El movimiento estudiantil habiendo transitado un largo camino de movilización -no exento de equivocaciones y aciertos- hoy más que nunca necesita consolidar todo lo avanzado de la mano del ímpetu rebelde y movilizador en claridad programática, política, conciencia y organización.
Poco a poco para el grueso del movimiento estudiantil, la persistencia de las protestas nacionales (35 hasta la fecha), el dinamismo en las formas de movilización social (desde la histórica asonada callejera, la familiar convocatoria dominical a las novedosas formas de movilización; de las clásicas ocupaciones de instituciones públicas, marchas y mítines hasta las extremas huelgas de hambre), la masividad histórica en las calles y el amplio apoyo social concitado por las demandas centrales comenzaron a estrellarse contra el frío paredón de la institucionalidad política del modelo de acumulación neoliberal, poniendo en el centro de la problemática la contradicción de los intereses en disputa en materia educacional (la contradicción entre los proyectos de sociedad que encarnan las propuestas educativas), la disparidad de poder de los actores en la contienda y lo dificultoso de que el horizonte político del movimiento (Educación gratuita como derecho social) se consiguiese en el desarrollo de la actual coyuntura de movilización.
Si bien el movimiento estudiantil entre la jornada del 4 de agosto y el paro nacional del 24 y 25 pudo pasar a la ofensiva política, trasladando su demanda sectorial hacia una tensión de la institucionalidad generando un escenario de “ingobernabilidad política”, cercando al Ejecutivo y a la clase política en su conjunto, la ausencia de un movimiento social más decidido y consciente en sus interese que hubiese presionado desde el flanco de la producción económica acompañando al movimiento estudiantil, impidió la proyección del escenario de ingobernabilidad en una crisis sistémica, perdiendo el protagonismo político, pasando a la defensiva, permitiendo el reacomodo de las fuerzas políticas y quedando en la deriva de la iniciativa y los tiempos puesto por el Ejecutivo.
Fue en ese momento peak cuando el movimiento estudiantil debió haber puesto los términos mínimos para una mesa de negociación que le permitiese ganar sin validar la institucionalidad vigente, acumulando fuerza social y proyectando la movilización en un proceso mayor. Sin embargo, la falta de una unidad al interior del movimiento y una conducción política fuerte y con claridad estratégica se hizo notar con fuerza y el peso del reformismo (JJ.CC.- Concerta-Autonomos) y la desidia de una izquierda “revolucionaria” marginal y sin foco político de perspectiva nacional preponderó, dilatando la fuerza del movimiento en una seguidilla de errores: cancelación de movilizaciones, convocatorias a marchas a última hora, semanas sin ninguna actividad, culminando en un movimiento desgastado, presionado por el cierre de semestre y la pérdida de beneficios, y emprendiendo una contraofensiva basada en establecer condiciones mínimas para un diálogo ad portas de la Ley Nacional de Presupuesto, desviando el foco político de las demandas de fondo a las garantías para poder negociar reformas mínimas a los aspectos considerados como estructurales.
Si bien este escenario desfavorable para el movimiento estudiantil y popular está prácticamente cerrado sobre sí, la posibilidad de transformar la salida de esta coyuntura desde la derrota inminente en un avance sustantivo para el movimiento popular en su conjunto se posiciona como una tarea necesaria y estratégica. Hoy por hoy la posibilidad de decantar esta experiencia social de lucha y movilización, sus límites y aciertos, en un aprendizaje sustantivo pasa por mantener y consolidar los avances subjetivos del movimiento en claridad y conciencia de los intereses de clases en disputa, expresados en la construcción y fortalecimiento de las organizaciones sociales de base, en la construcción por parte del movimiento social de un programa o proyecto público de educación que dote de horizontes desde el cual evaluar los avances y/o retrocesos de la lucha reivindicativa y desarrollando y fortaleciendo las herramientas de coordinación y de lucha –gérmenes del poder popular- hoy diseminados por distintas regiones del país.
Esto supone como tareas prioritarias que:
1) al interior del movimiento estudiantil los sectores de clase y de intención revolucionaria converjan hacia la construcción de plataformas de unificación táctica, que plantee la tarea de disputar la hegemonía al reformismo de la mano de la construcción de proyectos institucionales y/o de universidad, liceos, etc., lo más amplios y convocantes posibles, despojados de fórmulas y estereotipos ortodoxos y que avancen hacia el objetivo de fortalecer la organización democrática y de base como la herramienta básica de lucha en lo estudiantil;
2) avanzar en la necesidad de que el sector emergente de los estudiantes de universidades privadas se organicen y se articulen al resto del estudiantado organizado en
3) una plataforma amplia, convergente y democrática con marcos reivindicativos diferenciados para cada actor y sus particularidades, pero articulables en torno a las demandas estructurales ;
4) la necesidad de fortalecer e impulsar los distintos procesos de construcción de los Congresos Sociales de Educación (ejemplo de la VIII Región), de tal forma de poder articular intersectorialmente las franja de pueblo organizado y dotar de procesos sociales de construcción política, que impulsen el empoderamiento y organización de franjas de pueblo desorganizado.
En definitiva, constituir un movimiento y/o actor político-social que permita dinamizar el conflicto social hoy latente desde lo educativo a lo social en su conjunto, en el marco de un proceso de lucha y rearme de los trabajadores y los sectores populares.
¡¡Arriba los y las que luchan!!
Venceremos
Por Maximiliano Zeguel-Gutiérrez
26 de septiembre del 2011
Publicado en www.lachispa.cl
Fotografía: Liceo tomado en Antofagasta. Por Cristian Sotomayor Demuth
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