Donald Trump en nombre de Estados Unidos denunció al Acuerdo de París sobre el cambio climático, canceló todas las medidas adoptadas en virtud del acuerdo y se retiró del llamado Fondo Verde para el Clima. Esas son las principales decisiones que Donald Trump anunció finalmente el 1 de junio después de que muchos dudaron que lo haría.
Para Trump y para los negacionistas climáticos norteamericanos (los que niegan la crisis ecológica), el acuerdo de París tenía por objetivo frenar el desarrollo y el poder de la gran potencia Norteamericana. Fue claro cuando dijo: «El acuerdo de París no es sobre el clima, se trata de la ventaja económica que otros países consiguen a costa de los Estados Unidos. El resto del mundo aplaudió cuando firmamos el acuerdo. Ellos estaban felices, por la sencilla razón de que sufrimos una gran desventaja económica”.
Planteándose como el defensor de los intereses del pueblo norteamericano, el magnate y presidente —hoy en las cuerdas por obstrucción a la justicia denunciadas por el ex director del FBI James Comey en el Congreso— sostuvo que si los EE.UU. se mantenían en el Acuerdo, éste causaría la pérdida de 2,7 millones de puestos de trabajo, costaría tres mil millones de dólares a los EE UU y, además, provocaría a los ciudadanos una pérdida de poder de compra de hasta siete mil dólares anuales. Agregó que habría una baja de «86 % en la industria del carbón», aun cuando silenció que la energía solar ya da empleo a 800 mil trabajadores estadounidenses (contra 67 mil en el carbón) y crea más empleos de los que pierde el sector del carbón.
Como lo afirma Daniel Tanuro, especialista en cuestiones ecológicas y económicas vinculadas a la destrucción capitalista, la postura de Trump es simple: “Los pobres estadounidenses, demasiado honestos, son víctimas de una gran injusticia urdida por un complot malvado de todos los demás países. Por ello, la denuncia del Acuerdo es una reacción elemental de soberanía y dignidad nacional: ‘Los Jefes de Estado de Europa y China no deben tener más que decir sobre la política de Estados Unidos que los ciudadanos de EEUU. No queremos ser el hazmerreír del mundo. No lo seremos’” expresa el Presidente de la gran potencia.
Trump fijó sin ambages su posición anti clima. «El acuerdo de París es injusto para los EEUU. Bloquea el desarrollo del carbón limpio (en EE UU). China puede construir cientos de centrales de carbón, la India puede duplicar su producción de carbón, incluso Europa puede construir plantas de carbón». «Tenemos suficientes reservas de energía para sacar de la pobreza a todos los ciudadanos de los Estados Unidos, volveremos a abrir una mina en Pennsylvania”, añadió. Pero, debido al Acuerdo de París, «millones de familias estadounidenses han permanecido en la pobreza.»
Recuperando el tono de sus actos de campaña, Trump ha utilizado a fondo a lo largo de su discurso la demagogia social. Como si su gobierno de multimillonarios fuera a dar un empleo digno y un ingreso decente a los trabajadores de Detroit y Pittsburgh; como si el acuerdo de París robase el dinero y el empleo a los trabajadores de Estados Unidos para distribuirlo a otros.
El eje de esta propaganda es el empleo en los EE.UU. Para Trump, como capitalista creyente, los puestos de trabajo, obviamente, dependen del crecimiento. Las energías renovables podrían ser suficientes en caso de un crecimiento lento, dijo, pero no en la hipótesis de un crecimiento del 3 al 4 %. Eso es lo que Trump hace creer con su lema «Haz América grande otra vez», unos Estados Unidos que crean puestos de trabajo mediante la construcción de muros y la fabricación de armas. «Para esto, necesitamos todas las energías no solo las renovables», dijo. «De lo contrario, corremos un gran riesgo de cortes de corriente para millones de familias.»
TRUMP JUEGA CON EL ODIO
A Trump no le importa el clima ni el principio de responsabilidades diferenciadas -que es el corazón de la Convención de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático- ni el hecho de que Estados Unidos permanezca al grupo de cabeza de países que emiten la mayor parte de los gases de efecto invernadero per cápita, muy por delante de China, India, Brasil. Su discurso no está lejos de ser una llamada al odio. Un odio imperialista para desviar la ira de los trabajadores estadounidenses contra sus patrones, que son los que han trasladado su producción a los países con salarios bajos.
Ahora bien, el Acuerdo de París es sólo una declaración de intenciones. Es insuficiente para combatir el calentamiento global y la crisis ecológica provocada por el capitalismo. Pero es una declaración de intenciones que tiene al menos la ventaja -la única- de fijar una meta: “Permanecer por debajo de 2°C y continuar los esfuerzos para no exceder el 1,5º C». Las contribuciones nacionales a este objetivo conducen a un calentamiento de 3 a 4° C para finales de siglo. Pero no hacer nada podría aumentar el mercurio hasta 6° C. “¡Pero no hacer nada es exactamente lo que Estados Unidos acaba de decidir! Esto implica una diferencia mucho mayor del 0,2° C”, expresa Daniel Tanuro.
La brutalidad de las declaraciones de Trump resta toda credibilidad a una propuesta de renegociación. Además de los países «emergentes» y «en desarrollo» la Casa Blanca ataca frontalmente a sus socios europeos: «los que piden a los EE. UU. permanecer en el acuerdo son los países que salen tan caros a los EE. UU. por sus prácticas comerciales y no pagan sus contribuciones a la alianza militar «. El objetivo es ahora Merkel. La tensión entre Washington y Berlín ha alcanzado un clímax.
IMPACTO EN LA POLÍTICA INTERNA NORTEAMERICANA
En términos de la política interna de Estados Unidos, la denuncia del Acuerdo da la impresión de una huida hacia delante de Trump para tratar de salir de una situación cada vez más precaria al escucharse cada vez más voces pidiendo un impeachment.
Trump se enfrentaba a una decisión difícil. Si permanecía en el Acuerdo, se «normalizaba» (un poco) como un presidente “responsable», que respondía positivamente a los deseos de la mayoría de los círculos de negocios (¡incluyendo ExxonMobil y otros grupos de energía!) y transmitía confianza a la opinión pública de Estados Unidos (que está convencida y preocupada en su mayoría por la realidad del cambio climático). Pero si se «normalizaba» daría la espalda a su base electoral militante, populista y reaccionaria, y perdía un activo importante entre los electores del Partido Republicano, que no le apoyan unánimemente, pero que en su mayoría son negacionistas del cambio climático.
Pero Trump es frágil y por eso optó por satisfacer su base, representada en su equipo por Bannon, Pence, Pruitt, Sessions y otros. Mike Pence, que introdujo su discurso -y Scott Pruitt que lo comentó- han hecho hincapié en este aspecto: el Presidente hace lo que dice. (Pruitt -que realmente parece un lacayo pelota de su jefe también ha echado mano del populismo, al hablar de la «clase trabajadora», y saludar a Trump como ¡”el campeón de los olvidados de este país «!).
Esta opción a favor de su base era probablemente el mal menor a corto plazo para Trump. Sin embargo, a medio plazo, cuando se vuelva a concentrar en su «core business» nacional-populista, el Presidente podría provocar que los círculos gobernantes de las grandes empresas y sus representantes políticos decidan deshacerse de él. Sabremos más en los próximos días, especialmente con la audiencia del ex presidente del FBI Comey ante el Comité de Inteligencia del Senado.
UNA SITUACIÓN NO MENOS DRAMÁTICA
En términos de impacto sobre el clima, la retirada de Estados Unidos es grave, pero no debe ser dramatizada. La cuestión de fondo, de hecho, es que el acuerdo de París de ninguna manera iba a evitar el desastre. Esto no quiere decir que la denuncia del acuerdo no es importante, es un ejemplo de la capacidad de molestar de Trump que debe ser apreciada en sus correctos términos… Sin caer en el apoyo al acuerdo de París y sus partidarios europeos, chino, u otros, que de una forma tan bonita y barata pasan por responsables mientras alegremente contribuyen a la catástrofe climática.
PELIGRO DE TRASPIÉ GEOESTRATÉGICO
Lo esencial parece jugarse a nivel geoestratégico. El discurso de Trump sobre el clima confirma de hecho que los engranajes se están moviendo. La crisis entre la Unión Europea (UE) y los EE UU se está intensificando, y el tono se eleva entre los competidores. Un extenso realineamiento de las fuerzas imperialistas, incluido el estallido de la OTAN, una reforma / militarización de la UE, y el acercamiento entre China y la UE han dejado de ser escenarios de ciencia ficción. La situación podría escapar al control de los protagonistas. Uno de ellos es, obviamente, la política del propio Trump.
Aquí hay que destacar que esta política no es impulsada de forma sencilla y mecánicamente por la burguesía yankee (cientos de líderes de las principales compañías de Estados Unidos han instado a Trump a permanecer en el Acuerdo, incluyendo los líderes del sector de la energía) ni por un sector u otro de la clase capitalista.
¿QUÉ HACER? ¿QUÉ DECIR?
Es necesario denunciar la política de Trump, pero exigir que los EE. UU. permanezcan en el Acuerdo de París tiene poco sentido. Negociar concesiones para que se queden sería inaceptable. Que se vayan cuanto antes: ello aislará enormemente a Trump, fomentará las luchas de los movimientos sociales en los EE. UU. en contra de su política, y evitará que se propague su negacionismo climático absurdo en el ámbito internacional.
Lo que demuestra el asunto Trump en última instancia es que no es posible una respuesta al desafío del cambio climático respetando las leyes del capitalismo sediento de crecimiento/beneficios y una política neoliberal que provoca desempleo, pobreza y desigualdad. La protección del clima pasa por la lucha de los movimientos sociales y la convergencia de las luchas. Hay que relanzar un movimiento global por la justicia climática cuyos objetivos deben ser: respeto incondicional de los compromisos del Fondo Verde para el clima; alto a las grandes obras de infraestructura fósiles; eliminación de las producciones innecesarias y nocivas (¡armas!) y la obsolescencia planificada; socialización de la energía, el crédito y el agua; apoyo a la agricultura ecológica y la soberanía alimentaria local; reducción radical del tiempo de trabajo sin pérdida de salario; desarrollo del sector público bajo el control de los usuarios en los campos del transporte y del aislamiento/ renovación … Sólo este tipo de objetivos programáticos ofrecen una salida a la altura de la urgencia y la gravedad de la crisis social y ecológica que vivimos.