Dignatarios

      ¿Qué se espera de un dignatario en tiempo de crisis? ¿Qué se espera de alguien investido de dignidad, de decoro, de honor, de respeto? Algo simple: dignar el tiempo presente con una esperanza de futuro común a su pueblo

Dignatarios

Autor: Cristobal Cornejo

 

 

 

¿Qué se espera de un dignatario en tiempo de crisis? ¿Qué se espera de alguien investido de dignidad, de decoro, de honor, de respeto?

Algo simple: dignar el tiempo presente con una esperanza de futuro común a su pueblo.

Un pueblo por definición es heterogéneo. Un pueblo lo constituyen quienes “nos levantamos para construir un país mejor” y también por quienes desayunan pensando en cómo pagar las cuentas vencidas, en cómo hacer para que la segunda hija pueda ir a la universidad o en como apurar la espera en el consultorio.

El país lo hacen los que tiran piedras porque tienen rabia y aquellos a quienes se llevó el alcohol porque no podían salir adelante. Lo hacen las artistas que imaginan mundos no rentables y artesanos que reclaman el cáñamo expropiado. Las parejas en exceso apasionadas en el metro y las ancianas con las miradas extraviadas recordando tiempos que piensan fueron mejores también hacen país.

Lo hacen quienes se levantan pensando en lo que han de especular en el día y quienes prometen progreso mientras lucran con el petróleo, la energía o la celulosa. Hacen el país los médicos que pagan autos de lujo con los dividendos devengados de operaciones de urgencia realizadas en clínicas privadas y doctoras que atienden a los marginales en los consultorios externos de hospitales públicos precariamente dotados.

Hacen el país las mujeres que friegan las cocinas tratando de conformar a empleadores exigentes y las niñas que pueden jugar en las pocas horas libres que le sociedad les permite. Lo hacen los mapuche y los aymara, también los palestinos que quedaron atrás en Villarrica o Los Lagos y los alemanes de Llanquihue. Lo hacen a razón de minutos las trabajadoras y trabajadores de los call centers y los intelectuales del GAM.

Un país se hace de traficantes, embajadores, pensadoras, empresarios, innovadores, creadoras, políticos, encapuchados, enfierradores, cantores y cantoras, aparadoras de calzado, vendedores de tienda o de discos piratas, señoritas Avon, especuladores financieros, lobistas o tinterillos (o como quiera que se les llame).

¿Pero de qué se hace un dignatario?

De la esperanza de muchas y muchos, sin duda. De la posibilidad, del por si acaso de la historia, del sueño y la certidumbre de su presencia. El dignatario se hace digno en el corazón de su pueblo y perdura con él, como don Pedro Aguirre Cerda, ¿no?

Pero hay modos de no ser dignatario, de in-dignar, de revertir el pulso de la circunstancia y trocar la esperanza en amargura. Los in-dignatarios desmontan los caminos que de otro modo pudieran ser transitados, truecan en odio lo que pudo ser de otro modo. Dicen: “Mientras nos levantamos temprano para construir un país mejor, otros hacen lo contrario, causando dolor, sufrimiento, incendios de escuelas y atacando Carabineros”. El maniqueísmo se adueña del discurso público, pensándose a sí mismo en una curiosa condición redentora, y la esperanza – de haberla habido – se desvanece.

De un dignatario uno espera la palabra que tienda los puentes que hacen falta para avizorar un destino. Uno espera que la voz pública refiera la riqueza de un país donde algunos despliegan su vocación filantrópica al tiempo que miles de jóvenes reclaman por las calles algo mejor a lo que se tiene. Indigna que, en cambio, la voz pública haga lo contrario, que divida y enardezca, que pontifique y persiga, pues esta es la vocación de aquellos in-dignatarios que uno preferiría olvidar.


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