Movimiento social: Tiempo de transformar y transformarnos

Entre los innumerables haberes con que ya cuenta el actual movimiento ha estado el generar una lúcida conciencia de sí y en consecuencia un necesario y saludable cuestionamiento y debate acerca de cómo reconstruirse, fortalecerse y constituirse en un sujeto de transformación y cambio para el Chile de este Siglo XXI

Movimiento social: Tiempo de transformar y transformarnos

Autor: Mauricio Becerra

Entre los innumerables haberes con que ya cuenta el actual movimiento ha estado el generar una lúcida conciencia de sí y en consecuencia un necesario y saludable cuestionamiento y debate acerca de cómo reconstruirse, fortalecerse y constituirse en un sujeto de transformación y cambio para el Chile de este Siglo XXI.

Este necesario debate, para el cual muchas veces no hubo quórum, parte de la constatación de que durante las últimas dos décadas y a raíz de los pactos de gobernabilidad entre Concertación y Derecha, tendientes no sólo a honrar el compromiso con una “democracia protegida”, sino a dar continuidad y profundizar el modelo económico neoliberal, tanto el movimiento social, como el sindical han sufrido y sufren una serie de imposiciones estructurales tendientes a excluirlos de la participación política y atomizar su accionar, imponiendo lo individual sobre lo colectivo, lo formal sobre lo real, la institución sobre el movimiento, lo adjetivo sobre lo sustantivo tratándose de luchas y transformaciones.

Ello por supuesto, no pasa inadvertido para la mayoría y se traduce en una profunda crisis de las estructuras sociales y sindicales, estas últimas no sólo entre los trabajadores que estamos afiliados a ellas, sino que también, respecto de los miles de trabajadores que se mantienen desvinculados de la estructura sindical que reconocemos como matriz.

En lo que nos corresponde y en cuanto a las causas del alejamiento de las organizaciones sociales y sindicales tradicionales de sus bases de trabajadores y de la ciudadanía en general, parece claro que, por una parte no se ha asimilado la real significación de la implementación del sistema neoliberal en Chile y sus consecuencias reales y concretas en el mundo del trabajo y por otra, hay que decirlo, a que no siempre sus conducciones han visto en la institución que encabezan una herramienta al servicio de los trabajadores y no un fin en si mismo que sea posible justificar o hacer perdurar con prescindencia de un movimiento de trabajadores activo, transformador, crítico y autocrítico.

Debemos anotar sin duda, que dicho fenómeno noventero y de los primeros años del Siglo XXI no sólo afectó al movimiento sindical, aunque sea allí su efecto más visible por la urgencia con que salta a la vista su indispensable superación, sino al movimiento social, territorial, cultural e incluso político.

De algún modo, podríamos afirmar sin llamar a escándalo, que a algunas de nuestras organizaciones y muchas veces a nuestros dirigentes se fueron adosando los mismos déficit que a nuestra singular democracia: incapacidad o abdicación de hacerse cargo de un proyecto político transformador, apatía, luchas intestinas y auto reproducción del poder.

En lo que toca al movimiento sindical, en efecto resulta un despropósito a todas luces, el no hacernos cargo del hecho evidente de que el mundo del trabajo ha cambiado. A la relación laboral clásica (un trabajador-un empleador) se ha instalado una organización mayoritariamente inspirada en la flexibilidad laboral y en la tercerización, entendidas estas últimas únicamente como mecanismo de precarización de las condiciones laborales.

Esta nueva realidad, que a estas alturas constituye la regla, ha tenido como consecuencia directa el menoscabo de los derechos de los trabajadores, la atomización del movimiento sindical, la pérdida de fuerza relativa de las organizaciones sindicales, lo que junto a una normativa laboral reaccionaria hace ineficaz el derecho a la libertad sindical, la negociación colectiva y la huelga.

Frente a esta realidad objetiva, muchas organizaciones sindicales siguen funcionando como si estas nuevas formas de organización del trabajo fueran excepcionales y no la regla general, manteniendo una estructura interna concebida para una realidad laboral anterior a la dictadura, burocratizada, que no permite la participación real y efectivamente democrática de los trabajadores. A ello se agrega la carencia de una política clara que permita efectivamente orientar el accionar práctico de la organización a atacar no sólo los efectos negativos del sistema de tercerización intensivo, sino sus orígenes y obviamente el modelo económico y político que les da sustento.

Esta distancia entre la realidad que viven los trabajadores y la que consideran como tal sus organizaciones, se refleja vivamente en primer término en el hecho estadístico de la baja sindicalización: 9.340 Sindicatos que agrupan a 800.001 mil trabajadores, que representan el 13,9 % de un total de 5.782.781 con derecho a organizarse. Podemos agregar a esto que la Central Unitaria de Trabajadores tiene 447.971 afilados lo que representa el 87,8 % de los trabajadores organizados, la UNETE tiene 41.113 afiliados que representa el 8,6 %, y la CAT tiene 20.877 afiliados que representa el 4, 14 % de los trabajadores de organizados. (Datos Oficiales del Ministerio del Trabajo).

La situación anterior, que no puede seguir siendo achacada al majadero discurso de las limitaciones establecidas por el Código del Trabajo, el cual es un factor pero no el único, viene siendo una constante en la última década ya que en esta la afiliación sindical se mantiene estable, décimas más décimas menos, en torno al 13% del total de la fuerza del trabajo.

No obstante y felizmente, en el último quinquenio surgieron distintas expresiones de movilización social que han cuestionado el modelo capitalista en su fase neoliberal, como fueron las de los trabajadores forestales, salmoneros, temporeros, contratistas del cobre, Agro Super, etc. que develaron la realidad de miles de trabajadores, sus condiciones de precariedad en el ámbito del trabajo y la falta real de negociación colectiva, dejando en evidencia el déficit en materias de libertad Sindical y el Incumplimiento por parte del Estado de Chile de los Convenios 87 y 98 de la Organización Internacional del Trabajo.

Movilizaciones que surgen a pesar del discurso legalista de las autoridades, con un discurso material de implementación de negociaciones colectivas sin sujeción al Código del Trabajo y a la legalidad vigente, poniendo por delante la necesidad indispensable de confrontarse de una manera decidida a los efectos de la implementación de las políticas de flexibilidad laboral y tercerización, y lo hicieron por cierto sin contar con un respaldo decisivo de la estructura sindical tradicional, que no lograba y no logra aún dar con la urgencia que exige la magnitud y poder ofensivo del adversario.

Ahora bien resultan evidentes las lecciones que debemos sacar de los actuales movimientos sociales y ciudadanos. En primer lugar, es indudable que hoy las personas no quieren sentirse representadas sino participantes de los procesos que les atañen y que lo nuevo está precisamente en el surgimiento de este imparable afán de protagonizar su historia sin mediadores.

Indispensable es tener conciencia de que no toda transformación implica destrucción total de lo que está sino un proceso de continuidad y cambio que signifique potenciar lo mejor de nuestra historia, desde Recabarren a Gladys, desde la Asamblea de la Civilidad a las combativas organizaciones de DD.HH, desde la Coordinadora de Pobladores al primer paro nacional en dictadura.

Un poco de eso hay en nuestros jóvenes, que desempolvaron las ollas y las mezclaron con el Thriller o la Besatón, para mostrarnos cómo es posible sin traumas ni nostalgias, dejar atrás lo que ya no nos sirve, aunque sea querido, y abrazar lo nuevo y efectivo.

En segundo lugar, poner sobre la individualidad lo colectivo. Entendiendo éste último como el debate abierto de las ideas y propuestas, la participación en los ámbitos de ejercicio de poder y decisión, la pluralidad y tolerancia en que la diferencia es valedera y respetable, la construcción de una orgánica que de espacio y contenga todo lo anterior y a la vez se declara en continua transformación en función del interés de la lucha por el interés común.

Por otra parte, es evidente que la situación actual es también reflejo de la consistente perdida de legitimación del bloque Concertacionista, verdadero dique de contención del movimiento social durante las últimas dos décadas, y que girando a cuenta de las luchas por recuperación de la democracia fue hábil en desmontar intentos anteriores de instalar críticas al sistema neoliberal.

Consecuente con lo anterior, y es otro gran logro del actual movimiento, el hacer evidente la deslegitimación de nuestro sistema constitucional y político, también pactado por el duopolio Derecha-Concertación, destinado a asegurar este sistema de explotación leonino y asegurar la representación política únicamente de estos bloques, excluyendo a todo sector más o menos organizado que piense distinto.

A esta institucionalidad no sólo se le reclama su vicio de origen sino la profundización antidemocrática de las últimas dos décadas. Frente a ello se ve cada vez con mayor claridad la necesidad de impulsar una nueva carta constitucional, en la que el lucro y el ánimo de ganancia no sea el bien protegido, sino las personas y sus derechos más básicos. En que los representantes de la ciudadanía sean electos en forma efectivamente democrática y se termine con la reproducción de la elite política. En que el Estado tenga un rol efectivo y relevante en el aseguramiento de estos derechos sociales y la prestación de los servicios que derivan de ellos. En que se termine con el robo de nuestros recursos naturales, etc.

Frente a estos objetivos, que no necesariamente serán de consecución inmediata, resulta claro que este movimiento social se ha venido construyendo y sorprendiendo de su propio poder y capacidad de poner en jaque realidades que se mostraban como inmutables. Se declara confiado en si mismo y no dispuesto a delegar otra vez su fuerza en quienes han demostrado no representarlos, en la que el majadero discurso de la elite ha dejado de tener sentido y donde surge con fuerza la interrogante de porqué los pueblos originarios, los estudiantes, los trabajadores, debemos delegar en otros el poder que nos corresponde como sujetos políticos.

Cristian Cuevas

Presidente de la Confederación de Trabajadores del Cobre


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