“‘Esto es lo último que nos faltaba’, se dijo Fernanda. ‘Un anarquista en la familia’”
(Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad, p.250, Ed. Círculo de Lectores, 1970)
En prácticamente toda América Latina, el anarquismo, fundamentalmente en su variante sindicalista, ha estado en el orígen mismo del movimiento obrero moderno; la fundación de sociedades obreras en resistencia, ligas de inquilinos, federaciones estudiantiles, son prueba del rico legado aportado por el movimiento libertario al movimiento popular continental. Aún cuando en casi todas partes, el anarquismo haya comenzado a declinar desde la década del ’30 (salvo el caso uruguayo y algunas otras expresiones episódicas aquí y allá), su participación en la génesis del movimiento popular en muchos países hace que ciertos elementos libertarios le sobrevivan aún de manera inconsciente en ciertas prácticas de movimientos y organizaciones sociales. Hoy, estamos ante un renacer del movimiento libertario después de un hiato de medio siglo. Una nueva generación de libertarios latinoamericanos pretende volver a hacer al anarquismo una apuesta política relevante para el presente, para las masas populares que piden respuestas frescas a los problemas que las afligen y que no han encontrado solución ni en los límites del sistema imperante, ni en las fórmulas de una izquierda anquilosada, dogmática y autoritaria (aún en sus variantes “anarquistas fosilizadas”[1]). También surgen por todas partes iniciativas populares que, sin ser anarquistas, se nutren de esta necesidad de construir alternativas colectivas, despertando los instintos libertarios del pueblo y llegando a convergencias interesantes con los postulados clásicos del movimiento anarquista.
LOS ANARQUISTAS Y LA HISTORIA
Ante la tarea de hacer el anarquismo nuevamente relevante para las luchas populares del presente, esta nueva generación enfrenta una serie de desafíos: el más importante, es que este hiato de medio siglo la ha dejado huérfana de tradiciones organizativas o de experiencia acumulada en varias generaciones militantes, como ocurre con otros movimientos. Esto significa que esta nueva generación militante debe recurrir a la historia, como una escuela para la formación teórico-práctica. A falta de viejos que transmitan sus experiencias, esta tarea de aprendizaje debe realizarse mediante la recuperación de una historia en muchos casos olvidada, o sepultada deliberadamente por los “adversarios políticos” de derecha o de izquierda del movimiento libertario. Es por ello que una cantidad impresionante de jóvenes de inclinaciones libertarias hayan optado por la investigación histórica, entregando nuevas luces sobre la historia de los movimientos populares, revelando matices mucho más ricos que los descritos por la historiografía tradicional del movimiento obrero, la cual ha estado dominada casi siempre por “intelectuales orgánicos” que las más de las veces confundían la historia del movimiento obrero con la historia de su partido. Cierto es que es fácil caer precisamente en este mismo error por parte de algunos investigadores libertarios de esta nueva generación, y un vicio que debemos siempre enfrentar es la mistificación de la historia, la reverencia de la experiencia, la cual impide un acceso crítico a la realidad para aprender de los aciertos y no replicar los errores.
Pero esta nueva generación libertaria no tiene a su disposición solamente la historia del movimiento anarquista. Tiene también la historia más reciente de los movimientos revolucionarios latinoamericanos, que sin ser necesariamente libertarios, entregan elementos importantes para entender la trayectoria histórica de las últimas décadas y las posibilidades para los proyectos emancipatorios contemporáneos. Es importante, para abordar esta clase de estudio, abandonar el purismo sectario y entender dialécticamente estos movimientos, tomando los elementos útiles y rechazando los que son inadecuados. Lo cual requiere, obviamente, suficiente madurez política como para entender que el mundo es más complejo que una visión bipolar en “blanco y negro”. Y entender, por lo demás, que todas las experiencias populares tienen lecciones para los libertarios precisamente porque nosotros no somos sino un elemento más de un pueblo diverso y complejo, que con sus falencias y fortalezas, intenta construir su destino.
Pero hay aún otro elemento más. También está el presente, con sus contradicciones, con sus crisis ideológicas, económicas y políticas múltiples, las cuales también es necesario conocer. Y está la experiencia de los movimientos populares actuales, en los cuales muchas veces participamos, la cual también tiene elementos que entregarnos en cuanto libertarios siempre y cuando no tengamos excesivas anteojeras ideológicas y sepamos entender que el más tibio movimiento real del pueblo es superior a la más elaborada torre de marfil. Los libertarios, por tanto, tenemos un rico legado histórico, distante y reciente, así como una vasta tradición de organizaciones sociales en todo el continente, sobre las cuales construir una alternativa libertaria para el siglo XXI. Una alternativa libertaria que no entendemos con excesivos celos partidarios, ni de espalda al pueblo, sino que construida en medio del pueblo, en contacto permanente con todas las expresiones de la lucha popular y junto a otros sectores sociales y políticos. El tiempo añejo del dogmatismo y de los purismos ideológicos exacerbados, del exclusivismo teórico-prepotente, pertenece al jurásico; puede que aún sea considerado válido para quienes tienen afición de cazadores de mariposas, mas no para quienes tienen ambición de cambiar al mundo.
Es por todo esto aquí expuesto, por lo cual considero que el libro “Pasado y Presente del Anarquismo y del Anarcosindicalismo en Colombia” (Utopía Libertaria, 2011), recientemente editado y coordinado por los compañeros y las compañeras del Cilep, con el apoyo de CGT (Estado sspañol) y del Cedins (Colombia), es una estupenda contribución desde lo teórico-político para la consolidación de este movimiento libertario de nuevo cuño. En sus propias palabras, este ejercicio histórico no es hecho con el espíritu del anticuario que va tras la curiosidad del pasado, sino que está hecho con un espíritu de abordar, con la experiencia de ese pasado, los desafíos de las clases populares en el presente:
“La crisis del anarquismo colombiano requiere un retorno, un gesto que permita volver a sus orígenes. Pero no para glorificar el mito de los años veinte, sino para extraer de estas experiencias históricas algunas indicaciones que abran caminos de reflexión sobre su propio presente. Por eso, la aproximación al pasado se hace con cierta voluntad de repetición: una repetición que no busca una reproducción de lo mismo, sino la manifestación de lo diferente. En otras palabras, se retorna sobre el pasado para captar en él aquello que se puede volver a hacer, pero siempre de manera distinta.” (p.187)
EL PASADO
El libro tiene dos partes fundamentales: el pasado y el presente. El pasado es abordado por los investigadores Mauricio Flórez Pinzón y Diego Paredes Goicochea con una fresca mirada sobre la historia del movimiento anarquista colombiano en la década del ’20, época de oro del movimiento libertario, el cual jamás volvería a tener el mismo peso posteriormente. Solamente por este hecho, el libro ya valdría la pena, ya que la información que se tiene del anarquismo histórico en Colombia es extremadamente dispersa y superficial. Aquí y allá se encuentra alguna reseña de los anarquistas en tal o cual congreso obrero, existen algunos libros que tocan la historia del anarquismo colombiano de manera bastante ligera, y existen un par de libros sobre el pintoresco anarquista colombiano Biófilo Panclasta. Mucho más que eso no hay.
En los trabajos sobre el anarquismo colombiano de la edad de oro que componen este volúmen, se aborda el contexto social en el cual surge el anarquismo como un movimiento organizado a comienzos de la década del ‘20; la influencia de ciertos libertarios venidos de otras tierras (el peruano Gutarra, algún español, alemán, griego e italiano) a un país que jamás atrajo las masas inmigrantes que Argentina, Uruguay o Brasil; las experiencias organizativas de estos anarquistas en el campo sindical y en otras luchas, como la de los inquilinos; como aparte de la capital, es la Costa Atlántica la que emerje como el centro dinámico del movimiento libertario de esa época; la búsqueda de la unidad de clase, mediante la realización de los congresos obreros desde 1924 hasta 1928, en los cuales pese a los compromisos que se logran entre las partes, terminan por ser el escenario en el cual se termina por dividir las aguas en el movimiento revolucionario entre el anarquismo y el socialismo de inspiración marxista; las relaciones del anarquismo con miembros del Partido Socialista Revolucionario (que llevarán a que por mucho tiempo, a gente como María Cano y Raúl Eduardo Mahecha se les considere anarquistas); la participación de los anarquistas en la ola de huelgas de la segunda mitad de la década del ’20, que terminará en la trágica masacre de las bananeras en 1928; las intrigas sectarias entre los comunistas ortodoxos que se oponían a comunistas heterodoxos como Mahecha en el PSR y el impacto que tuvo esto en el movimiento popular, aún para los libertarios; el declive de una década de agitación mediante la represión, de la cual el anarquismo no volvió a reponerse nunca con la misma fuerza de ese primer período, en el que casi pudo, pero tal vez le faltó la cohesión organizativa y la visión estratégica necesaria para haberse convertido en una fuerza hegemónica en el movimiento popular.
Pese a que su influencia en el movimiento popular fue efímera, no por ella fue poco significativa: prueba de ello, es que como hemos dicho, muchos de los forjadores del movimiento popular y socialista colombiano han sido erróneamente asociados al anarquismo, no por confusiones de orden doctrinario, sino porque el anarquismo estableció una manera ecuménica de aglutinar a los sectores explotados en lucha frontal en contra del sistema de opresión, marcando así el espíritu de una época de combates sociales, época con la cual se asocia a estos personajes. Algunos, como Juan de Dios Romero, negaban su supuesta filiación anarquista, pero de manera respetuosa y noble:
“[…] no somos anarquistas porque aún nos consumimos en este ir y venir de los odios y las rivalidades, y el anarquismo es un ideal hoy, y mañana una realidad, en la que no existiera [sic] esas manifestaciones de minúscula avaricia.
Pero quienes aspiran a iluminar el cerebro con la antorcha de la verdad social no son, no pueden ser, enemigos del anarquismo; por el contrario, están en la obligación de hacerle calle de honor al anarquismo, porque la historia del proletariado está ribeteada de [sus] hazañas en favor del pueblo.” (p.147)
Ya en otra ocasión, me había topado con una entrevista al antiguo dirigente del Partido Comunista Colombiano, Gilberto Vieira, quien en 1988, adscribiera, erróneamente, al dirigente campesino Erasmo Valencia filiación libertaria. Hablando de cómo el movimiento comunista se vio forzado a formar autodefensas campesinas que luego se convirtieron en el movimiento guerrillero, Vieira dice que:
“La lucha se extendió a otras regiones vecinas, especialmente a una región muy montañosa conocida como el páramo de Sumapaz, donde había un movimiento agrario muy fuerte que no había sido influenciado por los comunistas, sino por un dirigente anarquista llamado Erasmo Valencia” (“Combinación de Todas las Formas de Lucha”, Publicaciones Latinoamericanas, 1988, pp.19-20)
Desde luego que Valencia no era anarquista; pero así aparecía ante los ojos de la nueva camada comunista representada por Vieira. Esto demuestra hasta qué punto el anarquismo fue capaz de definir un determinado momento histórico.
Sin lugar a dudas que este libro no es una historia definitiva del movimiento anarquista colombiano. Hay muchos elementos que pueden profundizarse, como ser la composición social de los sectores de influencia libertaria; la relación de los medios militantes con las bases populares en las que tenían influencia; una más pormenorizada investigación sobre las organizaciones sindicales fundadas por los ácratas; estudios regionales, por gremios; o qué pasó con el anarquismo entrada la década del ’30, cuando el polo más dinámico del movimiento libertario pasó a tener su asiento en el departamento de Antioquia. Sin embargo, este libro es un excelente punto de partida, porque al tratar sobre la práctica del anarquismo en el corto período en el que estuvo en condiciones de influenciar al conjunto del movimiento popular (1924-1928), no lo trata como una “curiosidad histórica” sino que lo posiciona como una alternativa política de la cual podemos extraer lecciones políticas para el presente. Al hablar fundamentalmente del anarquismo que fue relevante políticamente en su contexto histórico, estamos poniendo el acento en la necesidad de que vuelva a serlo en el presente. Además, porque no existe una aburrida descripción de eventos aislados, de nombres y fechas, sino que existe un esfuerzo de interpretar esa historia según las necesidades y los tiempos del presente. Esta lectura política y analítica sobre el hecho histórico, no se hace en desmedro del rigor histórico, sino que se fundamenta en él, ya que como hemos dicho, no es el interés de los autores escribir un panegírico sobre las glorias pasadas.
EL PRESENTE
Después de abordar el pasado del movimiento, Luis Alfredo Burbano aborda los problemas del movimiento popular en el presente y qué rol cabe al movimiento libertario en este panorama. Se cuida bien el autor de caer en recetarios fáciles y en confundir al anarquismo con pócimas “para hacer crecer enanos”. En vez de una visión esquemática y simplista, que parte de lo ideológico para llegar al mundo real, Burbano hace su ensayo en sentido opuesto. Parte desde las múltiples crisis que afectan a la izquierda, al movimiento social y particularmente al sindicalismo colombiano, describiendo firmemente el terreno en el cual actúan los sectores comprometidos con el cambio social –terreno signado por la represión masiva y el desplazamiento forzoso, la violencia selectiva hacia opositores y la violencia de clase que va desde las reformas neoliberales en detrimento de la clase trabajadora, hasta los sicarios con que se aniquila a sindicalistas (Colombia es el país donde se asesina a más sindicalistas en todo el mundo -67% de los asesinatos a sindicalistas en el 2010 ocurrieron en ese país). De ahí, llega a la necesidad de un replanteamiento estratégico, político y ético, del movimiento popular, que resignifique la práctica y la perspectiva revolucionaria desde lo libertario.
Estamos lejos de creer que el anarquismo tenga la última palabra, o que sea un sanbenito con el cual se solucionen todos los problemas de este mundo y del otro. Pero desde su acumulado histórico y político, tiene ciertamente elementos que aportar para revitalizar a un movimiento que pugne por los cambios radicales y profundos que Colombia necesita para superar un siglo de infamias e ignominias, de violencias sistemáticas contra los de abajo. La recuperación de una cultura de democracia participativa en el movimiento popular, no como consigna sino como una práctica cotidiana de empoderamiento del conjunto del pueblo; la recuperación de la acción directa ante las prácticas cada vez más burocratizadas y oenegizadas del movimiento popular; la articulación social con otros sectores de la comunidad, en vez del frío gremialismo, como han demostrado los obreros corteros en Valle del Cauca en el 2008 y los obreros petroleros en Puerto Gaitán desde hace unos meses, en dos movilizaciones que marcan indudablemente un punto de inflexión para el movimiento obrero colombiano, no solamente por su combatividad, sino porque lograron demostrar el camino de la unidad para la clase; la incorporación de una ética libertaria a la lucha, en la cual se ponga un acento fundamental en que también debemos cambiar la manera de relacionarnos entre las personas, que ese también es un punto de crucial importancia en la lucha revolucionaria.
La reflexión final, queda a cargo del Cilep. En ella, sintetizan la relevancia de esta historia para la recreación de un proyecto revolucionario y libertario para Colombia, como parte de un proceso revolucionario y libertario de alcance universal. Quienes hemos venido siguiendo sus escritos, apreciamos que es consistente con lo que han venido planteando desde hace un tiempo, y que busca articular una visión estratégica para el movimiento popular, con una impronta decididamente libertaria. Este libro, en suma, representa un invaluable ejercicio de reflexión, desde la historia comprometida, para rescatar una visión, una alternativa, para las luchas del presente, de las cuales los anarquistas ya han vuelto a ser parte: ahí se les ve en las luchas de los barrios populares, en las luchas vivendistas, en la solidaridad con los presos por luchar, abriendo centros sociales, en la lucha anti-militarista, por la educación popular y participando de instancias de convergencia como el Congreso de los Pueblos.
Agradecemos por último a la Editorial Anarres poner nuevamente a nuestra disposición un título excelente como parte de su colección Utopía Libertaria.
Por José Antonio Gutiérrez D.
1º de septiembre, 2011
[1] Existe también un anarquismo dogmático, atávico, fosilizado, cerrado en sí mismo, el cual es tan autoritario y anquilosado como muchas de esas sectas estalinianas. Ellos son completamente ajenos al espíritu de este nuevo movimiento popular y ven “traiciones”, “reformismo” o “insuficiencias”, donde nosotros vemos posibilidades de intervención política. No es a ellos a quienes me refiero como esa “nueva generación de anarquistas”.
Publicado en www.anarkismo.net
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