Este gobierno cumplirá técnicamente su ciclo político y administrativo en marzo del próximo año, aun cuando lo ha terminado de forma efectiva desde hace meses. Un largo y aburrido rito de desaparición de un gobierno que perdió no sólo el impulso, sino su sentido al primer año. Con la desguazada reforma tributaria por sus mismos aliados a escasos meses de haber llegado a La Moneda selló su destino. Un proceso abortado desde sus inicios. Una carrera no realizada.
Hoy son otras las corrientes que mueven la política. Está la percepción, que es cada día realidad, evidencia, densidad, del inicio de un nuevo ciclo, una etapa aún difusa con el reemplazo de actores y objetivos. Atrás, que es también un persistente presente sobre la inercia del actual gobierno, queda el escenario de la transición, los nefastos consensos sobre la connivencia entre los grandes negocios y la política. En estos últimos años, que ha coincidido con el segundo periodo de Michelle Bachelet, ha ocurrido la mayor debacle política y social de la historia reciente, tal vez sólo comparada con el recambio a finales de los años 80 del siglo pasado de la dictadura por la larga e incompleta transición hacia una plena democracia.
Este descarrilamiento, este monumental cortocircuito en el cableado del duopolio binominal, cobra evidencia, por un lado, cuando vemos desplomarse todo el andamiaje y decorado de los últimos 30 años empujado por permanentes y masivas movilizaciones sociales. En la otra cara, pero también como efecto y continuidad de la corrupción y desastre, emergen nuevas organizaciones y formas de agrupación. Como última, pero no final, consecuencia, aparecen nuevos sentidos y horizontes.
El orden saliente, o decadente, se ha basado en la destrucción y la explotación de la riqueza y los trabajadores por ya varias generaciones. En la superficie, en el marketing y la publicidad política, un crecimiento del PIB que ha saltado desde los 31 mil millones de dólares de 1990 a los 277 mil millones del 2014. Bajo la rutilante cifra, una riqueza canalizada en pocas familias y accionistas sobre el despojo, la devastación y una falsa modernidad basada en el consumo de masas.
Chile ha sido arrasado sin sentido de futuro o de solidaridad generacional. Es este el punto tal vez crucial, que hizo despertar a los estudiantes hacia finales de la década pasada. Este diseño de sociedad, basada en la ambición y la codicia sin límites, en el lucro permanente, en la ilusión de un presente continuo, logró crear fortunas para el ranking Forbes junto a la siembra del germen de la destrucción social, de la absoluta desigualdad y la negación del futuro.
Edmund Burke escribió hace más de 200 años que el verdadero contrato social no era el propuesto por Rousseau, entre el soberano y el pueblo, sino una asociación entre generaciones. “La sociedad es de hecho un contrato… el Estado es una asociación no sólo entre quienes viven, sino entre quienes viven, quienes han muerto y quienes han de nacer”. Un sentido de sociedad que el actual orden político y económico ha destrozado. El neoliberalismo no sólo arrasa con la relación entre gobernantes y representados de Rousseau sino también quiebra la asociación y el sentido de continuidad entre generaciones.
Es de una claridad palmaria esta ruptura en el despojo consciente y sistemático de los recursos naturales pese a todas las advertencias y evidencias de la catástrofe ambiental y climática. Pero esta concepción (o anticoncepción) de la sociedad tiene el mismo objetivo de una clausura presente, de una mirada acotada y miope, hacia las futuras generaciones. Ya no los trabajadores y los consumidores expoliados como recursos laborales y generadores de plusvalores (qué mejor ejemplo las AFP y las miserables pensiones), sino también las futuras generaciones, atadas a la banca y a las herramientas financieras desde la más tierna adolescencia. El futuro hipotecado para el lucro presente y continuo de corporaciones y especuladores. Una sociedad que no tiene más objetivos u horizontes que agitar la levadura del gran capital.
Hace más de una década los estudiantes se observaron en esta línea de producción continua generadora de rentabilidad corporativa. Es hoy el momento de la transformación de las mismas bases societales.
PAUL WALDER