Lecciones ciudadanas de la crisis del capitalismo

Ya no hay un día que no sea “negro” en los centros bursátiles del dispositivo financiero capitalista global


Autor: Director

Ya no hay un día que no sea “negro” en los centros bursátiles del dispositivo financiero capitalista global. La crisis financiera es también bancaria. Como era de esperar se propagó vertiginosamente a la “economía real” y la recesión se instaló para quedarse en las economías capitalistas más importantes del planeta. La cifra recién registrada de 25.000 millones de dólares volatilizados en las bolsas mundiales en lo que va del año da escalofríos. La irracionalidad del sistema financiero y de sus operadores ha quedado al desnudo (1).

Además, cada día hay nuevos anuncios de despidos de trabajadores por empresas globales emblemáticas del capitalismo, como Hewlett Packard, Volvo, Renault, de las papeleras canadienses y  de la industria automotriz norteamericana como Chrysler, que acaba de anunciar 2.000 despidos. Son las consecuencias sociales directas de la crisis del capitalismo que se profundizará en los próximos meses.

La cuestión central y decisiva en los meses que vienen es la capacidad de quienes forman parte del mundo del trabajo (la CUT por ej.) de movilizarse en torno a sus propias perspectivas. No se tratará sólo de resistir a la deterioración de las condiciones de vida y de trabajo frente a los planes del capital y de sus políticos y gobiernos afines sino que habrá que intentar construir alternativas ciudadanas de ruptura.

El neoliberalismo no se derrumba solo, ya que el neoliberalismo es el operador ideológico que determina las medidas que los capitalistas buscan aplicar en tiempos de crisis. No hay contradicción entre ser neoliberal y exigir que el Estado rescate a los bancos de la quiebra con el dinero de los contribuyentes.

Por eso, la política como actividad ciudadana noble debe plantearse el objetivo de defender los intereses de la mayoría de la población. Esto no sólo implica alternativas nacionales, sino que globales al sistema capitalista.

Se trata prioritariamente de defender los empleos, el poder de compra de los asalariados y de exigir el derecho a servicios públicos subvencionados y/o gratuitos en transporte, educación, salud, vivienda; de nacionalizar para garantizar por medio de una AFP estatal los fondos de pensiones de los trabajadores; de levantar exigencias sectoriales como la de imponer un límite al pago de intereses de tarjetas de crédito que no exceda el 4% (2).

Hay que mirar la realidad de frente y desconfiar de los discursos engañosos de los economistas oficiales que nada previeron.

Porque los signos de la crisis son evidentes. La demanda de productos de exportación chilenos disminuirá en flecha. La demanda chino-indo-asiática se frenará (3).

Basta el sentido común para entender que el motor de toda economía es el gasto de los hogares determinado por su poder de compra, es decir, habrá baja de la demanda y acumulación de stocks.

Lo nuevo. Una rápida mirada a las portadas de diarios y revistas del mundo occidental nos indica el regreso del término “capitalismo” a secas. Ironía de la historia: la prestigiosa revista The Economist, la Biblia de las elites capitalistas globalizadas, lo presenta en su última portada como lo que es: una bestia herida mortalmente por una flecha. Todos los mitos acerca de las virtudes del capitalismo global se derrumban como un castillo de naipes. Los tigres, jaguares y pumas emergentes están convertidos en lastimosos gatos mojados.

La prensa durante años, bajo la influencia del neoliberalismo, prefirió los eufemismos (del prefijo griego eu = feliz y de pheme = vocablo) como el de “economías de mercado” —acuñado por los émulos de Milton Friedman—  y utilizado a destajo por las ex izquierdas socialistas convertidas … al capitalismo, los socialdemócratas de derecha y los “demo” o socialcristianos a la germana para designar a las sociedades de economía capitalista reguladas por las fuerzas del mercado.

El periodismo no se caracteriza por desarrollar el espíritu crítico. Conciente o inconscientemente la información es esterilizada. Los periodistas adhieren fácilmente a la “espiral del silencio”: evitan decir lo que no es consensualmente aceptado por la ideología dominante o entrevistar a quienes defienden posiciones antisistema (4).

Después de la caída de los muros, del derrumbe del remedo o caricatura de socialismo que fueron las sociedades de Europa del Este de posguerra (de partido único, burocratizadas y policíacas), sólo quedaron como modelo, en lo económico, el capitalismo desregulado y en lo político, la democracia liberal y “representativa”.  La pareja constituía el dogmático paradigma que había que imitar si se quería progresar hacia  sociedades modernas. Fue el terreno fértil para el desarrollo de lo que Perry Anderson llamó el “pensamiento tibio” de los renovados y el triunfo del “consensualismo” en la política.

Es un hecho. El ideólogo norteamericano Francis Fukuyama en una interpretación tendenciosa de la teoría de la historia de G. W. F. Hegel trató de darle categoría científica a tal proyecto en su libro “El Fin de la Historia y el último hombre” (1992). Es esta utopía insensata de las clases dominantes la que se resquebraja hoy en día.

Hace algunos meses solamente la esquizofrenia ideológica no tenía límites. Un economista neoliberal chileno-norteamericano, Sebastián Edwards, a quien El Mercurio y La Tercera le facilitaban espacio en sus columnas para defender el neoliberalismo, declaraba  el triunfo del “capitalismo anglosajón”. Se refería, por supuesto, al capitalismo norteamericano, que según él, Chile tendría que imitar.

Como si no fuera poco. A los 44 millones de indigentes estadounidenses (sin ninguna cobertura médica), se agregarán otras decenas de millones de cesantes y familias en situación precaria, de deudores de créditos hipotecarios en quiebra.  El Imperio, con Bush como líder, al igual que Roma, la endeudada hasta los tuétanos para divertir a sus súbditos, empezó su declive. Sólo un triunfo de B. Obama podrá darle un corto respiro de legitimidad.

Es la legitimidad misma del capitalismo planetario, como forma de organización económica e histórica de producción de bienes para satisfacer las necesidades sociales, basada en los mecanismos de explotación del trabajo humano y en la búsqueda de la tasa de ganancia máxima a corto plazo, la que está en juego. Sin olvidar su esencia depredadora responsable del saqueo de la bioesfera. Así es, la libertad económica —el liberalismo doctrinario— es irracional, ya que el capitalismo es incapaz de auto-limitarse. Y los grandes empresarios, sin control ciudadano, de ser probos.

Y, por supuesto, dato omitido sistemáticamente: asistimos también a la crisis larvada de la democracia liberal (excluyente en el caso chileno), que concentra el poder político en manos de una elite nacional sometida a los centros globales de poder, la que se transforma en un obstáculo para resolver la satisfacción de las necesidades de las grandes mayorías en períodos de crisis global y nacional.

No hay que olvidar que en estos tiempos de crisis el Estado utiliza el dinero público para ayudar a poderosos bancos en quiebra y a los sectores empresariales. En la tradición marxista lúcida esto apunta al carácter de clase del Estado. El Estado, que en los sistemas políticos vigentes se convierte en un instrumento eficiente para salvar a la clase capitalista, es ineficiente en la resolución de las necesidades sociales en salud, educación, transporte, vivienda, trabajo y cultura de las mayorías ciudadanas.

El dinero fiscal se pone al servicio de la reproducción fantasmagórica del capital que se transforma, a su vez, en riqueza muerta, confiscada y expropiada a la sociedad en vez de ser utilizado para crear empleos en la producción.

Y el dinero, un bien público más, cuya emisión y circulación debe ser regulada por los poderes públicos, se encuentra gracias a los servicios de ministros de Finanzas obsecuentes en manos de especuladores o en cuentas secretas gracias a los sinuosos vericuetos de un sistema financiero-bancario global intocable y corrupto (5).

Muchos Estados capitalistas nacionalizan las pérdidas y prestan a los bancos para que funcionen. Es lo que hace el P.M. Gordon Brown en Inglaterra —aplaudido por las burguesías europeas—, pero no le imponen condiciones ni al sistema financiero bancario ni a las empresas para que el dinero sea invertido prioritariamente en creación de empleos o en construcción de infraestructuras sociales.

La paradoja: este acontecimiento histórico —la crisis capitalista— desconcierta a quienes viniendo del mundo socialista se transformaron en socio-liberales y adhirieron al dogma neoliberal que afirma que la salvación de las economías emergentes (como la chilena) radica en la inserción de economías abiertas a los mercados globalizados y auto-regulados. Y como hoy se encuentran en pana de ideas e ideológicamente desamparados, echan mano a un “keynesianismo” moderado, es decir, a la intervención del Estado, pero sin contrapeso sindical ni democrático organizado(6).

No faltarán entonces los que hagan una distinción engañosa  entre el capitalismo productivo “bueno” y el capitalismo financiero “malo”.

Quienes pretenden “humanizar” o “moralizar” el capitalismo omiten decir que el sector financiero especulador no es una excrecencia o protuberancia maligna que bastaría con extirpar o “regular” para volver al funcionamiento “normal” del capitalismo. No hay un capitalismo de “emprendedores” que se opone radicalmente a un capitalismo de “especuladores” como algunos economistas “progresistas” tratan de insinuar en sus análisis.

El capitalismo contemporáneo es un capitalismo “puro”, ya que la especulación financiera no es una distorsión sino el medio por el cual el capitalismo global funciona de manera “óptima” según sus propios criterios. Es la lógica misma de la búsqueda de jugosas ganancias a corto plazo la que es responsable de la deterioración del medio ambiente, de la crisis actual y de la existencia precaria de millones de seres humanos que padecen hambre.

No es sólo la “codicia” de algunos barones financistas, sino que es el funcionamiento de un sistema (el capitalismo histórico iniciado en el siglo XV), cuyo control se le escapó de las manos a la humanidad, al transformarse en una potencia mortífera que ya no crea sino que destruye a través de crisis económicas, guerras, hambrunas y destrucción programada de la naturaleza.

La matriz para comprender el mundo y actuar en él sigue siendo el conflicto sociopolítico y las relaciones de fuerza entre las oligarquías propietarias y los ciudadanos interesados en construir condiciones humanas y democráticas de existencia en este siglo XXI. Esto implica utilizar los espacios democráticos como las elecciones futuras para proponer a la ciudadanía un programa democrático, socialista y anticapitalista para derrotar a las fuerzas neoliberales y a sus nuevos aliados los socio-liberales.

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(1) Los aprendices de brujo son geniales para inventar índices. Acaban de inventar el “Indice de temor bursátil”. En tiempos normales es de 15, dicen. ¡Hoy está en 89!

(2) Sólo esta frase del prestigioso economista francés Daniel Cohen en un análisis acerca de la crisis financiera, publicado en Le Monde del 22 de octubre tendría que obligarnos a reflexionar y sacar conclusiones acerca de las aberraciones de las sociedades que promueven el consumo irreflexivo: “En EE.UU. el consumidor norteamericano que sostuvo el crecimiento mundial viviendo del crédito durante diez años deberá poner un término a sus excesos consumistas: pero mientras que las desigualdades de ingresos no han cesado de aumentar en el curso de los 15 últimos años, no se observa ninguna alza visible en las desigualdades en materia de consumo”. En Chile, comentaristas inteligentes como Carlos Peña, en sus columnas mercuriales, ha ilustrado los avances culturales de Chile por el acceso al consumo. La apología del consumismo se hace sin destacar los matices ni las distinciones que se imponen.

(3) Daniel Cohen, en el mismo artículo, afirma: “para los países exportadores de Latinoamérica, la baja del precio de las materias primas o commodities marcará el fin de las ilusiones de un crecimiento durable”.

(4) Imperceptiblemente un periódico digital como elmostrador.cl, en un comienzo abierto, empezó a cerrar sus columnas a posiciones juzgadas críticas. Cada vez más adopta el estilo “people” para atraer lectores. De tal manera se deja absorber por la dinámica de los medios impresos dominantes. Por supuesto, sus editores invocarán razones de política editorial.

(5) Los premios Nóbel en economía James Tobin y Joseph Stiglitz proponen, para evitar la especulación en monedas, aplicar un impuesto a todas las transacciones monetarias. La medida nunca ha sido aceptada ni por el FMI ni por el Banco Mundial.

(6) Sin olvidar que es el temor a la revolución social el que empujó a las burguesías a hacer concesiones de este tipo, el llamado “compromiso socialdemócrata” en Europa que se instala después de la crisis 1929-1932 y de la 2ª. Guerra Mundial se hizo en torno a cuatro estabilizadores que el neoliberalismo buscó y busca desarticular por todos los medios, con golpes de Estado e incluso aprovechándose de las catástrofes naturales o crisis sociales y económicas: a) el economista inglés William Beveridge planteó que creando el seguro social; fondos de pensiones, seguros de cesantía, seguros médicos estatales y subsidios familiares se contribuía a estabilizar el sistema (el Welfare State); b) Lord John Maynard Keynes teorizó la idea de que el Estado debía utilizar la política monetaria y el presupuesto nacional para disminuir el impacto de choques (crisis) externos; c) el “fordismo”, que se resume en la frase de Henry Ford: “Yo les pago a mis trabajadores para que compren mis autos” o crear demanda mediante el empleo; y d) un movimiento de trabajadores con libertades sindicales y derechos colectivos que le permitía organizarse y negociar desde una posición de fuerza mínima con los empresarios y haciendo uso de un derecho a huelga real. El neoliberalismo ha considerado estos 4 elementos como irritantes mayores y trabas al libre funcionamiento del sacrosanto mercado y del sistema capitalista. Friedrich von Hayek y Milton Friedman son los Don Quijote de la cruzada neoliberal. Sus émulos chilenos, hoy de capa caída en el plano teórico, siguieron sin chistar sus dogmas en la U. de Chicago para después ponerse, junto con los discípulos opus deístas de Jaime Guzmán, al servicio incondicional de la dictadura de Pinochet.

Leopoldo Lavín Mujica, Profesor de Ética y Política, Collège de Limoilou. M.A. en Comunicación Pública, Université Laval, Québec, Canadá.
Por Leopoldo Lavín Mujica

(www.leopoldolavin.com)


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