Los últimos días por medio de Twitter y en una nota aparecida en Radio Bío Bío se acusa a nuestro periodista, Mauricio Becerra, de agredir a la prensa e instigar a la gente que participa en marchas a que lo hagan. Junto con desmentir tales acusaciones, nos llama la atención la coordinación que tienen nuestros colegas para desprestigiarnos sin siquiera contrastar sus fuentes, cosa básica del periodismo.
En una carta abierta, nuestro periodista ofrece su respuesta:
Estimados:
De partida debo señalar que no conozco al periodista Roberto Saa, quien me acusa de que he incitado a “agredir a la prensa” o que “hay gente que ha sido agredida por culpa de este tipo” o que ”varios móviles han sido atacados, al ser alentados por él”. Nunca lo he visto cubriendo una marcha, por lo que me cuesta entender el énfasis con que me acusa.
Su sentencia la afirma diciendo que hay “por lo menos 10 colegas que pueden apuntarlo”. Si acercarse a un periodista para preguntarle por qué estaba mintiendo en sus despachos o decirle a un camarógrafo que podría dedicarse a cubrir la violencia policial de igual forma como se dedican a buscar encapuchados, de profesional a profesional, es ‘alentar’ a las masas a agredir a mis colegas, considero que eso es recurrir a una práctica común entre nuestros colegas: La exageración.
Un ejercicio mínimo del periodismo es el contraste de fuentes y hasta ahora ninguno de los periodistas que me increpan o reproducen frases como ‘Piteate un Mauricio Becerra’ han siquiera tratado de conocer nuestra versión.
De igual forma abultan las cifras. Me gustaría conocer siquiera a uno de esa ‘decena de testigos’ que señala Saa. Obviamente, que no sean camarógrafos o periodistas de los medios masivos.
También quiero emplazar al camarógrafo Carlos del Canto, quien sostiene que “por culpa de este personaje varios colegas me incluyo fuimos agredidos en más de una ocasión por alentar a otros a golpearnos”.
Dicha acusación es grave y al leer sus twiteos sólo me cabe comprobar que el ejercicio de reducción de la realidad, configurar enemigos y vestir demonios es la tónica acostumbrada.
Para explicar mejor paso a relatar mi versión de los hechos en los que se me implica:
Poco después de las 13:30 horas del 30 de junio, mientras reporteaba la jornada de movilización estudiantil, me encontré afuera del Ministerio de Educación junto a otros colegas.
En ese momento, periodistas de Mega, TVN y Canal 13 daban curso a sus despachos en directo. El escenario tras ellos era una marcha pacífica que ocupaba la calzada sur de la Alameda y que desde la esquina de Amunátegui hacia el poniente las ocupaba ambas.
No había nadie tirando piedras, mucho menos una molotov y personas ocasionando disturbios. Al fondo se veía, eso sí, en dirección a Los Héroes, gas lacrimógeno y el accionar de la policía. Pero en el lugar en que estaban los periodistas no ocurría incidente alguno e, incluso, carabineros estaba en actitud laxa.
Al escuchar el relato del periodista de Mega, Simón Oliveros, me llamó la atención que en su descripción en directo de la situación, para el noticiario que a esa hora estaba al aire, dijera que había encapuchados y personas lanzando bombas molotov.
Entonces, me resulta extraño que un profesional cuyo deber es la veracidad, la objetividad y el rigor estuviera transmitiendo cosas que no ocurrían.
No niego que durante la marcha haya habido incidentes de este tipo, pero afirmamos que un periodista no puede hacer un relato que no ocurre frente a sus sentidos inmediatos y esconda, disfrace o tergiverse el hecho de que en ese momento la mayor parte de los manifestantes que se hallaban frente a él se comportaban de manera pacífica.
Ante tal situación lo abordé, ya que estábamos haciendo transmisión radial on line, y le pregunto por qué hacía dicho relato y no se ajustaba a lo que acontecía. Como no obtuve respuesta del periodista, le dije que estaba mintiendo y que debía ajustarse a las mínimas condiciones de ejercicio de la profesión.
Ese día, varias personas que estaban tras las rejas colocadas por carabineros increparon a los periodistas que desde el lugar hacían su relato de los hechos, acusando que faltaban a la verdad. De ahí a atribuir que la pregunta que hice ‘aleona’ (como se nos dijo en aquella ocasión) a la gente contra la prensa, es reducir el hecho de que cada día la gente se da cuenta con mayor claridad de las poco éticas formas de ejercicio de la profesión que realizan algunos de nuestros colegas.
Así que los juicios respecto a que “insulté a sus colegas” e “incité a hacer destrozos” no se ajustan a la realidad. Yo estaba trabajando en ese momento al igual que mis colegas, con la diferencia de que nuestro relato intenta ajustarse con veracidad a lo ocurrido y no construir un guión ya repetido donde hay buenos y malos.
Niego tajantemente la acusación de que incitara a hacer destrozos, como afirman en sus relatos. Si el hecho de acercarse a los manifestantes para recoger su opinión o reportear donde efectivamente ocurren los hechos implica ‘incitar a agredir a la prensa’, están repitiendo un ejercicio de puesta en discurso de esos que se usaban en la universidad para analizar la manipulación mediática.
LA UNIFORMIDAD A LA QUE NOS TIENEN ACOSTUMBRADO
La principal crítica que se hace a los medios hoy es no sólo su uniformidad, de la que gustosamente como medio estamos librados, sino que, sobre todo, la forma en que distorsionan, manipulan y reducen la realidad. Le recomendamos revisar los comentarios a muchas de sus notas en diversos portales de Internet, donde se evidencia que este rechazo a la prensa es cada vez mayor.
En tal sentido, llama la atención el hecho que los periodistas acostumbren a hacer el relato de un hecho desde una posición intencionada y no objetiva. Porque elegir como lugar de despacho un espacio detrás de la policía uniformada, uno de los actores protagonistas de la noticia, claramente es reflejo de parcialidad.
Es evidente que Mega envía a sus reporteros no a cubrir un hecho que está ocurriendo, sino que con la intención clara de buscar incidentes, destrozos, encapuchados y el sinfín de imágenes que permitan hacer un relato de una movilización estudiantil centrado en hechos de violencia. Un relato, en definitiva, que criminaliza la protesta social y ensombrece las demandas de los sectores que protestan.
Así las cosas, pareciera que los periodistas no van a ver lo que pasa, no salen a buscar la noticia, sino que salen predispuestos a probar una tesis, con un guión ya armado de buenos y malos, sin siquiera profundizar en el por qué ocurren los incidentes, que efectivamente son violentos (cosa que jamás hemos negado), pero que ensombrecen el contexto y una pregunta básica del periodismo: ¿Por qué pasa eso?
Aprovechamos entonces de pedirles un análisis más fino de los hechos y no quedarse con el estereotipo al que recurren siempre: encapuchados, violentistas, anarquistas o infiltrados, que es una de las formas reduccionistas que los medios recurren para ensombrecer un complejo fenómeno de violencia, formas residuales de expresión y, en el fondo, desigualdad social.
LAS INVESTIGACIONES DE CANAL 13
Luego de años viendo los noticiarios de televisión, se constata que las luces y sus cámaras están puestas contra los de abajo. Un amigo que trabajó en Canal 13 hace unos años me contó que estuvo varios días en una van de vidrios polarizados tratando de registrar a un cuidador de autos haciendo alguna pillería. ‘Era el hombre más honrado del mundo’ -me dijo. Así las cosas, como el tipo era honrado, no fue jamás noticia.
Así persiguen al ciego que no es ciego, a la jubilada que vende drogas en las poblaciones, al chico que se fuma un porro en una plaza o al que se roba un paté de un supermercado. Un periodismo que festina con las pequeñas ilegalidades de los que no tienen voz, pero que hacen la vista gorda con sus generosos auspiciadores.
Me gustaría ver el mismo ímpetu y el despilfarro de recursos con las cámaras enfocadas hacia otros sectores. Pero solicitar eso a los medios grandes de Chile es mucho pedir. Sólo hace unos meses el principal noticiario de TVN era auspiciado por La Polar, al igual que como hoy reciben plata de CMR, Cruz Verde, BCI o Falabella.
Quizás sea por esto la fama que tiene el periodismo chileno entre sus pares latinoamericanos. Se nos acusa de complacientes o que consideramos golpes noticiosos a filtraciones de investigaciones llevadas a cabo por organismos fiscales.
No pocos internautas han observado en los últimos días que se entiende más sobre la crisis de la educación revisando prensa extranjera, (vea nota de revista Time) pero en nuestras pantallas vemos a nuestros colegas preocupados de un chico que tira una piedra entre doscientos mil manifestantes pacíficos o apresurados por mostrar alguna disidencia en los círculos estudiantiles.
LA FOTO QUE ME TOMÓ UN DESCONOCIDO
Recuerdo que el 30 de junio, en las esquinas de Amunátegui con Alameda me encontré con Felipe Varas, periodista de Canal 13, quien me dijo ‘Ah, eres tú el que increpa a los periodistas’ (o algo por el estilo). Se produjo una discusión franca, sin ofensas ni groserías, la que observaban atentos un grupo de secundarios. Me presenté y les dije que era periodista de El Ciudadano y un tipo tomó una foto. Cuando le pedí que me dijera quién era él, ni siquiera se presentó y se escabulló entre un enjambre de periodistas.
Me acabo de enterar que era Francisco Pollak. Pareciera que esa es su técnica de reporteo: Hacerse el leso, capturar un par de imágenes y después construir un relato que habla que llamé a que “rompieran el móvil de prensa y agredirnos» o que lo traté a garabatos, como acusa en sus mensajes. También dice que los insulté y llamé a agredir a la ‘prensa burguesa’. Le informo al señor Pollak que palabras como ‘prensa burguesa’ no están en mi vocabulario y me espantan esos lugares comunes.
Decir ahora que estuvieron a punto de agredirlo a causa mía es exagerar una situación. No hubo asomo de violencia y ni siquiera se escuchó un improperio. Los escolares, recuerdo, miraban sin entender. Pero es una rutina habitual en nuestros colegas el recurso a la hipérbole, la exageración o la prestidigitación lingüística.
En su relato decirles ‘oye colega estás mintiendo’ es amenazarlos; preguntarles por qué mienten, lo entienden como una agresión; o establecer las diferencias entre su ejercicio y el nuestro es aleonar a la gente.
Quizás aún no se dan cuenta que no todo incendio es dantesco o que no sólo ‘causan furor’ los nuevos aparatos que cada día nos venden como si fueran noticia.
Que quieran encerrar el rechazo que causa la puesta en discurso que hacen de la realidad en la construcción mediática de un ‘periodista exaltado’, como es lo que intentan hacer, es tapar el sol con un dedo.
UNA PIEDRA EN UN MÓVIL DE TVN
También creo importante comentar los garabatos recibidos por camarógrafos y periodistas de TVN. Y ha sido en más de una ocasión. Así ocurrió el día 12 de mayo. Recuerdo que en un momento del acto realizado en el Paseo Bulnes, las lacrimógenas que había lanzado carabineros a los jóvenes que se le enfrentaban en las esquinas de Nataniel Cox con Cóndor, afectaron a la masa que simplemente contemplaba el acto.
Los jóvenes, muchos de ellos quizá era a la primera protesta que iban, huyeron en estampada por Cóndor al oriente. Era un mar humano de gente, avanzar era dificultoso y respirar un suicidio. Si hubiese caído alguien de seguro hubiese sido aplastado. En la esquina de Eleuterio Ramírez un grupo de Fuerzas Especiales no halló mejor cosa que lanzar lacrimógenas a los chicos que arrancaban desesperados. No había nadie tirando una piedra en esa esquina.
Allí estaba un camarógrafo de TVN, pero sus esfuerzos se concentraban en buscar en dirección al Paseo Bulnes algún chico encapuchado haciendo destrozos. No tenía ojos para el abuso que efectuaba los efectivos policiales a escasos metros suyos. Eso no ameritaba registro.
Al observar tal situación le pregunté si acaso era ciego. Su respuesta fue escabullirse una esquina más allá, donde había otros periodistas. Al rato me encuentro en el Parque Almagro, frente a los juegos Diana con un móvil de TVN.
Recuerdo que me acerqué a un camarógrafo, un tipo alto y fornido, que allí estaba y le dije algo así como ‘espero que no mientan esta vez’. No fue un grito, fue un mensaje a la cara de una persona a menos de un metro de distancia. Su repuesta fue ‘córrete de aquí CTM’, entre otros improperios.
Una mujer que allí estaba empezó a decirles que no mintieran, al rato un grupo gritaba ‘la prensa burguesa no nos interesa’. Rodeados, uno de los periodistas me dijo ‘eso es lo que buscabai’. Al rato llegó un joven más radical con una piedra en sus manos.
Los que allí estábamos intentamos controlar la situación. Se le dijo que no hiciera tal cosa y yo mismo recuerdo haberle dicho que no se prestara de actor para un guión ya armado, que el relato lo construían ellos y que su accionar era un festín para los editores. Su respuesta fue que éramos unos amarillos y que sólo la violencia es la respuesta a los medios como TVN.
Acto seguido tiró la piedra contra el parabrisas del móvil, que se hizo pedazos. De inmediato recibió el repudio de los que allí estábamos y se fue. El móvil cerró sus puertas y también partió.
Decir ahora que es responsabilidad mía que el móvil haya sido violentado, es un ejercicio reduccionista de lo que pasó. Afirmar que un periodista de un medio independiente que sermonea a sus colegas respecto a la veracidad de lo que transmiten es instigar a las masas en contra de ellos, como si las personas no tuviesen un juicio a priori de sus mensajes y su rol en el espectáculo masivo.
Las respuestas que vemos en muchas personas -los más apagan la tele, los menos les tiran algún guijarro- no creo que sea porque alguien llega y ‘aleona a las masas’. De ser así, me asombraría de mi capacidad de persuasión.
Hay algo más profundo en el descontento contra la prensa. Una encuesta realizada hace unos años daba cuenta de que una de las profesiones más detestadas era precisamente el ser periodista ¿Por qué será?
Siento que mis colegas se han acostumbrado a un ejercicio impune de la profesión de informar y estaban acostumbrados a una audiencia pasiva, ciega y dependiente sólo de sus mensajes y relatos de mundo. Recién se están dando cuenta que de tanto manipular, omitir y desvirtuar los hechos sus audiencias están hartas.
Veo también que están acostumbrados a taparse entre ellos y esperan que, como también somos periodistas, hagamos lo mismo. Pero esto no es pasarse una cuña que no alcanzamos a registrar o compartir un mono de televisión. La complicidad profesional llega hasta el punto en el que se vulnera la ética.
Cada vez que tergiversen información y estemos allí para advertir a sus auditores lo haremos. No es hora de hacerse los lesos y desconocer para quiénes estamos trabajando.
REPORTEANDO DETRÁS DE CARABINEROS
Estoy acostumbrado ya en las protestas a ver a mis colegas escudados detrás de Carabineros. Detrás del «guanaco» y los «zorrillos» intentan hacer zoom a los disturbios. Y sólo cuando la policía gana el espacio a los manifestantes, se apresuran en buscar una tienda saqueada o un letrero roto. Recién allí comienzan sus despachos.
Así el 21 de mayo me tocó ver a Cristian Dazzarola y su equipo de Chilevisión en Valparaíso buscando las piedras más grandes a lo largo de una cuadra. Estaba pronto a iniciar su habitual despacho y exigía a sus asistentes hallar piedras grandes para mostrar en vivo y en directo para todo Chile.
Cuando lo corregí, como se hace de profesional a profesional, sin insultos, por lo que hacía, su respuesta fue ‘Me tienes harto, saco de h…’
Por lo demás me llamó poderosamente la atención ver al tipo cubriendo una protesta vestidos de terno y corbata (hay una periodista de TVN que acostumbro a ver con tacos cubriendo las protestas). Me cuesta entender su movilidad espacial, a lo menos que tomen sus despachos como un trámite más entre otros del día y se pongan a repetir un relato ultra repetido.
Si bien para blindarse de estas críticas este año estrenaron la técnica de dar una nota con las masivas movilizaciones y otra con las protestas (con la excepción de Mega que porfía en criminalizar cualquier atisbo de rechazo al modelo económico), el espacio que dedican a un puñado de muchachos que expresan su rabia ante una vitrina de Claro (sus auspiciadores) es de la misma extensión en tiempo y cobertura que 200 mil personas marchando pacíficamente.
Los relatos que hacen periodistas de los medios tradicionales deben aceptar la sanción social en el marco del respeto y la necesaria rectificación de la tergiversación de los hechos que realizan. No en vano muchos carteles de las protestas de las últimas semanas acusan, como ya se habrán enterado, que ‘la prensa miente’ (hay una chapita que dice TVN Miente y cuentan que se vende harto).
Para terminar nos gustaría invitarlos a que cumplan con las buenas formas de trato interpersonal y de objetividad periodística que tanto hacen falta a la prensa de nuestro país. Que no manipulen, distorsiones, exageren u obliteren lo que pasa. También los invito a ocupar las cámaras ocultas, esas que tanto les gustan, con los poderosos.
De seguro, considerando los recursos humanos y materiales que tienen los medios grandes, hallarían muy buenos golpes. Así nos enteraríamos por la prensa de la colusión en las farmacias, las estafas de La Polar o los trapitos sucios de algún político o empresario y no como ocurre hoy que son cosas ventiladas por instancias de fiscalización públicas y nuestros colegas son los últimos en enterarse.
Entiendo que quien pone la plata pone la música y debe costar reportear la contaminación de las napas subterráneas que provoca el grupo Luksic en el norte para un periodista de Canal 13 o las violaciones a los derechos humanos cometidos en los barcos del grupo Claro durante la dictadura para un colega de Mega.
Pero con valentía a veces se pueden hacer las cosas y eso serviría muy bien a nuestra profesión con tan mala fama. Ante nosotros tenemos una ciudadanía que contrasta por sí misma la información o ya la producen ellos mismos. Lástima que para ellos, mis colegas serán un mal recuerdo y nosotros la pulga que los molestará en la oreja.
Cordialmente
Mauricio Becerra Rebolledo
Twitter: @kalidoscop
El Ciudadano