El martes torturaron a mi hermano. Alrededor de las 13:30 horas mi hermano estaba en el Paseo Bulnes junto a un grupo de manifestantes cuando apareció un operativo de carabineros (el trío carro lanza gases, carro lanza aguas y bus de fuerzas especiales) a dispersar la manifestación. En ese momento no había actos de violencia ni vandalismo de parte de los que ahí se reunían.
Uno de los carros gaseó a la multitud, y en ese momento mi hermano comenzó a sacar fotos para dejar registro de lo que ahí sucedía: un detenido, alguna arbitrariedad, alguna brutalidad, cosas cotidianas que el Gobierno llama «restablecer el orden», como si la violencia fuera parte de nuestro orden: acaso así sea, y más que eufemismo la frase sea una prueba de sinceridad.
Además de su cámara mi hermano llevaba dos tarjetas de árbitro: una amarilla y otra roja, como en el fútbol. Un juego.
Mostrar una tarjeta roja bastó para que el carro lanza aguas dirigiera un chorro sobre su cabeza. Resbaló, se desorientó, y mientras trataba de volver en sí vio cómo un piquete de seis carabineros de fuerzas especiales se dirigían a él. Se puso de pie. Trataron de someterlo y mi hermano forcejeó. Mientras un carabinero le apretaba el cuello los otros le hacían zancadillas y trataban de quitarle su cámara. Mi hermano mide 1,70 metros y es corpulento. Pero seis carabineros de fuerzas especiales es un exceso. Lo levantaron tomándolo de sus brazos y piernas y lo subieron al bus. ¿Por qué arrancar? En su ingenuidad su mayor preocupación era la cámara, que no era de él.
No sabía que en del bus lo iban a torturar. Arriba sólo habían carabineros, ningún civil. Lo tiraron al suelo y recibió golpes de pies y manos de todos los carabineros que subieron con él. La cámara se la quitaron y la destruyeron a machacazos. La memoria flash donde se guardan las fotos digitales se la quedó uno de los carabineros. Mi hermano fue valiente: no quería entregar la cámara, así que mientras lo pateaban uno de los carabineros tomó su cabeza entre sus manos y le aplicó presión en los ojos, hasta dejarlo semi inconsciente.
Mientras recibía esta paliza los carabineros gozaban. Lo humillaron por salir a marchar. Le dijeron: ¿no te gusta salir a marchar? Luego lo amenazaron: le dijeron te vamos a matar. Se lo dijeron varias veces mientras lo molían. Le dijeron si te vemos de nuevo en la calle te vamos a matar. Te vamos a reventar, oíste, ¿no te gusta salir a marchar? Mi hermano ya no sentía los golpes y sólo pensaba en que no podía ser: ¿acaso en realidad lo iban a matar? Les pidió por favor que no le pegaran más, les pidió que ya no más. Pero aún siguieron unos momentos. Después de un rato se cansaron y la golpiza terminó.
Las personas afuera del bus escuchaban los golpes adentro y comenzaron a gritar: ¡le están pegando!, ¿quién es, alguien sabe quién es? ¿cuál es tu nombre? ¿cuál es tu RUT?. Mi hermano recuerda haberlos escuchado pero no podía hablar, sólo atinaba a defenderse, a cubrirse de las botas, los puños, los palos. Hay una grabación de lo que parece ser el bus donde estaba mi hermano.
Al fin todo terminó. Lo dejaron botado en el suelo del bus, aturdido. Después lo trasladaron a un retén móvil y lo tuvieron dando vueltas por Santiago. No le explicaron por qué lo detuvieron, ni le leyeron sus derechos, ni siquiera le dijeron a donde iba.
Llegó a la comisaría y ahí estuvo hasta las 23 horas. En el intertanto lo llevaron a constatar lesiones: en la misma comisaría, un hombre de delantal blanco y estetoscopio era el doctor. Le miró un poco sus ojos heridos y ásperamente le dijo no tienes nada, ándate. En las horas en la comisaría vio decenas de detenidos. Varios niños de entre 10 y 12 años. Varios estudiantes. Solo dos tipos con el aspecto de los que siempre se ven destruyendo semáforos y robando locales comerciales. Vio a otros heridos, vio a uno que tenía las piernas quebradas.
Antes de soltarlo le presentaron unos papeles para que firmara. Mi hermano pidió leerlos. Le dijeron «no puedes, firma y te vas. Si no firmas te quedas».
-«Pero quiero leerlos, no puedo firmar algo sin leerlo».
-«Si no quieres firmar te quedas».
Después de 10 horas detenido por supuesto lo hizo, pero sin su firma.
Mis padres lo fueron a buscar y lo llevaron a una clínica para que viera a un doctor: lo vieron cuatro. El oftalmólogo le explicó que los efectos de la tortura que recibió variaban en condiciones normales desde un desmayo hasta un ataque al corazón. Además de sus ojos heridos tiene múltiples contusiones y dos costillas rotas. Afortunadamente las astillas no le perforaron los pulmones, una consecuencia común en caso de una paliza. Le advirtieron que debe mantener reposo durante la semana porque puede tener episodios de pérdida de visión.
¿Qué viene ahora? Mi hermano los va a demandar. ¿Qué va a pasar después? Todos sabemos. Ojala sea distinto. Un carabinero se quedó con su tarjeta de memoria. La cámara la destruyeron. No hay testigos de la golpiza. Ni siquiera sabe quiénes lo detuvieron. Sólo está la grabación de lo que parece ser su detención. Ahí se ve la patente del bus. Ese puede ser un comienzo.
Mientras estos cobardes liberaban tensiones con mi hermano, casi a la misma hora, a pocas cuadras, el lumpen destruía un edificio. Evidentemente detener esa acción no era una prioridad en la orden del día. Acaso porque esos en realidad son violentos. Y lo que se busca no es calmar sino provocar, tensionar, enervar, y al final, cuando respondemos indignados devolver una violencia mayor, incontrarrestable, dejando en claro cuál es el orden de la violencia: de nosotros hacia ti, no al revés. Ese es el orden que estaban restableciendo los cobardes que molieron a mi hermano.
Carabineros de Chile es uno de los instrumentos políticos que la élite está ocupando para amedrentar a la población, minimizar y ridiculizar sus demandas, y evitar cualquier cambio que arriesgue su posición. Los otros son los medios de comunicación, especialmente los periodistas de la televisión y los diarios. En las próximas semanas recurrirán a la mediación de los políticos de la Concertación para recuperar el control de la situación: estos de buena gana colaborarán a cambio de algún dinero, de alguna invitación a un matrimonio, de un directorio en una empresa o cobertura en los medios. Se agolparán para colaborar, porque los premios son pocos, y se reparten por orden de llegada.
Los imbéciles que roban, que destruyen, que creen que están viviendo su Mayo del 68, y los que se venden por migajas, y los que se aburren… a pesar de esos, ¡por favor!, mantengamos la confianza en que más allá de cualquier consideración, lo que observamos hoy es la lucha por una causa justa. Y en ella estamos solos: nadie nos va a regalar esa justicia que anhelamos -y que sabemos bien la forma que tiene. Por favor mantengamos la solidaridad entre nosotros, no nos abandonemos ni desconfiemos. Falta muy poco, es muy probable que ya hayamos pasado la mitad del camino.
Oscar Arias Rojas
Fotografía de Archivo
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