Ruega que le den la pena de muerte.
La vida de Robert John Maudsley se lee como un manual: “Cómo crear a un psicópata en cinco simples pasos”. Poco se sabe de sus padres, excepto que tuvieron 12 hijos y abusaban violentamente de todos ellos por igual hasta que a los ocho años Maudsey fue “rescatado” por Servicios Sociales, quienes lo abandonaron a medio camino en un hogar de menores donde sufrió de repetidas violaciones. Escapó y en su adolescencia comenzó a prostituirse para vivir, lo que lo metió de cabeza en el mundo de las drogas.
En 1974, Maudsley tuvo relaciones con un hombre que tras usarlo le mostró fotografías de niños a quienes había abusado. Perdió totalmente el control y asesinó brutalmente al pedófilo a garrotazos.
En lugar de condenarlo a la cárcel, su biografía y víctima hicieron que la corte tuviera consideración y lo trasladara al Hospital Broadmoor, un instituto para criminales psiquiátricos. A pesar de que estaba sujeto a diagnostico, varios médicos declararon que Maudsley jamás podría reinsertarse en la sociedad.
En 1977, un nuevo paciente llegó a Broadmoor, condenado por pedofilia. Maudsley y David Cheeseman se encerraron en una de las salas y torturaron al hombre por nueve horas, hasta finalmente matarlo, mayormente por accidente. Lo que los guardias describieron le ganó a Maudsley una reputación aterradora:
La cabeza del hombre fue encontrada “abierta como un huevo cocido” con una cuchara metida adentro y sin parte de su masa encefálica.
Maudsley fue culpado de asesinato premeditado y transferido a una prisión común y corriente.
Allí Maudsley duró poco con las manos limpias. A pesar de que se excusaba en matar criminales “peores que él”, acabó asesinando a Salney Darwood, un hombre que había matado a su esposa.
Luego subió hasta el segundo piso, donde se encontraba Bill Roberts, un asesino de 56 años, y le rompió el craneo con una cuchilla improvisada.
Finalmente se dirigió hasta la oficina del director de la prisión… y con toda tranquilidad le entregó su cuchilla, un garrote y le dijo que en la próxima ronda iban a faltar dos personas.
Agregaron dos asesinatos a su cadena perpetua y en una elección que muchos han apuntado como extraña, decidieron que la cumpliría en la misma prisión— pero completamente separado del resto de presidiarios.
Desde 1978, Robert John Maudsley se encuentra completamente separado de toda humanidad.
Ha pedido repetidas veces que le den la pena de muerte, la cual fue abolida en 1965 en Gran Bretaña (en 1998 para ofensas mayores como traición al estado). Sus ruegos lo regresaron al ojo público, donde sus crímenes y carácter le ganaron el apodo de “Hannibal, el canibal” a pesar de que jamás se pudo comprobar que hubiese comido parte de sus víctimas.
“Las autoridades de la prisión me ven como un problema y su solución ha sido encerrarme en confinamiento solitario y tirar la llave, enterrarme en un ataúd de concreto. No les importa si estoy loco o soy malo. Sólo saben que no tienen respuestas y no les importa con tal de tenerme fuera de vista y de sus mentes.
Y así me han dejado estancado, abandonado a enfrentar mi soledad rodeado de gente con ojos que no ven y oídos que no escuchan, bocas que no hablan. Mi vida en confinamiento es un largo periodo de depresión sin fin”.
Su prisión hace honor a su nuevo sobrenombre— una unidad de dos celdas con paredes de vidrio grueso similar a la vista en The Silence of the Lambs. Durante la única hora que puede sentir la luz de sol es escoltado por seis guardias.
En prisión se ha dedicado a leer y ha ganado una afición por la música clásica. Varios exámenes han señalado que tiene un coeficiente intelectual muy alto y tanto guardias como médicos que han tratado con él lo describen como educado y amable.
Varios de sus hermanos llevan años luchando porque se le vuelva a tratar, no ignorando sus crímenes, pero considerando su historia y buscando un tratamiento efectivo.
Evidentemente, es un caso muy complicado.
Vía UPSOCL