal de conocimiento y teorías que aún hoy son objeto de estudios e interminables debates.
Ese día en que su corazón falló, además del impacto mundial que ocasionó la noticia de su muerte, un fotógrafo decidió documentar con imágenes sus últimas huellas. Ralph Morse, de la revista Life, fue una de las pocas personas que participaron de la íntima despedida de Einstein. Sin que la familia supiera el recorrido que estaba realizando, el reportero consiguió imágenes inéditas y únicas.
Pero una fotografía de Morse se convertiría en un tesoro único: la de la oficina del físico en Princeton tal como la había dejado. Irrumpió en ella con su cámara horas después de la muerte de Einstein. Era el reflejo de su vida. De su mente. De su obra. Y el genial reportero gráfico consiguió transmitirlo.
Sin embargo, paradójicamente, las imágenes nunca fueron publicadas. Fue por un pedido del hijo del matemático quien exigió que el duelo de la familia fuera respetado. Morse y Life cumplieron con su palabra. Las fotos quedaron archivadas durante seis décadas hasta que finalmente vieron la luz.
En 2014, poco antes de morir a los 96 años, Morse contó a su antigua editorial cómo fue ese día. Aquel 18 de abril de 1955 estaba en Nueva Jersey cuando supo de la muerte de Einstein. Tomó un automóvil y condujo los cientos de kilómetros que separaban su vivienda del Hospital de Princeton. Habia decenas de fotógrafos y periodistas pretendiendo lo que sólo uno conseguiría.
«Fui a la oficina de Einstein en el Instituto de Estudios Avanzados. En el camino, frené y compré una botella de whisky. Sabía que la gente no querría hablar, pero la mayoría es feliz de aceptar una botella de alcohol en lugar de dinero. Encontré al superintendente, le di una medida de mi escocés y así, me abrió la oficina«, relató el fotógrafo.
Morse sabía que no tendría mucho tiempo para capturar otra foto necesaria: la del ataúd de Einstein. Fue así que supo que su cuerpo había sido llevado a una casa funeraria luego de la autopsia donde permanecería pocas horas. Al llegar, vio cómo dos hombres colocaban el féretro en un vehículo para llevarlo al Cementerio de Princeton. Consiguió disparar su cámara.
Una vez en el cementerio no sabía dónde sería enterrado. Había varios hombres cavando en diferentes lugares. Fue entonces que una vez más recurrió a los encantos etílicos. Funcionó. Uno de ellos le indicó que el cuerpo del Premio Nobel de Física sería cremado en ¡20 minutos! Llegó justo al crematorio. Allí estaba la familia y un puñado de amigos íntimos.
«Era el único fotógrafo allí«, recordó. Hans Einstein, el hijo, se le acercó. Le preguntó cómo se llamaba y para qué editorial trabajaba. «Life». Todos los presentes lo sospechaban. «Durante el día, mi excitación crecía porque sabía que era el único con aquellas fotografías«. Condujo de nuevo hacia las oficinas de su revista en Manhattan. Allí tuvo un breve diálogo con Ed Thompson, el editor general de la publicación.
– Ralph, escuché que tienes una gran exclusiva.
– Sí, creo que sí.
– Bueno, no la publicaremos.
Hans había llamado a Life mientras él conducía su automóvil a toda velocidad desde Princeton. Había pedido que se respetara la privacidad de la familia Einstein en un momento de tanta sensibilidad. Lo entendió y pidió su siguiente trabajo.
Pero también recordó, como consignó años atrás la revista Time, la historia de otra fotografía controversial sobre Einstein: la del Doctor Thomas Harvey diseccionando el cerebro del científico luego de la autopsia. El día de la muerte, Morselogró fotografiar a Harvey en el hospital. Asegura que ese no era el cerebro de Einstein, sin embargo, deja abierta la duda: «Tú sabes, fue hace mucho mucho tiempo atrás. No recuerdo todos los detalles. Por eso, sea lo que fuera que estaba cortando…«.