Artículo sobre el significado de la costosa y extravagante visita de la reina Isabel II a Irlanda; sobre los esfuerzos de la clase dominante irlandesa por «cerrar un capítulo negro» con gestos simbólicos inútiles y no pidiendo el retiro de las 5.000 tropas británicas en el Norte ni justicia para las víctimas del terrorismo de Estado británico -ilusión invocada en momentos en que el andamiaje de los acuerdos de paz de Viernes Santo comienzan a tambalear-; y sobre la crisis del movimiento republicano en Irlanda y la necesidad de avanzar más allá del romanticismo nacionalista para conseguir la liberación y el socialismo.
I. La visita de la Reina Isabel II a la República de Irlanda es el capítulo más reciente de los esfuerzos por “normalizar” la anómala situación entre ambos países. Un esfuerzo que, por lo demás, costó 20 millones de euros a los contribuyentes de un país en bancarrota y en el cual se está recortando el gasto en salud, educación y seguridad social. Las paradojas propias de la visita se hicieron patentes desde la misma llegada al aeropuerto de la monarca, donde fue recibida por Eamon Gilmore, ministro de relaciones exteriores y ex republicano termocéfalo, hoy convertido en dócil laborista.
El nuevo gobierno irlandés, alianza de los Laboristas (supuestamente de centro izquierda, pero que están a la derecha de Tony Blair) y de Fine Gael (partido de derecha que en los ’30 envió combatientes para apoyar a las tropas fascistas en España), ha explotado esta visita como su primer gran triunfo político, tras traicionar todas sus promesas electorales relativas a la re negociación de la agobiante deuda externa y dar pie atrás al recorte del salario mínimo. Según ellos, esta visita sería la conclusión lógica del proceso de paz iniciado en 1994. Han declarado de esta manera, que todo lo relativo al conflicto armado irlandés ha llegado a un feliz término… colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Pero estas declaraciones exitistas llegan, precisamente, en el momento en que tambalea el proceso de paz y el frágil equilibrio político que se logró desde que el 2007 se constituyó el gobierno de los seis condados de la región de Ulster (a los que frecuentemente se les llama genéricamente “Irlanda del Norte”) con representación del partido realista -“protestante” DUP y el partido republicano-“católico” Sinn Féin. El proceso de paz, desde el punto de vista de los republicanos, se justificaba en la medida en que sería un paso adelante hacia una Irlanda unida y, en menor medida, un paso hacia el socialismo.
Irlanda hoy no está más cerca de la unidad nacional que en 1994. No sólo eso: la presencia del Estado británico es más fuerte desde que Sinn Féin aceptara la presencia de la policía colonial (antiguamente llamada RUC, ahora PSNI) en las comunidades católicas. Del socialismo, mejor ni hablar: Sinn Féin se encuentra en la nada envidiable contradicción vital de estar oponiéndose a los recortes sociales en la República de Irlanda (Irlanda del Sur), donde es minoría y se encuentra en la oposición, al mismo tiempo que implementa los recortes en el Norte, donde es mayoría en el gobierno.
Como resultado, el nivel de alienación de las comunidades católicas de tradición republicana en el Norte respecto a su “liderazgo” es cada vez mayor. Y por las grietas del proceso de paz, surgen nuevamente las voces que llaman por el retorno a la lucha armada: estos son los llamados “Republicanos disidentes”, entre los cuales encontramos al Rira (Real Irish Republican Army –Ejército Republicano Irlandés Real), al Cira (Continuity Irish Republican Army –Ejército Republicano Irlandés por la Continuidad) y al Óglaigh na hÉireann (Soldados de Irlanda en lengua gaélica). Estos grupos han incrementado notablemente en los últimos años su capacidad de realizar acciones armadas en contra de la Fuerza Pública a la vez que han comenzado un proceso de reclutamiento que causa creciente alarma a las autoridades. Estos sectores representan al ala militarista y vanguardista clásica que ha liderado la lucha republicana durante el último siglo.
Por otra parte, encontramos a otro sector del republicanismo que quiere devolver la lucha por la liberación nacional al campo de la lucha de masas. El movimiento más importante en esta corriente es Éirígí (“Alcémonos” en gaélico), el cual se escindió de Sinn Féin en el 2006 y el cual ha venido creciendo sostenidamente tanto en el Norte como en el Sur. Se reclaman herederos del socialista y sindicalista republicano James Connolly y plantean que la lucha de liberación nacional solamente tiene sentido si se da al mismo tiempo que la lucha por el socialismo –su lema es “La Causa de Irlanda es la Causa de los Trabajadores, la Causa de los Trabajadores es la Causa de Irlanda”. De hecho, critican el militarismo tradicional del movimiento republicano sin renunciar a la lucha revolucionaria, a la vez que alegan que el socialismo nunca fue más que una consigna sin sustento en el programa republicano tradicional. A ellos se les ha visto articular un frente revolucionario junto a socialistas y anarquistas en contra de las medidas anti-populares del gobierno.
Ambas corrientes convocaron, cada una por su parte, a las protestas en contra de la Reina. Sinn Féin, en cambio, dio orden expresa a sus miembros de no sumarse a las protestas. Debido a su participación en el gobierno colonial del Norte deben dar la impresión de ser un partido del orden, aún cuando su militancia haya sentido física nausea por la presencia de la monarca. Apenas se limitaron a soltar unos cuantos globos negros en protesta por su presencia el día 17 en el Jardín del Recuerdo.
II. La República irlandesa, que declara a los cuatro vientos que el “conflicto” es cosa del pasado, respondió a las convocatorias a protestar convirtiendo a la diminuta ciudad de Dublín (apenas de 600.000 habitantes) en un virtual campo de concentración durante esta semana, con 10.000 policías en las calles, allanamientos a las casas de republicanos, interrogatorios en áreas populares, helicópteros sobrevolando día y noche estilo Vietnam, limpieza de cualquier cartel llamando a oponerse a la visita real, importando cañones lanza agua y montando un constante acoso a cualquier “sospechoso” en las calles. El impresionante dispositivo policial echa por tierra cualquier ilusión respecto al “éxito” del proceso de paz.
Pese a la intimidación y la constante propaganda de los medios (que acusaban a los convocantes a protestar de «vivir en el pasado», mientras paradójicamente adulaban a la institución más arcaica de la faz de la Tierra, la monarquía), cientos de irlandeses salieron a las calles a protestar, desafiando a la represión. El día martes 17 de mayo, estas protestas se volvieron violentas. La escasa, aunque significativa, convocatoria fue ocasionada en gran medida por la ausencia de las bases de Sinn Féin y, en aún mayor medida, por la fuerte represión y la intimidación de los días previos que hicieron que los más tibios, no arriesgaran el pellejo en las marchas. De hecho, la policía rodeaba intimidatoria a los manifestantes, los detenía camino a las marchas, requisaban carteles, lienzos y banderas…. ¡Incluso banderas de Irlanda! Resulta revelador del carácter neocolonial de la República que la bandera irlandesa sea vista por la policía como un símbolo subversivo…
Pero la poca convocatoria se debió también a la crisis por la que atraviesa el movimiento republicano irlandés. Mientras por una parte, un sector sigue omnibulado con la mística militarista, aislándose con sus acciones y palabras lo más posible de todos quienes pudieran ser aliados potenciales aún en el propio campo republicano, el otro sector intenta rearticular un movimiento republicano enraizado en las luchas populares de Irlanda, en un contexto extraordinariamente difícil. No solamente debe este sector hacerse cargo de la pesada herencia del militarismo y hacer frente a esta cultura republicana centenaria, sino que además debe lidiar con el nivel generalizado de desmovilización y apatía.
De hecho, podríamos decir que la apatía fue, entre todas, la principal causa de la magra convocatoria: aún cuando no haya conversado en todos estos días con una sola persona que estuviera de acuerdo con la visita de la Reina, muchos no sentían la necesidad de protestar la presencia de esta figura imperialista arcaica. La crisis abierta en el republicanismo, en cuanto ideología, por el fracaso de la línea militarista así como por la completa claudicación que representó el proceso de paz, hace que éste no pueda ser el polo de atracción para la protesta social que ha sido históricamente.
III. Pero mientras las clases populares irlandesas no tenían nada que festejar con la visita real, las élites y sectores de la clase media tuvieron un auténtico carnaval. Su mal disimulado entusiasmo por la Corona, el profundo sentido de vergüenza que estos sectores sienten ante la historia de luchas comenzada en 1916, sentimientos cristalizados en la expresión de la ex ministra Mary Harney quien dijo que “Dublín está más cerca de Londres que de Belfast”, fueron expresados sin ninguna inhibición en estos días. Estas clases acomodadas y acomplejadas, que miran constantemente a Londres para obtener orientación, entreguistas, serviles, se regocijaron en la fantasía del “post conflicto”, en la ilusión de que el capítulo negro de las relaciones anglo-irlandesas está definitivamente sellado y pertenece al pasado.
Los gestos de la Reina en Irlanda han estado plagados de simbolismo en este sentido: al depositar flores en el Jardín del Recuerdo, donde se honra la memoria de los que cayeron luchando por la independencia irlandesa, pareciera estar marcando su funeral, proyección de la fantasía colonialista de una élite irlandesa que daría cualquier cosa porque los molestos fantasmas de Emmet, Connolly, Pearse, Wolftone, no siguieran penando la conciencia histórica de Irlanda. La visita a Croke Park, donde 14 personas fueron masacradas en el Primer Domingo Sangriento (1920), no fue menos simbólica. Estas visitas a los bastiones simbólicos del republicanismo, más los honores rendidos a los irlandeses que murieron en la Primera Guerra Mundial luchando por el “Rey y la Patria”, en momentos en que los republicanos luchaban en Irlanda por la independencia, marcaron el tono de su discurso tan conciliador como insustancial en el Castillo de Dublín, cuando dijo que “simpatizaba con el dolor irlandés” y que “todos los lados sufrieron con el conflicto” –dejando de lado que claramente un lado, el británico, era el colonizador y el opresor.
No es con gestos simbólicos con lo cual se dará por cerrado el libro de las hostilidades entre ambos países. Todos estos gestos serán insuficientes mientras los seis condados de la región de Ulster sigan ocupados, con 5.000 tropas británicas, y mientras el Estado británico no haga ningún esfuerzo real para esclarecer los vínculos del paramilitarismo realista con el Estado, mucho menos, por esclarecer la verdad de las violaciones de derechos sistemáticas realizadas durante el conflicto armado en Ulster.
Como prueba de lo dicho, otros simbolismos se pasaron deliberadamente por alto: el día 17 de mayo, marcó un nuevo aniversario de los cuatro carros bombas instalados por paramilitares realistas, con connivencia de agentes del Estado británico, que en 1974 mataron a 34 irlandeses en Dublín y en la ciudad de Monaghan. No hubo, como era de esperarse, ninguna referencia a este doloroso hecho en la historia irlandesa por parte de la Reina, el cual permanece en una oprobiosa impunidad, ya que el Estado británico, del cual “Su Majestad” es jefa de Estado, se ha negado a colaborar con la investigación y mantiene una serie de documentos clasificados y vetados a los investigadores. Este silencio es aún más indignante cuando la Reina estuvo a unos cuantos metros del lugar de explosión de una de las bombas en Dublín, en la calle Parnell.
Mientras la ocupación, la injusticia y la impunidad se mantengan intactas, las razones para la resistencia se mantendrán y el conflicto porfiadamente volverá a prender en una nueva espiral de violencia. Aún ante la ausencia del liderazgo aportado por Sinn Féin durante las últimas décadas. Este movimiento, como es evidente con su incapacidad para pronunciarse de manera clara ante la visita real, ha quedado, objetivamente, por fuera del espectro republicano… como muchos movimientos de vanguardia republicana antes de ellos. El desfile de movimientos republicanos que tras jurar la indepedencia han terminado por aceptar la coexistencia con el colonialismo (Fine Gael, Fianna Fáil, Partido Obrero, Izquierda Democrática) no ha impedido que siempre surja otro nuevo grupo dispuesto a retomar las banderas del republicanismo.
Hoy el republicanismo está en crisis y la misma presencia de la Reina en Irlanda es prueba de ello. Esta crisis se ve exacerbada por la crisis económica, por el instinto a despreciar el aporte de corrientes de izquierda no republicanas que vienen creciendo lentamente, y por lo obsoleto de gran parte del discurso nacionalista que con mero romanticismo no romperá las divisiones sectarias entre “católicos y protestantes” en la clase trabajadora del Norte ni dará una respuesta a la profunda crisis social, económica, política y cultural de la República. Pero lo que sí está claro, es que las manifestaciones fueron sintomáticas de un nuevo alineamiento de las fuerzas republicanas, las cuales aún están madurando. Una nueva generación, que no duda por un instante que los días del Imperio británico están contados, está comenzando a definir nuevas rutas para volver a iniciar su larga lucha por la “República de los Iguales”.
Por José Antonio Gutiérrez D.
20 de mayo, 2011
El Ciudadano