Imperio Murdoch: vida, poder y muerte de un diario que daba órdenes a los políticos

En 2004, Clare Short, una legisladora del Partido Laborista, descubrió qué pasaba a los políticos británicos que criticaban a los implacables tabloides de su país

Imperio Murdoch: vida, poder y muerte de un diario que daba órdenes a los políticos

Autor: Cristobal Cornejo

En 2004, Clare Short, una legisladora del Partido Laborista, descubrió qué pasaba a los políticos británicos que criticaban a los implacables tabloides de su país. Durante un almuerzo en Westminster, Short comentó al pasar que no le gustaban las fotos de mujeres en topless que aparecían todos los días en la página 3 del tabloide sensacionalista The Sun, propiedad de la News Corporation de Rupert Murdoch. “Me gustaría eliminar la pornografía de nuestros periódicos”, dijo.

Grave error.

“Gorda y celosa Clare llama pornográfica la página 3”, replicó The Sun en un titular. Su editora, Rebekah Wade (ahora llamada Rebekah Brooks y ejecutiva en jefe de News International, la subsidiaria británica de Murdoch), envió un colectivo lleno de modelos semidesnudas a abuchear a Short frente a su casa en Birmingham. El diario pegó una fotografía de la cara de Short sobre el cuerpo de una mujer en topless, y consiguió declaraciones de una cantidad de gente que dijo que le gustaban mucho las fotos sensuales.

“También Clare tiene tetas, pero obviamente no está orgullosa de ellas como lo estamos nosotras de las nuestras”, citó a una chica de 22 años llamada Nicola McLean.

Es el temor a incidentes como este, junto con necesidad política, lo que por años apuntaló la incómoda connivencia entre los políticos británicos y hasta los más baratos tabloides.

Por más que deploren los métodos y los artículos de los tabloides –fotógrafos acechando en los arbustos, periodistas disfrazados entrampando a sujetos en indiscreciones sexuales o malas prácticas financieras, editores pagando decenas de miles de dólares por acceso exclusivo a amantes de políticos y de estrellas deportivas, aparatos para hacer escuchas telefónicas secretas, un chorro constante de artículos sobre revolcones sexuales ilícitos–, los políticos han tenido miedo de decirlo en público, por temor a perder el apoyo del diario o convertirse ellos mismos en objeto de su ira.

Si cubrir a los políticos de recompensas políticas por cultivar su apoyo ha sido la zanahora en la ecuación de Murdoch, castigarlos por hablar ha sido, por lo general, el palo. Pero las recientes revelaciones en el escándalo de teléfonos pinchados parecen haber roto el encanto, envalentonando incluso a aliados de Murdoch, como el primer ministro David Cameron, a criticar su organización y convocar a una comisión para examinar las regulaciones a la prensa.

El poder de acosar e intimidar no sólo está circunscripto a los diarios de Murdoch; los tabloides británicos son culpables hasta cierto punto de usar su poder para desacreditar a aquellos que los contrarían, coinciden políticos y analistas.

“Los tabloides son muy poderosos en Gran Bretaña, y son excesivamente agresivos, y no sólo la News Corp.; The Mail es muy agresivo”, dijo John Whittingdale, un legislador del partido Conservador que dirige el comité de Cultura, Medios y Deportes. “Construyen y rompen reputaciones, así que, obviamente, los políticos se andan con cuidado”.

Los que no lo hacen pagan el precio. Cherie Blair, la esposa del ex primer ministro Tony Blair, fue torturada regularmente por el Daily Mail, de orientación derechista, porque no hizo ningún esfuerzo por cultivar la relación con él y porque el tabloide no era un admirador del gobierno laborista de su esposo. En una serie de artículos, The Mail la pintó como a una mujer codiciosa, derrochadora y seguidora de excéntricas dietas de medicina alternativa, seleccionando fotos desfavorables para hacerla aparecer gorda y mal vestida, su boca invariablemente torcida en un rictus.

Pero los políticos siempre temieron especialmente a The Sun y The News of the World, su publicación hermana de los domingos (hasta ese domingo, en que cerrara), porque la buena relación con el periódico es políticamente muy importante.

“Se embarcan en festines frenéticos contra diferentes políticos”, dijo Roy Greenslade, profesor de periodismo de City University London. Hasta que las compuertas se abrieron, cuando la indignación por las últimas revelaciones sobre escuchas telefónicas llevó a una sesión catárquica en el Parlamento en la que los políticos vociferaron su malestar, la mayoría de los legisladores vivía aterrorizada ante la posibilidad de contrariar a Murdoch, dijo Greenslade.

“En privado, los miembros del Parlamento dicen de todo, pero se han mantenido muy callados sobre Rupert Murdoch, hasta ahora”, agregó. “Cuando causas la ira del News International, puedes estar seguro de que usarán cualquier cosa en tu contra –sea verdadero o manipulado”.

Los políticos del partido laborista todavía se estremecen al recordar la suerte que corrió Neil Kinnock, líder del partido a comienzos de los 90, que lideraba la elección de 1992 contra el conservador John Major hasta que The Sun montó una campaña en su contra. Las razones eran políticas –el diario apoyaba al Partido Conservador—pero los métodos fueron personales. Kinnock fue objeto de un aluvión de artículos que lo describían como inepto, verborrágico, raro y hasta mentalmente inestable.

El día anterior a la elección, The Sun publicó una serie de artículos bajo el título “Pesadilla en la Calle Kinnock”. Llevaba la fotografía de una mujer gorda en topless, junto con la advertencia: “¡Así será la página 3 si gana Kinnock!” Y en una imagen por la que le tomarían el pelo el resto de su vida, el diario publicó en primera plana una gran fotografía de la cabeza de Kinnock dentro de una lamparita de luz bajo el titular: “Si Kinnock gana hoy, que el último en dejar Gran Bretaña apague la luz”.

Los ataques no se han limitado a políticos laboristas. David Mellor, un miembro conservador del Parlamento que sirvió en varios gobiernos de los Tory, pasó por una mala experiencia distinta. En 1989, Mellor declaró que los tabloides eran imprudentes, demasiado poderosos y que era precisa una mayor regulación. “Están bebiendo en el last-chance saloon”, advirtió (N.de la T: una expresión metafórica que significa la última chance de obtener algo).

Pero era él quien estaba en ese saloon. Mellor, que volvió a atacar a los tabloides tres años más tarde, terminó abandonando el gobierno luego de una serie de picantes revelaciones sobre indiscreciones personales. En la más famosa, The News of the World pagó unos 48.000 dólares por el relato de su amante, incluyendo grabaciones secretas y el detalle indeleble de cómo Mellor le hizo el amor vestido únicamente con su camiseta del Chelsea (él siempre aseguró que esa parte del relato no era cierta).

Algunas veces es la simple amenaza del acoso lo que aterra a los políticos.

“Me vienen a la mente al menos dos miembros del Parlamento que podrían haber criticado a Murdoch hace cinco años pero no dijeron nada por temor”, dijo Chris Bryant, un legislador laborista que integra el comité de Cultura, Medios y Deportes y que ha sido visto como un insistente crítico de Murdoch.

Durante una audiencia sobre estándares para la prensa en 2003, Bryan preguntó a Rebekah Brooks, por entonces editora de The Sun, si había pagado por información a la policía. Ella se molestó mucho con el tono agresivo de sus preguntas, al igual que otros editores de tabloides que hablaron en la audiencia.

Unos meses más tarde, Bryant fue blanco de un artículo en The Mail on Sunday, ilustrado por una foto suya en calzoncillos que él había posteado en un sitio de citas gay (no oculta su orientación sexual). El News of the World también publicó la historia.

Luego de que Bryan hablara en el Parlamento en contra de las tácticas de los tabloides, en el otoño pasado, según dijo, un amigo suyo recibió llamados de dos subordinados de Murdoch. “Le dijeron: ¿Conoces a Chris Bryant? Hazle saber que esto no será olvidado”, contó Bryant.

Un vocero del News International dijo que la compañía no haría comentarios para este artículo.

Bryant recibió una extraña amenaza, dijo, al tropezarse con Brooks en una fiesta del News International en una conferencia laborista. “Dijo: ‘Oh, Bryant, ya es de noche, deberías estar en Clapham Common” (un conocido lugar de encuentros gay), contó Bryant. Dijo que no fue un comentario hecho con humor.

El miércoles, Bryant lideró el debate sobre las escuchas telefónicas en el Parlamento. “Nosotros los políticos hemos mantenido una larga connivencia con los medios,” dijo. “Confiamos en ellos. Buscamos su favor. Vivimos y morimos políticamente según lo que escriben y muestran, y a veces esto implica que no somos lo suficientemente valientes o consistentes para plantarnos ante algo malo”.

“Era un auténtico diario hace 20 años”, contó al Observer un ex empleado. “Desbaratamos narcotraficantes, la explotación de los inmigrantes, cosas como esa. Realmente buenas y duras historias. También hacía reír a la gente; había montones de cosas divertidas. Seguro, había un toque de manipulación en todo, pero las historias eran genuinas. No éramos santos. Torcimos cosas, pero sólo para pescar a los tipos que merecían ser pescados”.

Parte del éxito del periódico residía en su casi simbiótica relación con la Policía: ambas instituciones intercambiaban datos y trabajaban juntas en las principales historias que aseguraban ganancias para todos los involucrados. Los policías recibían la gloria, el periódico los titulares.

Pero después de que entró Hall, las cosas cambiaron. Los periodistas estaban bajo una creciente presión para producir historias. “El foco se dirigió a las celebridades y luego todos los demás periódicos lo imitaron, de modo que se hizo aún más competitivo”, dijo el ex reportero.

Andy Coulson, quien asumió como editor en 2003, estaba cortado por la misma tijera. El hombre que se convertiría en el operador de prensa de (el primer ministro británico David) Cameron y fue arrestado el viernes último en conexión con acusaciones de intervenir teléfonos y corrupción, parecía ser un firme creyente en las políticas de macho en la redacción. Un tribunal industrial de 2008 concluyó que había encabezado una cultura de prepotencia en el periódico que forzó a uno de sus reporteros a pedir una licencia médica de largo plazo por una depresión relacionada con el estrés.

Coulson se había iniciado en la columna Bizarra de The Sun, otro ambiente de alto octanaje. “La gente tenía colapsos nerviosos a izquierda y derecha”, recuerda un ex empleado. “Había gente llorando en los baños. Cada día ponías el cuerpo en la brecha”.

Poco cambió cuando Coulson llegó a News of the World. “Todo el mundo sintió la presión, de los ejecutivos para abajo”, dijo un empleado de News International. “La reunion de editores podía ser increíblemente tensa a veces y quizás eso llevó a alguna gente a hacer estupideces, pero nunca fue abierto. Nunca fue algo de lo que se hablara. Si ocurría, y supongo que claramente fue así, la gente se iba a hacerlo en alguna parte, por las suyas. Andy era realmente un buen editor y quería buenas historias. Era apasionado. Era duro”.

Parte del personal puede haberse sentido incómodo, pero esa cultura cosechó dividendos, con News of the World obteniendo primicia tras primicia, lo que dejó a sus rivales a la zaga bien entrado el nuevo milenio, cuando (Rebekah) Brooks asumió como editora del periódico por tres años, antes de mudarse a The Sun.

Aún si, al igual que otros diarios, su circulación estaba en declive, las historias sensacionalistas aseguraban que unos 7.5 millones de personas continuarían leyéndolo, de las cuales 2.7 millones eran parte del rico ABC1 amado por los avisadores. News of the World era una vaca lechera para (su dueño, Rupert) Murdoch, que usó las ganancias para ayudar a apuntalar otros intereses, como el Times y el Sunday Times, que le dieron una gran influencia política.

Lo que se ha vuelto claro es que un gran número de esas historias tenía su origen en investigadores privados empleados por News International, varios con contratos de seis cifras.

En el comienzo, en los 80s, mucho de su trabajo –tal como obtener números de teléfono o ayudar a encontrar direcciones— era, relativamente, rutinario. A veces involucraba una vigilancia encubierta, aun cuando no siempre por razones que pudieran ser justificadas en nombre del interés público. Una agencia externa fue empleada para establecer que Freddie Mercury tenía HIV. Un ex periodista contó cómo se plantó micrófonos en el bar que pertenecía al hermano de una figura de la televisión. “La mitad de los vestidores de (la telenovela) Eldorado también estaban cubiertos”, dijo.

Pero la llegada de los celulares añadió una nueva dimensión. “Era más fácil escuchar llamadas teléfonicas en vivo cuando funcionaba el viejo sistema analógico de celdas”, indicó un ex periodista. “A principios de los 90, había un aviso en el Exchange and Mart de una tienda de celulares de Bridgend que ofrecía un teléfono tipo teléfono de automóvil Motorola que había sido alterado con un cable serial que podía ser conectado a su computadora. Con el software provisto, podías usarlo como un escáner en vivo que mostraba los números de teléfono y escuchar las llamadas en tu PC”.

Pronto los periodistas en Fleet Street (sede del imperio Murdoch) estaban versados en cómo escuchar los nuevos teléfonos y acceder a sus casillas de mensajes de voz. “Se volvió más una cosa de periodistas escuchando los teléfonos de periodistas de diarios rivales”, apuntó el ex periodista. “Uno dejaba deliberadamente falsos mensajes para despistar sobre qué estaba haciendo y dónde”.

Algunos detectives privados contratados por el periódico eran como Glenn Mulcaire, el ex futbolista que está en el centro del escándalo de las escuchas y un recién llegado entonces a Fleet Street. “Trabajar para News of the World nunca fue fácil”, dijo Mulcaire la semana pasada. “Había una presión implacable. Había una demanda constante de resultados. Sabía que forzábamos los límites éticos, pero, en ese momento, no entendía que había violado la ley”.

Muchos otros eran como Sid Fillery, un ex miembro de un escuadrón móvil de Scotland Yard, que trabajaba para una compañía de detectives privados Southern Investigations, manejada por su amigo Jonathan Rees. Ambos fueron acusados de estar involucrados en el asesinato irresuelto del socio de Rees, Daniel Morgan, pero salieron libres después de que el caso en su contra colapsó a principios de este año, con la policía acusada de irregularidades por el juez.

Esta es la clase de relación complicada entre la policía, los periódicos y los investigadores privados que es probable que dé lugar a más escándalos a medida que cada uno de los tres lados se vuelva contra el otro.

Fillery, que ahora maneja un pub en Great Yarmouth, Norfolk, confirmó al Observer que la agencia había trabajado con News of the World en una cantidad de historias legítimas mientras él estaba en la Policía Metropolitana. Pero, en un desarrollo que promete arrojar más leña al fuego, dijo que tiene la intención de demandar a la fuerza. Un vocero de sus abogados, Pannone, declaró: “Podemos confirmer que un socio de la firma está asesorando al señor Fillery en una demanda contra la Policía Metropolitana por acusación maliciosa”.

La Policía Metropolitana, mientras tanto, está revolviendo toda la evidencia que ha acumulado sobre Rees para establecer si su compañía estaba involucrada también en actividades ilegales por cuenta de periódicos. Se dice que hay al menos 11.000 páginas de material relacionado con Rees en posesión de la Metropolitana, ninguna de las cuales ha sido revelada y algunas de la cuales se cree que están relacionadas con figuras clave que hasta ahora sólo han sido mencionadas en la periferia del escándalo (…)

Hasta ahora, los arrestos se han limitado a reporteros y editores, pero ¿cómo obtuvieron los investigadores los números de los teléfonos celulares para intervenir? Una obvia línea de investigación es el acceso ilegal a la computadora nacional de la Policía, lo que sugiere que hubo oficiales corruptos involucrados. El diario ha confirmado ya que varios oficiales de la Metropolitana recibían dinero a cambio de información.

Pero habrá otros fuera de la fuerza. “Imagino que hay algunos ex ingenieros de la telefónica (británica) que han ganado bastante durante años de practicar malas artes a través de terceros”, apunto un ex empleado de News of the World.

Un hombre de adentro de News International indicó que las estimaciones de que unos 4.000 teléfonos fueron interferidos podrían ser sólo una parte de la historia. Hay sugerencias de que el periódico estuvo interesado en unos 80.000 números de teléfono durante la década pasada. Cuántos fueron hackeados o grabados es tema para la investigación policial, pero para los 90 parece que las intervenciones se habían vuelto endémicas y ninguna persona era considerada intocable. Desde las familias de las víctimas del atentado del 7 de julio a (la víctima de asesinato) Milly Dowler, todos eran blancos. John Cooper, un abogado que representa a las familias de soldados asesinados en el desastre de Nimrod en Afganistán y en la explosión del Hércules de la RAF en Irak, así como aquellos que murieron en las barracas de Deepcut, confirmó el sábado por la noche que sus clientes temían haber sido víctimas de interferencias telefónicas.

Aún los casi muertos eran posibles blancos. En el invierno de 2004, cuando su más famoso cliente, George Best, estaba muriendo de una falla hepática, el agente Phil Hughes no podía entender como la prensa aparecía en la puerta de los hospitales correctos en el momento justo De cara al oprobio público y un retroceso en la Bolsa, la decisión de James Murdoch de matar al periódico fue presentada como un reflejo instintivo, una amputación de emergencia para mantener al paciente, News International, vivo. Pero puede no ser así. Una fuente bien ubicada ha sugerido que Murdoch ha puesto a un equipo a trabajar en planes para reemplazar News of the World con una adicional dominical de The Sun durante al menos tres meses. Ex periodistas del diario creen lo mismo. “Lo que ocurrió el jueves fue una movida cínica de Murdoch para ahorrar dinero, echar personal y convertir a The Sun en una operación de siete días a la semana”, afirmó uno de ellos. “Hace treinta años esto hubiera sido una cuestión sindical, pero Murdoch acabó con eso”.

Los analistas afirmaron enseguida que cerrar News of the World era un pequeño precio a pagar. Cierto, el periódico es altamente rentable, generó unos 12 millones de libras en ganancias en 2010 y casi 50 millones en ingresos publicitarios. Pero se prevé que Sky, de la que News Corp posee un 39% por ciento, ganará más de 1.000 millones de libras en 2011-12.

En Wall Street, Richard Greenfield, de BTIG, los brokers norteamericanos, afirmó que otros intereses de Murdoch en televisión por cable –Fox News y sus numerosas otras operaciones– eran mucho más valiosos a ojos de los inversores.

Greenfield habló por sus otros colegas al decir: “Muchos de nosotros creemos que los periódicos son una industria en el ocaso y nos importaría un cuerno si Murdoch decidiera deshacerse de todos ellos”.

La audaz transferencia de sus periódicos a Wapping, en el este de Londres, en 1986, probó que Murdoch odiaba a los sindicatos, pero qué le gusta es más difícil de precisar. En una entrevista con el Village Voice en 1976, siete años después de comprar News of the World, ofreció una poco común revelación de su psicología. Se pintó como un outsider, alguien que se había hecho de abajo.

“No estaba preparado para unirme al sistema”, afirmó. “Quizás sólo tengo un complejo de inferioridad respecto de ser australiano… Te unes al viejo sistema y vas a ser arrastrado al así llamado establishment social, de algún modo. Nunca lo hice”.

Su estatus de outsider quedó confirmado poco después de que adquirió News of the World, cuando este publicó los diarios de Christine Keeler, en un momento en el que ministro avergonzado, John Profumo, intentaba dejar el escándalo detrás. Sin embargo, fue la compra del Times, consentida por Margaret Thatcher in 1981, y la subsecuente mudanza del diario a Wapping la que lo convirtió en miembro del establishment que decía detestar.

Murdoch y Thatcher eran almas gemelas, ideológicamente, que abrazaban los mercados libres, odiaban Europa y estaban impacientes por desmantelar las viejas y agrietadas instituciones británicas. Por una vez, Murdoch parecía tener un afecto genuino por un político, a los que usualmente consideraba aliados en su empeño por expandir sus intereses.

Este pragmatismo político jugó en favor de Murdoch, permitiéndole respaldar ganadores y oponerse a los perdedores. Fue sólo en 1992, cuando John Major obtuvo una sorpresiva victoria electoral sobre el laborista Neil Kinnock, que la extensión real de la influencia de Murdoch se tornó evidente. Kinnock había parecido ir derecho a la victoria, pero la prensa de Murdoch lideró una estridente campaña en su contra en los días finales.

En la mañana de la elección, la tapa del Sun, pedía que “Si Kinnock gana hoy, que el último en dejar Gran Bretaña apague la luz”. Mientras lamía sus heridas en medio del naufragio de la cuarta elección general consecutiva que perdían los laboristas, Kinnock culpó a los medios y al establo de Murdoch en particular por dar vuelta la corriente en su contra. ”Es The Sun quien ganó”, dijo el triunfante titular del periódico.

Desde ese momento, los modernizadores del laborismo –Tony Blair, Peter Mandelson, Gordon Brown, Alastair Campbell y Jonathan Powell– supieron que si el partido iba a romper el control de los conservadores sobre el poder no había más importante tarea que conseguir el apoyo de Murdoch y sus periódicos.

Lance Price, un periodista y ex operador de prensa que trabajó en la casa de gobierno como segundo de Campbell, recuenta cómo Blair y éste tomaron a pecho el consejo del primer ministro australiano, Paul Keating, sobre cómo lidiar con Murdoch.

“Es un gran bastardo, malo, y la única manera en que podés lidiar con él es asegurarte de que piense que podés ser un gran bastardo malo también”, dijo. “Podés hacer acuerdos con él sin decir jamás que se ha hecho un acuerdo. Pero la única cosa que le importa es su negocio y el único lenguaje que respeta es la fuerza”.

En sus años en el poder, Blair tuvo encuentros regulares secretos con Murdoch, muchos en el exterior, y estaba en contacto telefónico regular. Price llegó a afimar que Murdoch “parecía el miembro número 24 del gabinete”.

Blair insistió en que no hubiera registro alguno de los encuentros o los llamados, de modo que fuera posible desmentirlos. Cherie Blair ha dicho que la decisión de su marido de ir a la guerra con Irak en 2003 fue “por poco”. Así fue –y hay evidencia de que la decisión final fue tomada sólo después de recibir el aliento de Murdoch y su bendición–. Blair habló con el magnate tres veces por teléfono en los 10 días previos a la invasión liderada por los Estados Unidos. Detalles obtenidos gracias a la libertad de información muestran que Blair llamó a Murdoch el 11, el 13 y el 19 de marzo de 2003. Las tropas norteamericanas y británicas iniciaron la invasión el 20, con el total apoyo del Times y The Sun.

La penetración de Murdoch en el corazón de la vida política se ha acelerado bajo (el gobierno de) Cameron. Sus lazos con el imperio Murdoch son aún más cercanos que los de Blair  o Gordon Brown, cuya esposa, Sarah, ayudó a organizar la fiesta por el cumpleaños 40 de (la editora y favorita de Murdoch, Rebekah) Brooks.

El contacto entre el líder conservador y los símiles de Michael Gove, el secretario de educación y ex periodista del Times, no son meramente profesionales, sino también sociales. Se cruzan en el mundillo político y periodístico de Oxfordshire. Cameron, que han sido invitado en la casa de  Cotswolds de Books, realizó su propia visita para ver a Murdoch en agosto de 2008 en su yate, fuera de las costas de Grecia.

Pero después de los eventos de la semana pasada, algunos se preguntan si el cordón umbilical entre Murdoch y los políticos británicos ha sido arrancado. Algunos comentaristas se plantean si, en una era de ventas declinantes, la hegemonía de la prensa, y en particular la de Murdoch, ha sido sobreestimada. El ascenso de las redes sociales permite a los políticos transmitir su mensaje sin la intermediación de los periódicos. Los avisadores están transfiriendo sus gastos de los medios convencionales a los sitios de las redes sociales.

Miembros del parlamento que el año pasado fueron acusados por el segundo líder liberal-demócrata Simon Hughes de estar “demasiado asustados” por el News International de Murdoch para testificar en los tribunales que sus teléfonos habían sido intervenidos, hacen fila para denunciar al magnate. “Estamos en un mundo completamente nuevo”, dijo un ministro en las sombras. “Esto es increíble. En cuestión de horas, el imperio de Murdoch ha ido de ser aquel que los políticos querían complacer a cualquier costo a este que están desesperados por repudiar y condenar. Murdoch ha dejado de ser un capital para volverse un lastre” (…)

Fuente: El puercoespín

 


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano