La primera vez que cayó la Revolución Cubana fue el 1 de enero de 1959. Desde entonces viene cayendo cada año.
Cada uno de estos cincuenta y ocho años han sido una guerra de la que los cubanos han aprendido a defenderse. De su poderoso y cercano enemigo. Y de muchos de sus amigos.
El 26 de julio de 1953 no fue solo la acción heroica de una generación de jóvenes cubanos dispuestos morir por librar a su patria de la opresión de la tiranía.
Esa acción audaz llegó a ser con el tiempo un modo de ser.
Una conducta cuya ánima se inoculó en todo aquello que para los cubanos es difícil duro, complejo y requiere mucho sacrificio y conciencia. Es decir, en todo.
El 26 de julio es una ética mucho más que una efeméride. Es una orden hacia el futuro de los cubanos y de los que quieren a Cuba. No hay enemigos grandes y poderosos. Hay decisiones pequeñas y cobardías enormes.
La gesta del 26 de julio enseñó que un buen jefe es la mitad de la tropa. Y que su valentía se multiplica en sus compañeros y no es la suma de las opciones y la resta de los riesgos. Enseñó que ser dirigente es un estatus que se gana con el ejemplo. Y que cuando la misión es legítima, no hay esfuerzo desdeñable.
Ha de ser el 26 la derrota militar más extraña de cuantas ha habido en la historia. La que dio paso a la victoria más bella. Y le abrió la puerta a la historia al más importante líder político del siglo XX, y sin duda el revolucionario más querido por los pobres del mundo.
En cincuenta y ocho años Cuba ha debido sortear obstáculos que ningún país podría. El más importante: dejar de depender de los Estados Unidos, luego de haber sido una colonia de esa potencia. Y a la instalación de un bloqueo económico criminal que dura hasta hoy, pero que no fue capaz de doblar esa cerviz rebelde.
Y luego, todos los innumerables obstáculos que se fueron creando por el enemigo y por ellos mismos, atinando un día sí y un día no.
El imperio más poderoso de la historia de la humanidad jamás pudo siquiera poner un soldado en esa tierra. Lo que podría hacer en cualquier lugar del mundo, por muy lejano que fuese, no pudieron hacerlo en Cuba, a segundos de vuelo de sus aviones.
Descuella en esta historia un hombre que deseaba pararse en una esquina.
Fidel es la demostración palpable de la más grande derrota sufrida por el imperialismo. Nunca pudieron, dijo sin soberbia al referirse a que en más de seiscientos atentados, jamás atinaron a matarlo.
Se convirtió en piedra.
Cuba es también una interpelación diaria a la izquierda mundial, en especial a la de Latinoamérica. En más de medio siglo ha sido discutida con no poca pasión y no poca suspicacia. Y muchas veces han sido quienes se han dicho sus amigos, sus peores detractores.
Para Cuba ha sido fácil sobrevivir a sus enemigos. Quizás le ha costado un poco más, sobrevivir a algunos de sus amigos.
Es la revolución cubana un evento de la historia que solo los pobres entenderán en todo su significado y trascendencia. Esa gesta de más de medio siglo solo puede ser aprehendida por los desterrados, los calcinados, los humillados de la tierra, por aquellos que nadie daría nada.
Esos que no valen ni una línea en un diario, ni un comentario de la tele, ni siquiera valen la bala que los va a matar.
Médicos cubanos por años han combatido el Ébola en Zimbawe, Sierra Leona, Guinea Conakry, Liberia y Guinea. Por 40 países de África han pasado casi cien mil colaboradores de la salud cubanos. En veinte años los cubanos han atendido a más de veinte mil niños infectados en Chernóbil.
Soldados cubanos liberaron a Angola, y terminaron con el apartheid en Sudáfrica. Y en lo que va de funcionamiento, la Escuela Latinoamericana de Medicina, ha formado a 28.500 médicos de 103 países desde 1999.
Se podría seguir.
Por sobre todo, Cuba es un laboratorio de contradicciones profundas. Y a pesar o quizás precisamente por eso mismo, el proceso cubano ha dado origen de controversias,
renuncias y largas discusiones. Ha dado pie además, a vaticinios catastróficos en cada decenio. Como hemos dicho, Cuba se viene cayendo desde el 1 de enero de 1959. Y se viene poniendo de pie desde esa misma fecha.
Cuba jamás va a ser entendida por quienes creen que la receta de la revolución está escrita en los libros. Y que es cosa de sentarse a ver cómo funcionan los preceptos.
Cuba demuestra cada día que una revolución requiere de hombres y mujeres dispuestos dar la vida y la decisión de hacer de esas vidas una contradicción cotidiana que yerra, atina, se cae, se vuelve a parar, retrocede y luego avanza. Que niega lo que afirmaba y descubre lo que negó.
Todo muy parecido a como es la vida misma.
Tampoco Cuba va a ser entendía jamás por aquellos que tienen por la causa de los pueblos del mundo una cercanía de vitrina. Eso que saben del hambre por datos. De la pobreza como la estadística. Del sufrimiento de los niños por documentales. Esos que confunden la solidaridad con la beneficencia. Esos que viajan a Cuba pensando en encontrar un país perfecto, ofendiendo con esa idea precisamente lo valioso de la revolución: ese caos en el que palpita la vida misma.
Y cada uno de esos logros, incluso en sus derrotas, siempre ha estado esa forma de ser veintiséis. Esa decisión veintiséis que hay en cada promesa y cada desafío. Esas ganas de vivir veintiséis aún cuando demore el gas, falte pollo, el pan sea ácido o aumente el mañoso bisne. Esa forma de bailar veintiséis que se ve en las esquinas y en los carnavales.
Hay también una manera veintiséis de amar incondicionalmente a Cuba.