Algunos apuntes sobre la sororidad, affidamiento y camaradería amorosa como estrategias de subversión en la construcción de la identidad amorosa de las mujeres

Si crees que puedes agarrarme, piensa otra vez: mi historia fluye en más de una dirección un delta que surge del cauce con sus cinco dedos extendidos Adrienne Rich Hemos planteado que el modo en que se ha construido el amor romántico desde Occidente, promueve y permite una serie de experiencias que están condicionados por […]

Algunos apuntes sobre la sororidad, affidamiento y camaradería amorosa como estrategias de subversión en la construcción de la identidad amorosa de las mujeres

Autor: Wari

Si crees que puedes agarrarme, piensa otra vez:

mi historia fluye en más de una dirección

un delta que surge del cauce

con sus cinco dedos extendidos

Adrienne Rich

Hemos planteado que el modo en que se ha construido el amor romántico desde Occidente, promueve y permite una serie de experiencias que están condicionados por los procesos sociales e ideológicos, donde las mujeres han sido partícipes de tales modos amatorios y que actualmente están siendo cuestionados desde diversas lecturas académicas y de proyecto de vida donde destaca el feminismo y sus aportaciones teórico metodológicas.

La conformación de la subjetividad de las mujeres ha tenido una influencia decisiva en la práctica política cotidiana desde el marco de sus relaciones y modos de mirarse y relacionarse con el y para el otro; la cuestión medular –sin embargo- es el fortalecimiento de un imaginario reforzado que Mabel Burin llama como el poder de los afectos, es decir, la adscripción de un poder afectivo que conduce a las mujeres a moldear sus relaciones y con ello configurar su identidad a partir de una afiliación a un sistema de valores donde destaca sus percepciones sobre feminidad, la creación de un ideal materno, e incluso el de erigirse como madre universal en el vínculo cotidiano de sus relaciones, que reforzado a través de alguna presencia masculina que le brinde seguridad y confianza y que la lleva a afiliarse a los intereses del otro, a partir de sus necesidades y consolidándose como figura de alteridad. Dicho molde conlleva –además- una adaptación social en términos de las necesidades y exigencias del imaginario patriarcal que como decíamos implica la renuncia de sí, la disimulación, el recato, la manipulación, competencia con otras mujeres, pero sobre todo el de ganarse un lugar al que es posible renunciar si se presenta con la compensación de afecto y compañía.

De ahí que desde la infancia comiencen a fincarse modelos de dependencia que posteriormente serán afinados en las relaciones de pareja y en su proyección social del deber ser a través de los modelos de “ser buena” “decente” y buscar modos “fusionales” de permanecer con el otro y en donde el idealismo platónico interpretado por una tradición religiosa permite situar las relaciones monógamas con uno y para siempre.

Precisamente en la construcción de identidad es que en los modos amorosos occidentales consolidados en la modernidad, resultan herramientas eficaces precisamente cuando Simone de Beavouir señala que la inferioridad de la mujer proviene de lo que denomina una repetición de la vida, un confinamiento desde la vida privada que permite que los espacios familiares se fortalezcan desde los lazos del matrimonio, la vida en pareja y el trabajo doméstico. Dicha construcción identitaria es el producto de un caleidoscopio donde contribuye de modo determinante la constitución cultural de la masculinidad o de la feminidad a través de lo que Teresita de Laurentís denomina “la tecnología del género”.

Cito: “el género tiene la función (que lo define) de constituir individuos concretos en cuanto hombres y mujeres”

A partir de este panorama y ante la eminente necesidad de formar construcciones identitarias y subjetivas distintas, es que resulta importante que las mujeres no sólo revisen la naturaleza de sus proceso históricos sobre el modo de ejercer el amor, sino la manera en que se desenvuelven esas relaciones a partir de la otredad y de una definición de persona por un lado, y por otro en estrategias y medios de vinculación con otras mujeres que en el carácter ético político promuevan amistades de género y de ahí amor entre iguales.

Sería sencillo hablar de fraternidad o solidaridad que nos acerquen a los móviles de deconstrucción social, sin embargo, preferimos reposicionar la categoría de sororidad que implica además, un pacto político de género entre mujeres que se reconocen como interlocutoras, es decir, la visibilidad concreta de la reciprocidad y la potenciación de los aportes de las mujeres en su empoderamiento y auto crítica.

Desde Marcela Lagarde la sororidad es “(…) una política que trata de desmontar la misoginia… ¿Cómo lograr la sinergia entre mujeres diferentes que reconocen que la diversidad es un valor positivo, que se unen para universalizar los derechos y para contribuir a la valoración de los derechos de las mujeres en el mundo?”.

Partamos de desafiar la lógica platónica quien sostiene a través de Lisis en los Diálogos que es imposible la amistad entre iguales o dicho de otro modo, entre hombres buenos.

No discutiremos a fondo la tesis pero sí desde Marcela Lagarde sostenemos que es por supuesto factible la “amistad entre mujeres diferentes y pares, cómplices que se proponen trabajar, crear y convencer, que se encuentran y reconocen en el feminismo, para vivir la vida con un sentido profundamente libertario” .

Esta alianza de mujeres no es sencilla, dado la tradición cultural de mirar a las otras mujeres como ajenas, competencia, e incluso rivales en los temas del amor y la aceptación laboral/social. Reconocernos en otras mujeres, discernir las características propias y saber mirar –por ende- respetar las diferencias es el primer marco de voluntad que nos permite tomar decisiones propias con el apoyo de la otra.

De ahí una reflexión colectiva en reunión con otras mujeres que permita rebasar a la solidaridad dado que aún este concepto se vincula con un intercambio que mantiene las condiciones como están; mientras que la sororidad, tiene implícita la modificación de las relaciones entre mujeres.

Y más aún, abrazar en la medida de nuestros pactos el sentido de affidamiento que nace para nombrar la tutela entre iguales y donde en conjunto se cuestiona todo tipo de subordinación, pero en la ética de los cuidados el affidarse una mujer a su igual tiene un contenido de lucha política.

Este repensarse al paralelo de mirarse en compromisos colectivos y singulares y que de acuerdo a Lagarde es tan importante como la lucha contra otros fenómenos de la opresión y por crear espacios en que las mujeres puedan desplegar nuevas posibilidades de vida.

Le damos contenido sustantivo a la amistad, la presentamos en el campo de la nueva dialéctica sin amos y/o esclavos, sino entre iguales que se abren, confían, hablan, transforman.

Un amistad política que deviene en práctica efectiva. Un modo en que los ecos de “lo personal es político” permiten habitarnos.

En este placer que se convierte en estrategia política permite que las mujeres repensemos los actos de la vida cotidiana donde se inscribe –entre otras- la dependencia emocional que como ya decíamos potencializa la alteridad, esto es, la construcción de la relación del yo con el otro: la relación de intersubjetividad.

De ahí que la reconstrucción de identidades permite una camaradería amorosa que coloque al ejercicio efectivo de la autonomía como eje vector de la relación con el otro/otra.

Y aquí el francés Emilé Armand traza elementos importantes de análisis donde propone que las asociaciones de afinidad deberían ser escogidas y entabladas libremente con la posibilidad de interrumpirlas en cualquier momento que una de las partes lo deseen, con todas las premisas políticas de comunicación y honestidad que como condición sine qua non, nos permite el sustento de nuevos replanteamientos amorosos.

Se adhiere a una ética de la reciprocidad lo que resulta congruente con una relación entre iguales y mira que las posibilidades de autorealización -preferimos llamarla autonomía- son potenciadas por medio del ver las asociaciones libres con otros.

Revisar la tesis de la camaradería amorosa también nos permite cuestionar los paradigmas de monogamia nuclear y posibilitar un libre contrato de asociación que se finque en construir una amistad como tejido político que destaque premisas de sororidad, equidad y consenso, sin duda, ejes vectores de una propuesta colectiva.

Por Diana Marina Neri Arriaga

libertariayfeminista.blogspot.com

Bibliografía:

Armand Emilé, “Individualismo Anarquista y camaradería amorosa”

Cuesta Cremades Berlem y Fuester Peiró Angela, “Habitar la amistad, resistir la precariedad. Amigas en tiempos precarios”, en ex aequo, número 22. 2010.

Burin Maribel, El deseo de poder en la construcción de la subjetividad femenina. El “techo de cristal” en la carrera laboral de las mujeres. En Almudena Hernando Gonzalo (coord.) ¿Desean las mujeres el poder? Cinco reflexiones en torno a un deseo conflictivo, Madrid, Minerva ediciones, 2003.

De Beauvoir, El segundo sexo, Siglo XX, Madrid, 1975.

Foucault, M., Historia de la Sexualidad. La Voluntad de Saber. Siglo Veintiuno, Madrid, 1992.

Lauretis, T., Diferencias. Etapas de un camino a través del feminismo. Horas y Horas.

Fotografía: “La danza”- Henri Matisse


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