Este sábado 22 de abril se realizó finalmente en Santiago una nueva versión del Festival Latinoamericano de Artes y Música, Frontera. El evento había sido suspendido un día antes de su fecha original -asignada para el 3 de diciembre pasado- por orden de la Intendencia capitalina y de Carabineros.
Desde entonces hasta ahora cambió el recinto que lo albergaría -del Club Hípico se fue al Estadio Bicentenario de La Florida- y también la parrilla de artistas invitados. No estuvieron Emir Kusturica and The No Smoking Orchestra y Mon Laferte, platos fuertes de aquella primera programación, pero sí se presentaron los argentinos de Attaque 77, Los Cafres y Babasónicos, y los brasileños de Os Paralamas Do Sucesso, como artistas estelares.
Frente a un público que en promedio no superaba los 25 años, las actuaciones de Os Paralamas durante la tarde, y Attaque 77 casi cerrando la noche, estuvieron sin duda entre aquellas que más disfrutó, acompañó y aplaudió la gente en los dos escenarios principales.
Algo que también ocurrió con otros consolidados, esta vez de Chile, como Chancho en Piedra, también programados entre las bandas de final de jornada en esos dos espacios, reconocimiento que los locales supieron agradecer con un show a la altura de la circunstancia.
Así, Frontera da cuenta de aquello que se agradece tanto en este como en otros festivales similares, y que tiene que ver con la capacidad de permitir un cruce generacional entre quienes gustan de la música y los grandes conciertos. De Dënver a Todos tus Muertos; de Moral Distraída a Chancho en Piedra; de Alex Anwandter a Attaque 77.
Mención aparte para las argentinas de Perotá Chingó, que supieron además imponerse en uno de los dos escenarios principales con instrumentos folclóricos y una parte de su repertorio a capela, en el mismo plató donde hacía un rato se habían subido a armar la fiesta los locales de Villa Cariño.
Desafinaciones y armonías
Algunos problemas en el sonido, principalmente de saturación de algunas guitarras; lo reducido del espacio de la carpa Mistral, en donde no siempre hubo lugar suficiente para poder ver de buena forma a quienes allí se presentaron -entre ellos We Are The Grand, Dënver, 2 Minutos, Moral Distraída, Alex Anwandter o Lumumba-; y también un excesivo costo en la oferta de bebidas y comida, se podrían contar como algunas de las desafinaciones del evento, las que, en todo caso, al final del día no opacaron lo armonioso que resultó éste en su totalidad.
A ello ayudó definitivamente el poder dejar en el olvido -al menos en esta experiencia- las agotadoras esperas por la salida de la siguiente banda que tanta bronca genera a la hora de ir a un recital. Respetuosos de los horarios -al punto de que a Los Cafres no se les permitió “una más” cuando lo preguntaron- en el Frontera no alcanzaban a pasar 5 minutos desde que una agrupación se despedía, cuando en el escenario de al lado ya sonaban los primeros acordes de sus compañeros de jornada.
Junto con lo que allí arriba ocurría -y como se ha hecho en versiones anteriores del festival- al público se le vio particularmente festivo cuando cada cierto rato se paseaban entre ellos una media docena de marionetas gigantes, representantes de distintos seres, personajes e imaginarios. Bailaban y no dejaban de ser festejados y requeridos para una selfie el abuelo, el hombre con escafandra, un tiernucho gato y la mujer mapuche.