Crónica: Las putas también desfilaron este 19 de septiembre

Una transversal convocatoria tuvo la Marcha de las Putas ocurrida ayer lunes 19 de septiembre en el centro de Santiago

Crónica: Las putas también desfilaron este 19 de septiembre

Autor: Cristobal Cornejo

Una transversal convocatoria tuvo la Marcha de las Putas ocurrida ayer lunes 19 de septiembre en el centro de Santiago. La provocadora iniciativa, de carácter político, busca difundir el rechazo a los roles que se otorgan socialmente a las mujeres, como la maternidad, el matrimonio, la fidelidad, la “decencia”, y la sumisión al hombre y la familia.

Desde las cinco de la tarde, como un epílogo caliente a las adoradas fiestas patrias, una no menor cantidad de putas y putos, acompañados de numerosos simpatizantes, que debieron sumar 250, dieron vida a la marcha que ya amenaza al machismo con extenderse a varios puntos del planeta, donde ha sido replicada.

¿El motivo?: A comienzos de este año, un policía canadiense sorprendió a muchas personas con la siguiente afirmación, cuando fuera invitado a un campus universitario donde una joven había sido violada: “Las mujeres no deberían vestirse como putas si no quieren ser violadas”.

Podría haber sido un psicólogo, un sociólogo (aunque la mayoría no sean santos de nuestra devoción), o un karateca, dispuesto a enseñar trucos de autodefensa a las mujeres. Pero se invitó a un policía, representante inmejorable de un tipo pensamiento común en nuestra sociedad, donde el deseo y la autonomía de la mujer se ven sujetos a parámetros opresivos y limitantes. La oposición entre la “mujer decente” y la “mujer puta” como categorías de nefastas implicancias prácticas.

Como decía la convocatoria, al adueñarnos y resignificar la palabra ‘puta’, somos capaces de quitarle el sentido ofensivo, “y luchar contra el dominio de nuestros cuerpos. Abortamos el miedo: Cuando una mujer dice NO significa NO. Nada justifica el accionar de un violador. Rompamos con las normas del ser mujer”.

Niñas, jóvenes y adultas compartiendo entre burbujas de jabón; miembrxs de organizaciones feministas y de disidencia sexual, personajes exhibicionistas especialmente creados para la ocasión, y un despliegue de activismo lujurioso, fue la tónica de la concentración, que se convocó por redes sociales y marchó sin autorización por calle Mac Iver hasta la Estación Mapocho, como primera parada.

La policía hizo su aparición media hora después de la hora de reunión, sin definirse si consideraban lo suficientemente amenazante “que las putas se tomen el poder”, como decía un cántico. “Paco bonito / igual te doy besitos / con ese traje apretadito”, decía otro grito, queriendo romper el hielo con las fuerzas policiales.

No me gustas”, le dice una carabinera a la activista argentina Leonor Silvestri, enfundada en un traje de látex, luego que esta le manifieste un interés, principalmente, provocativo.

“Creo que me van a llevar presa”, me dice. “Me ponen nerviosa las Fuerzas Especiales”, y se escabulle entre la marcha. Puta y libre, la pornoterrorista argentina es una de las princesas de la tarde.

“Yo vine porque soy un lesbiana, puta y caliente”, me dice otra, en un ajustado vestido rojizo y bototos doc Martens.

Por Mac Iver se grita frente a la Iglesia de la intersección con Merced; frente a la Primera Comisaría. Automovilistas tocan sus bocinas en apoyo y los transeúntes desenfundan sus cámaras y teléfonos para registrar el momento. Siempre riendo, nerviosos, y tratando de no arriesgarse mucho.

En cada pórtico, reja o lugar significativo, se monta un estudio de foto softcore. “Ni sumisa ni devota, te quiero linda y loca”, dice un letrero feminista.

Hay chicos travestidos, de barba, bigotes y dreadlocks. Flacos y flacas; gordas y gordos; vestidos y desvestidos y semivestidos; punks y queers engrupidos. “Cada vez somos más / las maracas reculiás”.

“La vagancia de Chile”, dice un viejo a la llegada a la Estación Mapocho. “Que trabaje él”, pienso yo. “Ni a la patria ni al trabajo”, me confirmo.

Somos escoltados desde la mitad del recorrido por Carabineros. Más allá se une un carro lanza-aguas y un zorrillo. También una micro de pacos. En el frontis de la Estación Mapocho un escenario improvisado recibe las arengas de un par de oradores. Algunos hablan de derechos, otros de machismo o de igualdad. No hay un único punto de vista ni enfoque e incluso hay algunos que podrían ser contrapuestos. Sin embargo, el espíritu es el mismo, por lo que no importa género, ni deseos sexuales. Tan sólo la calle tomada para una revuelta de cuerpos sexuados.

La marcha pretende continuar avanzando por calle Puente hasta el frontis de la Catedral Metropolitana. La policía lo intuye y bloquea el paso con un guanaco y un piquete. Las locas y las putas no ofrecen resistencia violenta; sí una serie de bromas y ofensas, cara a cara con los uniformados.

Dispersión hacia la estación Cal y Canto y calles aledañas. Reagrupación en Puente con Rosas. Piquete que no sabe bien como actuar. No sabe si terminar con esta degeneración rápidamente o si será lo suficientemente débil y rosa como para temerle a las lumas, bototos y gases lacrimógenos.

Finalmente, camino con una chica hacia la Plaza. En el camino distingo tres, cuatro, cinco, seis, putas. El punto caliente ya es ahora el frontis de la Catedral, fortaleza cuidada por un piquete de verde.

Minutos antes le pregunto al Teniente Raktevicius, de Fuerzas Especiales, por qué no dejan avanzar por Puente, que es una calle peatonal. Me dice que esto tiene características de marcha y no tiene autorización, por lo que debe disolverse de inmediato. No es paradójico, sigo preguntándole, que no se haya disuelto hace bastante rato, ya que incluso marchó por la calle, y sin autorización. “¿El problema es que quieren llegar a la Catedral, cierto? ¿Eso es lo que cuidan?”, le digo frío. Yo no estoy a cargo del operativo, dice. El Comandante Ríos está a cargo.

Ni Ríos ni el de apellido raro logran su cometido. El piño de putas ya está en el centro, desafiando policías, ciudadanos, patriotas y más que nada la capacidad de asombro de los inmigrantes, público mayoritario de la Plaza en un día como este.

“¿Esto es una marcha de los gays”, me pregunta uno, probablemente peruano. No precisamente, le digo. Es una marcha para que las mujeres puedan vestirse como quieran y hacer lo que quieran, incluido follar con muchos hombres y mujeres distintas, como no les gusta a los hombres. Me mira y se ríe.

“Soy estudiante universitaria”, dice Silvestri a los curiosos que se acercan. “¿Quién me ayuda con una moneda”, pregunta, con el traje de latex semiabierto, mostrando tetas y un dildo amenazante.

“Soy argentina, pero ya me he disfrazado de chilena piñerista y paso desapercibida”, bromea, luego que se ha pintado un bigote hitleriano.

Los contrastes son interesantes: Al centro de la Plaza un predicador evangélico habla a no se quien sobre el fin del mundo y el diablo en la tierra. Parece que no se ha percatado que a pocos metros están “los que curan la heterosexualidad” y las “vaginas que piden igualdad, con muchos hombres acostarse”.

Me sorprendo: Un señor que no venía en la marcha pero se ha acercado hasta el mitin le cuenta a otro que esto nació en Canadá. Está bien enterado y se muestra risueño. Un par de mujeres, señoras, también se han acercado. Quieren fotografiarse. Lo hacen entre risas.

“¿Qué le parece?”, le pregunto luego de que escucha la motivación de la marcha de boca de un orador improvisado. “Está bien, hay mucho machismo”, me responde un tanto insegura.

Luego de bailes, gritos por la revolución sexual y social, muchas bromas de doble y triple sentido, y calor interior y exterior, la actividad llega a su fin. Varios toman la palabra y agradecen la concurrencia.

Rata de dos patas” de Paquita del Barrio es la canción elegida para finalizar. Se le dedica a los Carabineros, que miran desentendidos y confundidos la locura del puterío variopinto.

Lea una entrevista a Leonor Silvestri: “No hay que organizar partidos, sino alianzas de afinidad sexo-afectivas”

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Por Cristóbal Cornejo

El Ciudadano

 



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