En 1959, Lyudmila Trut tomó el tren por Siberia para visitar unas granjas de zorros. No buscaba pieles, sino comenzar a participar en el atrevido experimento que soñó el genetista Dmitry Belyaev: crear un animal doméstico tan dócil como un perro, a partir del salvaje zorro plateado.
El biólogo evolutivo Lee Alan Dugatkin ayuda a Trut a relatar sus intentos de replicar el proceso de domesticación en el libro «Cómo domesticar a un zorro» (How to Tame a Fox). Las mecánicas de la domesticación siguen siendo objeto de debate entre los científicos. La idea de Belyaev era que los humanos antiguos tomaban a los lobos y otros animales para volverlos dóciles, y que esa selección artificial dio inicio a un camino evolutivo hacia el animal doméstico.
En los ’50 era un trabajo peligroso intentar probar esta idea; no solo porque los zorros salvajes podían morder, sino porque la Unión Soviética, bajo el liderazgo científico de Trofim Lysenko, prohibió la investigación genética. Lysenko había llegado al poder basándose en el argumento inventado de que congelar semillas en agua podría aumentar el rendimiento de los cultivos. «Con Stalin como aliado, lanzó una cruzada para desacreditar el trabajo en genética, en parte porque la prueba de la teoría genética de la evolución lo expondría como un fraude», escriben Dugatkin y Trut, citados por la revista Science News. Los genetistas perdían sus trabajos, eran encarcelados o ejecutados. Belyaev, entonces, enmascaró sus experimentos en domesticación como una forma de mejorar el negocio de las pieles.
La investigación con zorros comenzó probando el temperamento de unos 100 zorros plateados (Vulpes vulpes) cada año. Se logro criar alrededor de una docena al año; los que eran más tranquilos que la mayoría. Dentro de unas cuantas generaciones, algunos zorros ya eran más receptivos a las personas que el resto de la población. Esa pequeña diferencia convenció a Belyaev de que lo que prometía el experimento era posible, así es que reclutó a Trut para que continuara con un programa de crianza más extenso.
Trut y Dugatkin relatan con cariño algunos de los hitos del experimento, incluyendo el primer zorro que nació con la tendencia a mover la cola y el primero con orejas caídas –dos sellos distintivos de los animales domésticos. Trut recuerda a los zorros con los que ha vivido y los que ha perdido o los que tuvo que sacrificar para salvar el proyecto cuando colapsó la economía rusa en 1998 y quedaron sin los fondos necesarios. En cada pasaje del libro, los autores explican la ciencia de la domesticación entrelazada con la narrativa de unos zorros que se han vuelto cada vez más mansos.
Trut se ha preocupado de mantener vivo en sueño de Belyaev por casi 60 años. Sigue conduciendo el experimento, ahora que es una octogenaria, y ha colaborado con otros investigadores para extraer cada gota de conocimiento del trabajo que realiza. El proyecto ha mostrado que la sola selección para a domesticación también puede generar toda una serie de otros cambios: colas más curvas, orejas que caen, lomos moteados y rasgos faciales juveniles. A este fenómeno lo llaman síndrome de domesticación, y con la ayuda de la genetista Anna Kukekova, Trut está buscando los genes involucrados en este proceso.
Ahora el proyecto vende algunos de sus zorros como mascotas para reunir más fondos, aunque se podría argumentar que no están totalmente domesticados. Pueden mover la cola y rodar de espaldas para que les rasquen el abdomen, pero Trut dice que todavía no pueden seguir instrucciones, como los hacen los perros. Probablemente, a los humanos de la Edad de Piedra les tomó cientos de miles de años domesticar a los lobos. El experimento con zorros plateados imita este proceso en tiempo comprimido y podría acelerar la búsqueda científica para entender los cambios en el ADN que transformaron a los lobos en perros.
Fuente, Science News
Versión en español, El Ciudadano