Tu vida por 50 lucas

En agosto de 2003 un chico de 15 años comía mandarinas junto a tres amigos en el patio de una casa en la provincia de Santa Fe, en Argentina, cuando de pronto apareció una patrulla de policías

Tu vida por 50 lucas

Autor: Sebastian Saá

En agosto de 2003 un chico de 15 años comía mandarinas junto a tres amigos en el patio de una casa en la provincia de Santa Fe, en Argentina, cuando de pronto apareció una patrulla de policías. Los chicos, como es lógico en estos casos, huyeron porque ese patio era ajeno. Además los chicos eran pobres, lo que hizo la huída aún más precipitada. Uno de los policías creyó divisar en uno de los niños a un prófugo de la justicia y sacó su pistola y disparó. Diego Fernández cayó muerto.

Hasta aquí podríamos hablar de error policial, excesivo celo, y podríamos atribuir esta actitud a las largas horas en las que la policía, en todas partes del mundo, se ocupa de proteger la propiedad privada de las personas. Como sea, las consecuencias del hecho fueron que el policía fue condenado a 18 años de prisión y a una indemnización en beneficio de la madre de $250.000 pesos argentinos (unos 27 millones en moneda nacional), en virtud de lo que se llamó el “daño material y la pérdida de chance”. Esto es, por el aporte económico que el niño pudo haber dado a su núcleo familiar en los años que le restaban de vida.

Si se hubiera pagado la indemnización, hablaríamos de lo obvio: una vida de un adolescente, para el Estado argentino, vale 27 millones de pesos chilenos. Pero como eso no sucedió, y en febrero de 2008 una Cámara Penal rebajó la pena a 13 años de prisión y el monto de la indemnización a $50.000 pesos argentinos, esto es unos 5 millones y medio en moneda chilena. Los jueces tomaron la decisión basándose en que el chico era pobre, no trabajaba y decretaron que, de estar con vida y en el mejor de los casos, podría aportar a su casa con 100 pesos (unas 11 lucas chilenas) al mes. En otras palabras el estado argentino, a través de uno de sus poderes, señaló que la vida de un pobre no valía nada, porque 11 lucas al mes no es nada. No diré que una camisa regular en Buenos Aires vale eso o que un par de zapatillas valen tres o cuatro veces más. La miseria salta a la vista.

Lo curioso del dictamen judicial es que al decir que la vida no vale nada cuestiona todo el orden legal. Porque si una vida vale 50 lucas (lo que cuesta un auto), podríamos decir que es tan grave asesinar a un chico pobre como robar un auto. De esta manera dispararle a un adolescente pobre podría llegar a ser una especie de deporte, tal como lo son las carreras nocturnas en las calles. Y digo esto, porque si asesino al chico o si estrello el coche, el resultado material es el mismo: 50 lucas. Alguien podría argumentar que las condenas no son las mismas y que ahí radica la diferencia. Sí, pero no nos engañemos: todos sabemos cómo librar de un cargo de homicidio en un mundo donde la propiedad privada es más importante que la vida. Cosa de mirar en las cárceles y contar la cantidad de ricos que hay en ellas. Pero el mensaje, ya sabemos, es para los pobres.

Por fortuna la Corte Suprema de Santa Fe ordenó, gracias a la insistencia de la madre de Diego, revisar la causa por considerarla discriminatoria, cosa que en Chile no sé si hubiera pasado. Aunque eso, lo que pienso, es igualmente discriminatorio.

Por Gonzalo León

Desde Buenos Aires


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