Me inscribí. No voy a mentir, no sentí ninguna satisfacción, ningún cosquilleo incesante en el estómago por pasar a ser ciudadano (ciudadano en la lógica de la Constitución Política y de los pontificadores del actual sistema electoral). Por bastante tiempo, al menos siete años, estuve en la incertidumbre de hacerlo, pero el arrepentimiento se hacía presente al ver el triste espectáculo ofrecido por la clase política enquistada en el parlamento y en el gobierno y seguía (y sigo además) apostando por “otras luchas” para cambiar el estado actual de las cosas, luchas de la que siempre me he sentido parte.
Quiero manifestar mi respeto por otras formas distintas de la electoral, las cuales, además, creo necesarias como la Acción Directa o la siempre efectiva protesta social callejera sobre todo en tiempos donde se nos ha negado al pueblo, sistemáticamente, la participación por la política tradicional en decisiones que incidan efectivamente en la (re)construcción de un modelo de sociedad que se ajuste a los requerimientos que han manifestado las mayorías. Partiendo con esa aclaración, se hace necesario entonces exponer el porqué de la inscripción.
LA VERDAD INELUDIBLE: UN SISTEMA ELECTORAL EN EL SUELO
En la actualidad existe un rotundo y claro diagnóstico socio-político que ha sido instalado en la discusión pública a “puro ñeque” por los movimientos sociales, los cuales con este hecho se anotaron un triunfo notable sin que esta consideración constituya pecar de arrogancia. Digo “puro ñeque”, en vista del cerco informativo levantado por los conglomerados comunicacionales y su histórica obstinación de mantener el status quo, la bullada “gobernabilidad” y el temible “orden público” (al estilo de los viejos estandartes de la derecha dura como el alcalde Labbé), haciéndose uno, en esa línea con el gobierno de turno. Sin duda, y aquí el triunfo, los medios han debido ceder a la presión ciudadana (al fin y al cabo los lectores y/o los televidentes), dedicando un poco de tiempo más en sus parrillas programáticas a cubrir ya no sólo los desmanes de las manifestaciones, sino también al análisis (cada uno en su línea editorial), por ejemplo, de la cuestión educacional.
El diagnóstico está claro, no es el objetivo de este artículo ahondar en él, pero sí es preciso señalar que las reivindicaciones de la sociedad civil se sustentan, en su mayoría, en un cansancio acumulado fruto de las desigualdades, inmoralidades, vicios, etc., que ha traído el modelo económico instaurado por los discípulos de la escuela económica de Chicago en los años 80. Pero el cansancio también tiene otras aristas que en que los grandes medios no han profundizado, una arista político-participativa que se hace cada vez más latente.
No voy a descubrir nada nuevo, lo repito, pero hay que señalarlo: el sistema electoral actual es perverso. No es representativo; existen sectores, además, sobre-representados; se ha formado una élite política alrededor de los puestos públicos de elección popular desde los cuales han manejado los destinos del país por varias décadas, algunos desde el siglo pasado o incluso desde los albores de la independencia. Aunque Carolina Tohá diga que para “avanzar” hay que dejar de hablar de ‘clase política’ [1], eso es lo que son. Pues una clase se caracteriza por defenderse de la amenaza externa, que en rigor sería perder sus puestos, en otras palabras una clase trata de legitimarse continuamente, para ello demoran la eliminación del sistema binominal, aprueban leyes “anti-díscolos”, implementan política de acuerdos (el mal menor), se “achanchan”, mantienen conflictos de intereses que les impide legislar en pro de la ciudadanía, haciéndolo en función de su conveniencia personal; sus estructuras partidarias siguen reproduciendo una lógica cupular y vertical, etc., etc., etc. De aquí la desconfianza que se ha mantenido hacia la política tradicional y que hoy se ve macizamente reflejada en las encuestas de opinión.
DESDE LO INDIVIDUAL A LO COLECTIVO: PROYECTOS POLÍTICOS PARTICIPATIVOS
Es probable que, pese a todos los obstáculos que se han puesto para que aquello suceda, pronto se aprobará la inscripción electoral automática. Se dará cuenta el/la lector/a que si para llevar a cabo esta simple transformación los políticos de la mala política se han tomado todo su tiempo, ¿que más podremos esperar para cambios más profundos? Queda en evidencia, por lo tanto que al inscribirme no es mi intención validar todas estás sistemáticas prácticas anti-ciudadanas o anti-mayorías que ha impuesto la élite, ni menos avalar un sistema electoral en el suelo como lo he llamado. En muchas conversaciones he recalcado y se reafirma aquí, que debemos ser visionarios, inteligentes y aprovechar la coyuntura que se nos presenta para encauzar nuestra desconformidad también hacia las urnas y de esta forma presionar “desde dentro” del aparataje que desde fuera ya ha sido bastante efectivo todo lo que se ha emprendido.
Sin embargo subyace al acto de inscribirse un elemento a considerar fundamental, de mucha más relevancia, que nos invita a repensar sobre el cómo nos hacemos cargo de construir proyectos políticos nuevos, que propongan otras formas de hacer política, en forma colectiva, de tal manera que, como plantea el historiador Gabriel Salazar [2], nuestra participación no sólo se remita a una individualidad reducida al voto sino a la construcción de un espacio deliberativo donde la representación se reemplace por la participación. Estos nuevos escenarios deben tener como norte que lo social tenga un papel preponderante, donde la transversalidad y horizontalidad sean el motor de un trabajo sin caudillismos, sin cúpulas y sin los vicios de la mala política.
Allí en ese espacio, sin duda, emergerán referentes, actores que puedan encarnar el proyecto pero que se deberán íntegramente a este, sujetándose periódicamente a la evaluación del colectivo. En esta misma línea, aquellos actores estarán mandatados para cumplir con el programa, no para negociarlo. Por ahora, este espacio debe construirse desde lo local, pero sin perder de vista lo global. Debemos construir los lineamientos que afecten nuestro entorno inmediato, ejemplo de esto es el poder que han adquirido las llamadas Asambleas Ciudadanas que han desarrollado un trabajo inclusivo, donde lo social y lo político han estado al mismo nivel y en continua retroalimentación. Imagínese el ciudadano lector si fuéramos capaces de llevar estos proyectos a las urnas, otro gallo cantaría.
En resumen y como podrá desprenderse de estas líneas, no me inscribo ni para elegir el mal menor, ni para “sentirme ciudadano”, ni para tener derecho a voz porque lo tengo desde mucho tiempo y no hay que inscribirse en algún registro para asegurar derechos universales. Me inscribo, por lo tanto, porque creo sentirme parte de un proyecto local que no solamente pretende levantarse como alternativa real a la Concertación y a la derecha y aunque tiene mucho que aprender y caminar, ese proceso de aprendizaje se sustenta en la articulación de un colectivo donde tienen cabida distintas visiones y, por tanto, la riqueza que se puede generar o es casi tanto o más importante que ganar la elección municipal.
Este artículo no pretende ser una persuasión para la inscripción en los registros electores, aunque si logra ese objetivo, bienvenido sea, sino generar una reflexión sobre la importancia de los proyectos políticos colectivos que es lo que urge construir hoy en día.
Por Elías Navarro Leal
Profesor
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1.- Entrevista a Carolina Tohá; El Ciudadano, primera quincena de octubre 2011
2.- Gabriel Salazar, charla, “Lo político de lo social: Discursos de espacios de poder”, UaCh