África es un continente que muestra la cara que no queremos ver, aquello indignante y lejano que nos conmueve sólo a través de los noticiarios pero que, en la intima calidez de nuestros hogares desaparece como si fuera un problema inventado, una mera narración que si no la evocas, desaparece o se soluciona como en un cuento de hadas.
La realidad es más dura, cercana y de responsabilidad de todas y todos nosotros. El desgastante entorno del Cuerno de África es un ejemplo de lo que ocurre en todo el continente, diezmado por problemas que todos creemos superados hace mucho: el hambre, la esclavitud –sí, la esclavitud tal como se oye- las guerras, las fuentes de recursos saqueadas antes por los Estados europeos y hoy por las grandes empresas transnacionales, así como también las rígidas estructuras valóricas y religiosas de sus culturas construyen un cerco para el desarrollo difícil de romper.
Para muchos la solución son intervenciones militares rápidas que democraticen por la fuerza y pacifiquen por la espalda pero, el proceso de refundar naciones, mercados, construir carreteras, hospitales, escuelas y generar modelos sostenibles de gestión pacífica y solidaria de éstos, por ejemplo, es un desafío mayor en calidad