Luciano Lamberti nació en San Francisco, Córdoba, en 1978. Es licenciado en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba y escribe para distintos medios. En el 2008 publicó los poemas de San Francisco / Córdoba en editorial Funesiana y en 2013 fueron reeditados por China Editora. Participó con cuentos en distintas antologías. Publicó en narrativa El asesino de chanchos (Tamarisco, 2010), Los campos magnéticos (Sofía Cartonera, 2012), El loro que podía adivinar el futuro (Nudista, 2012), entre otros.
—Hace ya unos años se te viene asociando a vos y a otros escritores y escritoras como aquellos autores que vienen a renovar la narrativa argentina. ¿Cómo llevás esa categorización?¿Te importa?
—No sé, no es que yo tenga un gesto consciente de renovar algo. Simplemente hago lo que puedo con lo que tengo. Renovador me parece Pablo Katchadjian, por ejemplo, gente que trabaja más al límite. Yo me muevo siempre con géneros, si sale algo muy distinto a partir de eso es algo inconsciente. Tampoco sé a qué se le llama “renovar”, puede ser para llenar un poco el espacio (risas).
—¿Cómo se lleva un escritor con lo que dice la prensa o la crítica literaria?
—Conmigo siempre fueron en general muy amables, por lo cual uno se siente parte de un malentendido y espera que se extienda el mayor tiempo posible. Creo no hay que creérsela y seguir haciendo lo que a uno le gusta, al mismo tiempo que dentro del “estilo” de cada uno buscar metas nuevas. Quizás me fijo en las pocas veces que me hacen mierda y, si está bueno, trato de no cometer esos errores en lo que escribo. Hay otras veces que se hace sin altura o con mala leche.
Quizás me fijo en las pocas veces que en las críticas literarias me hacen mierda y, si está bueno, trato de no cometer esos errores en lo que escribo. Hay otras veces que se hace sin altura o con mala leche.
—¿Qué particularidades tiene introducirse en la escena literaria siendo del interior argentino? Teniendo en cuenta que la mayoría siempre está concentrada en Buenos Aires.
—En Córdoba, cuando yo empecé a escribir, era muy complicada la escena. A lo sumo pasaba por cierto sector de la Universidad, que a su vez trabajaba en La voz del interior (NdE: el diario de mayor circulación de la provincia de Córdoba), pero por fuera de ese circuito no había otros lugares para desarrollarse como escritor. Yo empecé haciendo una editorial con unos amigos que se llamó “La creciente”, donde salieron los primeros libros de Federico Falco, Cuqui y muchos otros que después continuaron. Veníamos de la crisis del 2001 en Argentina, en una situación donde era muy difícil publicar y nadie nos conocía, y con razón. Lo que hicimos fue ir armando nuestro propio espacio, donde logramos ir expandiéndonos.
—¿Creés que se está descentralizando un poco?
—Yo creo que sí, hay gente en muchas provincias que tienen sus proyectos. A partir de Internet es más fácil llegar a otra gente y no quedarse solo en tu entorno. Y, por otro lado, a nosotros no nos interesaba llegar a Buenos Aires, no era nuestro objetivo. Queríamos ser leídos por nuestra comunidad, que como objetivo está bueno: pensarte dentro de una región y escribir para eso.
—Boris Groys, por ejemplo, dice que el verdadero desafío del autor es que la gente que está cerca tuyo conozca su obra y no a nivel global.
—Sí, es cierto. Además cuando sos joven y te juntás con otra gente, se produce una gran energía. Nos preguntábamos cómo representar nuestro entorno, porque algunos no éramos solo del Interior, sino del interior de Córdoba, pequeñas ciudades. ¿Cómo representar eso sin caer en regionalismos o reivindicar al gaucho? A partir de esas discusiones y conocernos, encontramos formas de solucionar ese problema con el estilo de cada uno.
—En una entrevista anterior señalaste que, a veces, las escenas que se viven en el interior pueden ser tan inverosímiles que el realismo no alcanza para describirlas. ¿Cómo trabajás eso?
—La realidad no va a la literatura directamente, siempre es procesada. Por más que uno escriba realismo, nunca se copia la realidad, sino que se devuelve otra cosa. Y el filtro para ese proceso es uno mismo, su mirada, que es lo que le da el color particular a su literatura. Vos y yo podemos estar describiendo esta taza, pero cada uno va a ver cosas distintas en esa taza. Por eso, cuando describís una ciudad, podés encontrar a varios escritores que hablen de lo mismo, pero con diferentes colores. Hay muchas personas que prefieren narrar lo común, yo prefiero al vecino de al lado cuando tiene alguna cosa extraña o extraordinaria, si no, no me interesa.
—¿En qué sentido?
—No llevo el estandarte de la normalidad o del hombre común, para mí no existe básicamente. Esa es mi forma de procesar la realidad, que en cierta medida es involuntaria. No es algo que yo me ponga como objetivo, me doy cuenta de eso una vez que el trabajo ya está hecho.
No llevo el estandarte de la normalidad o del hombre común, para mí no existe básicamente. Esa es mi forma de procesar la realidad, que en cierta medida es involuntaria.
—Antes de hacerte con un renombre en la narrativa, escribías más poesía y se publicó San Francisco (China Editora, 2013). ¿Por qué creés que la poesía no llega a un público tan amplio como la narrativa?
—Porque la poesía es mejor que la narrativa.Yo tenía muchos alumnos que no se copaban con la poesía, no la entendían o no se emocionaban, y yo les decía que quizás no era para ellos. A mí me parece que la poesía es la forma más depurada de la literatura. Ahora hace años que no puedo escribir nada de eso, porque no me sale. En ese momento tenía cierto estado mental que ahora no puedo recuperar, pero quiero creer que mi narrativa tiene incorporada algunos de esos elementos. La poesía no se vende porque requiere no solo para el que la escribe, sino también para quien la lea, ese estado mental, un descanso o un estado de reflexión que no siempre se puede encontrar. Y está bien que así sea. La literatura va cada vez más hacia esa zona de placer elitista en cierto sentido.
—¿Cómo sería eso?
—Una suerte de placer que no muchos se pueden dar, o una artesanía ya perimida, lo cual no está ni bien ni mal. Yo no soy un defensor de que los escritores tengan que machacar con la idea de que los chicos tienen que leer más. Que lea el que quiera, que encuentre allí el mal que se necesita a cierta edad. Para mí la literatura es el reino del mal.
la poesía es mejor que la narrativa.Yo tenía muchos alumnos que no se copaban con la poesía, no la entendían o no se emocionaban, y yo les decía que quizás no era para ellos. A mí me parece que la poesía es la forma más depurada de la literatura.
—¿Por qué?
—Porque siempre te muestra lo que está mal o cómo deberías comportarte para no ser normal. Cuando uno tiene 14 o 15 años, es el refugio para esa clase de angustia que se tiene todo el tiempo. A esa edad uno ya se da cuenta de cómo viene la mano y se trata de buscar gente que esté de acuerdo con vos. La literatura es eso.
—¿Cuáles son tus próximos proyectos?
—Estoy por sacar un próximo libro en agosto, se va a llamar La casa de los eucaliptus. Van a ser cuentos de terror y fantásticos, va a ir más en la dirección de lo sobrenatural. Hay mucho realismo actualmente, pero el género fantástico implica cierto trabajo sobre la forma. No hay muchos escritores que trabajen en esa línea, se me ocurren Mariana Henríquez o algunos cuentos de Leonardo Oyola, que están buenísimos. Se suele querer evitar escribir desde la tradición, pero para mí está bueno, escribir desde algo.
—¿En Argentina no puede ser que pase eso para correrse un poco de la línea de las vacas sagradas como Cortázar, Sábato o Bioy Casáres?
—Sí, pero se murieron hace un montón de tiempo. En el medio hubo escritores que tuvieron otra onda. Además, la literatura no importa tanto ahora como en la época de Sábato, por ejemplo.
Por Gustavo Yuste, desde Argentina.
@gusyuste