La semana pasada era peligroso hacer, en el lugar de trabajo, cualquier crítica al sistema social imperante; pero hoy día está bien visto hablar contra el lucro en la educación, y por qué no, criticar dos o tres cosas más que impiden a todos los ciudadanos participar plenamente de las bondades del sistema.
Así, ése que ayer trabajaba pensando en fútbol para impedirse a sí mismo pensar en la pérdida de su vida, hoy dispone de nuevos temas – el plebiscito, la nacionalización del cobre, la próxima caída del gobierno – para conjurar la misma pesadilla. Equipado con esas novedades – que ahora sí le piden una participación más activa e incluso algún riesgo – , puede seguir existiendo como agente económico privado, reanimado por el espectáculo de la política que se sacude al ritmo de la crisis de reproducción social del capitalismo planetario.
La verdad es que, aquél que súbitamente se volvió progresista, o recordó que siempre lo había sido, seguirá estando despojado de su propia vida, convertido en una partícula de valor empleada en la producción de valores que nunca poseerá, aislado en medio de una muchedumbre de empleados contratados y despedidos de a uno. Seguirá siendo un asalariado, es decir un ser deshumanizado. Sólo que ahora será un asalariado de izquierda.
Ahora bien, en el caso del vecino esa actitud ingenuamente oportunista es un reflejo de pura desesperación. Puede verse como la reverberación discursiva de una necesidad vital que en lo inmediato es indiscutible: hay que conseguir que la educación sea gratuita para que a lo mejor los hijos no se hundan en la miseria material, para que a lo mejor el sueldo alcance para vivir con dignidad, para que así, quizás, algún día no tengamos que pagar para que los médicos martiricen nuestros cuerpos en inhumanos recintos sanitarios… gratuitos.
El izquierdismo en tanto ideología organizada, es otra cosa: es la afirmación, nada ingenua, de que el modo de producción dominante no puede ni debe ser puesto en tela de juicio sino hasta que se haya desarrollado plenamente. Éste es el axioma que compromete en el mismo proyecto progresista a demócratas radicales, ciudadanistas y algunos ultraizquierdistas. Si a ellos se les pregunta por qué en su discurso no tiene cabida la crítica del trabajo asalariado, de la producción de mercancías, del valor; en una palabra, la crítica del capital, dirán sencillamente que comprenden muy bien esas críticas, pero que aún no es tiempo de hacerlas públicas, que es inútil tratar de hacérsela entender a la gente común. Y ante la lógica pregunta de ¿qué falta para que llegue el momento de difundir esa crítica?, responderán: Chile no ha tenido aún su revolución burguesa, no “tenemos” una verdadera burguesía moderna, ni un Estado legítimo y eficiente, ni un genuino Capital Industrial Nacional, ni ingenieros, ni Educación, ni una elevada Cultura que nos permita pensar siquiera en una crítica del capitalismo… Y esa es la verdadera naturaleza del izquierdismo, que en Chile al igual que en Venezuela y en todas partes, no puede sino echar mano al populismo histérico, el forcejeo político y la reivindicación económica patriotera para ordenar a las masas tras la bandera de su “proyecto-país”.
En efecto, esos grandes objetivos siempre sirven, cuando ya no sirven las telenovelas, para obstaculizar la toma de consciencia de los explotados acerca de su verdadero, inmediato y universal problema: la forma alienada de sus relaciones humanas, la transformación de su actividad psicofísica en mercancía transable en el mercado de trabajo, la propiedad privada de los recursos productivos. Sólo para eso existen los “problemas nacionales” y todos sus derivados, de izquierda y de derecha: para impedir que los hombres y mujeres subviertan la forma deshumanizada de su actividad diaria, en su lugar de trabajo principalmente. Para que no cuestionen la educación en tanto domesticación de masas, ni el trabajo como sumisión a una objetividad alienada: sino que en cambio se contenten con criticar la injusta administración de esas entidades supuestas naturales, idílicas y dignificantes.
Se centran todos los ataques en el gobierno, en la derecha, en la constitución “ilegítima” (¿sería más legítima si la hubieran votado en condiciones más transparentes unos cuantos millones de hombres y mujeres atomizados?), en la desigual distribución de capital, en la falta de democracia y de ciudadanía… para amordazar a los explotados en su limitada condición de ciudadanos, condición que consagra y hace parecer como algo natural su debilidad y su aislamiento.
Por el contrario, sólo puede haber transformación radical de la sociedad a partir de nuevas relaciones materiales entre los hombres y mujeres, y eso sólo puede ocurrir si cambia el uso que hacen de su actividad y de su tiempo. Que eso les lleve a pasar por encima del derecho de propiedad de la clase explotadora, es una mera consecuencia que conducirá desde luego a un enfrentamiento armado, y al desmantelamiento del estado. Pero ésos son efectos de un movimiento anterior, cuya premisa es otra, más profunda: ningún cambio significativo sobrevendrá porque sean distribuidos gratuitamente los frutos del trabajo enajenado (por más que en lo inmediato la gratuidad de la educación, la salud y lo demás suponga ventajas dinerarias para unos seres totalmente despojados de comunidad); es la actividad humana misma la que debe fluir libremente sin intermediación del dinero.
Una vez que se haya asumido esto, las categorías de la actividad social que hoy dominan el horizonte y las reivindicaciones – salario, distribución del ingreso, educación, salud – se revelarán como lo que realmente son: medios para nuestra reproducción como masa trabajadora esclava. Medios que deben ser superados.
A propósito de estas cuestiones, dos lecturas sugeridas:
Rober Kurz – Populismo histérico
Wilhelm Weitling – Ventajas de la comunidad
Por Carlos Lagos
Texto de autoría externa. Publicado por