Finlandia, septiembre 17 de 2011.
Señores
Instituto de Derechos Humanos
Presente
Cuando escribo estas líneas, estamos pronto a cumplir 19 años desde aquella asoleada mañana, cuando nos despedíamos de nuestros compañeros presos políticos en la Cárcel Pública de Santiago, también de nuestros familiares, amigos y compañeros de nuestro pueblo, que con su lucha y la nuestra nos negábamos a creer en la oferta de Justicia que el proceso de “la transición a la democracia” ofrecía a nuestro país y sus Organizaciones de Derechos Humanos. Cuando despegó el avión de la loza del aeropuerto de Pudahuel, comprendí una vez más, que no hubo Justicia, pues iniciaba con ese vuelo el camino hacia el “Destierro”.
No puedo negar que tuvimos un caluroso recibimiento de parte de las organizaciones solidarias con la causa de nuestro Pueblo de tiempos de Dictadura, no puedo negar que he tenido posibilidades de un puesto de trabajo y capacitación profesional, y en nuestra mesa no ha faltado el pan y hemos habitado en una vivienda que nos protege del inhóspito invierno finlandés. Sin embargo, ni este bienestar, ni la tranquilidad, ni la cultura de este país, ha impedido hacerme sentir que cada día de estos casi 19 años pago una injusta condena.
El Destierro no es una condena que me afecta solo a mí, es para toda mi familia, mi compañera y mis cuatro hijos. ¿Me podría creer usted que mi hija -a su 28 años- todavía no puede entender que ella tiene derecho a ser feliz?; haber aprendido a caminar en la cárcel junto a su madre, haber despertado a la vida -a sus escasos años- bajo el temor que cualquier día llegaría la noticia de una fatídica “muerte anunciada”, como era la amenaza de la pena de muerte.
Ellos salieron felices, ese día de noviembre junto a sus padres, rumbo a este bello país de bosques y lagos, pero triste fue el día que comprendieron mis hijos que como padre tenían un ermitaño que, al sobrevivir bajo el destierro, más que “un gracias a la vida”, era una maldición tener que sentir el peso de la derrota y la injusticia que nuestro pueblo debe tragarse con los “nuevos tiempos” que sucedieron a 17 años de Dictadura.
Cuando le cuento estas cosas no es para que se pongan a llorar conmigo sino para que se alcance a entender que hemos pagado de sobra la condena a la cual me ha sometido el Estado chileno, más de nueve años de cárcel en Chile, y estos casi 19 años de destierro.
Hace ya varios años iniciamos más de una campaña para terminar con esta condena, Ministros y comisiones de Derechos Humanos de varios países europeos, además del Presidente de la comisión de Derechos Humanos de la Unión Europea, altos funcionarios de la comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, pidieron el fin al destierro. El mismísimo Monseñor Helmut Frenz -recientemente fallecido- pidió el fin a esta condena. La Señora Bachelet y su Gobierno no fueron capaces ni siquiera de hacer llegar una respuesta. Solamente silencio.
También cabe mencionar que hace un par de años nuestros abogados hicieron la solicitud de indulto. Una vez más tener que pedir indulto, pero ni siquiera eso ha significado una ayuda, la solicitud está perdida en la burocracia del Estado chileno.
Señoras y señores del Instituto de Derechos Humanos, no estoy dispuesto a tener que cumplir los seis años de condena que nos queda en este lejano país. No es la soberbia ni el rencor lo que me embarga. Creo que hay razones de sobra para que ustedes hagan algo para terminar con esta injusticia. Yo ya digo ¡Basta! con mi compañera y un grupo de ex presos políticos, compañeros y compañeras de distintos sectores sociales, activistas de Derechos Humanos, abogados, jóvenes estudiantes, hemos formado un Comité cuyo nombre es “Fin al Destierro Ahora”, haciendo suyo este grito de injusticia. Este comité convoca y reclama la solidaridad de nuestro pueblo a esta causa.
Señoras y señores es que componen y actúan en el Instituto de Derechos Humanos, estamos pidiendo que con este tema expuesto, se comprometan a llevar esta problemática dentro de sus actividades diarias como garantes de la protección de los derechos humanos tan básicos e inalienables, como es el derecho a vivir y morir en nuestra patria, pues es éste -dentro de muchas otras violaciones a los Derechos Humanos- el que ha estado por décadas invisibilizado en nuestra sociedad y en instituciones u organismos que están comprometidos con esta materia.
Solicitamos que ustedes asuman este compromiso expresándolo en cada instancia que corresponda, que “EL DESTIERRO” ha sido y sigue siendo un acto concreto de violación a los derechos humanos. Hoy somos nosotros, en el futuro quizá sean otros los que se encuentren en estas condiciones. Ustedes están llamados(as) a ayudar a resolver este conflicto, que como ya es sabido, sólo se puede avanzar a través de la promulgación de una Ley, por la vía administrativa o bien por ambas a la vez.
El artículo 3° de la Ley del instituto de los Derechos Humanos, establece con claridad que “le corresponderá al Instituto: Comunicar al Gobierno y a los otros órganos del Estado su opinión respecto a los Derechos Humanos y, a la vez, proponer a los órganos del estado las medidas que favorezcan la protección y promoción de los Derechos Humanos.
Finalmente, quiero decirles que no estamos pidiendo que se reconozca como legítimo haber ejercido el derecho a la lucha contra la dictadura de ayer, como era la reivindicación de la organización de los presos políticos y nuestros familiares y amigos durante aquellos años, sino que simplemente estamos exigiendo que se reconozca que nosotros ya hemos pagado de sobra la condena.
¿Qué más quiere el Estado chileno? ¿Vermos de rodillas?… ¡Eso nunca! simplemente porque no pertenecemos a esa estirpe de hijos de nuestro pueblo. Jamás nos podrán ver de rodillas ante la opresión y la injusticia.
Creo, como dice la canción:
“Dice mi padre que ya llegará
desde el fondo del tiempo otro tiempo
y me dice que el sol brillará
sobre un pueblo que él sueña
labrando su verde solar”.
Gracias de antemano, y esperando que nuestras palabras tengan una buena acogida, les saluda fraternalmente.
Hugo Marchant Moya
Silvia Aedo Sepúlveda