El cadáver de Khadafi exhibido en el freezer de un shoppimg es la metáfora que resume una nueva doctrina global que propone devorarse a todo un continente: en África Central, el objetivo es la supremacía militar de EE.UU. en el aire y en los servicios de inteligencia sobre Uganda, Sudán del Sur, República Centroafricana y la del Congo. En Libia, el objetivo es ocupar una encrucijada estratégica entre el Mediterráneo, el norte de África y Medio Oriente
Cuarenta y ocho horas antes de que el cadáver de Muammar Khadafi terminara impúdicamente expuesto ante las multitudes en el freezer de un shopping libio, la clarividente secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, aterrizó en Trípoli para hacer la V de la victoria y prodigar elogios a las hordas del impresentable Consejo Nacional de Transición (CNT), una constelación artificial compuesta por distintas facciones de exiliados y desertores libios cuyos principales meritos se resumen en haber colaborado alternativamente con Al-Qaeda, la CIA, el MI6 británico o los servicios de inteligencia franceses. La secretaria de Estado no hizo gala de facultades extrasensoriales cuando frente a estudiantes de la Universidad de Trípoli vaticinó que EE.UU. quería a Khadafi “muerto o vivo”. En ese orden. Clinton estaba verbalizando la política de asesinatos selectivos implementada por la administración Obama. De allí, hasta la consagración del canibalismo y la necrofilia imperial faltaban pocas horas.
Aunque surgieron muchos relatos y videos que planteaban escenarios y circunstancias distintas, la cadena de hechos que llevaron a Khadafi a la muerte comenzó cuando la inteligencia occidental interceptó comunicaciones que indicaban que estaba en Sirte, su ciudad natal. Por eso, las fuerzas del CNT (Consejo Nacional de Transición) habían puesto todas sus energías en penetrar en Sirte después de que fueron informados de las comunicaciones entre comandantes de los restos de las fuerzas del régimen.
Los civiles de Sirte fueron bombardeados impiadosamente por la Otan. La ciudad sitiada fue reducida a escombros, a tal punto que los clérigos musulmanes redactaron una fatwa (decreto religioso) autorizando a los sobrevivientes a comer gatos y perros. Khadafi y sus partidarios intentaron huir de la ciudad en un convoy de 80 vehículos, pero fueron interceptados por ataques aéreos de la Otan llevados a cabo por aviones de guerra Mirage franceses. Otras fuentes militares de Estados Unidos aseguraron a la cadena de televisión NBC que el convoy en el que viajaba Khadafi, de quince vehículos, fue atacado por un avión Predator no tripulado, un “dron»”que lanzó un misil Hellfire, y después fue abordado por los rebeldes. Khadafi estaba en la caravana, o cerca de ella, pero al parecer logró refugiarse en una alcantarilla donde fue capturado por las fuerzas del Consejo Nacional de Transición, que lo encontraron herido en ambas piernas. Los espasmos finales de la muerte fueron transmitidos a los televidentes de todo el mundo. El veinteañero Mohammad al-Bibi, que lucía una gorra de baseball de los Yankees de Nueva York, posó para el mundo entero blandiendo la pistola dorada de Khadafi, con la ilusión de cobrar los 20 millones de dólares ofrecidos como recompensa. El video de un celular –aparentemente tomado por un combatiente rebelde– mostrando el cadáver sangrante y desnudo de Khadafi tirado en una sábana fue devorado por los canales de noticias de todo el globo. El muerto tenía 69 años y había gobernado Libia con mano de hierro durante 42 años. Abdel-Jalil Abdel-Aziz, un médico libio que acompañó el cadáver de Khadafi en una ambulancia, dijo que murió de dos balas, una en el pecho y otra en la cabeza.
¿Por qué se lanzó esta guerra? El Khadafi al que se ha derrocado es el mismo viejo Khadafi que llegó a Roma hace un par de años con fotos de Omar al-Mujtar –un líder de la resistencia contra la ocupación colonial italiana– prendidas en su túnica mientras descendía del avión. Es el mismo Khadafi abrazado por Sarkozy en París y el que, según su hijo Saif al-Islam, subvencionó generosamente la campaña del francés en las elecciones. Es el mismo Khadafi al que su siempre sonriente asesor, el ex premier británico Tony Blair, abrazaba en Trípoli. Era el mismo Khadafi con quien las petroleras occidentales estaban muy contentas de hacer negocios, lo que no quita que ahora hagan mejores negocios sin Khadafi.
En septiembre, el diario Libération publicó que el CNT prometió a Francia el 35% de los nuevos contratos petroleros, según una carta del canciller Alain Juppé fechada el 3 de abril pasado, 17 días después de la resolución de la ONU. Juppé dijo que no estaba del todo cerrado, y que era lógico que la CNT quisiera que “en la reconstrucción de Libia participen quienes apoyaron la revuelta”. El número uno del CNT, Mustafá Abdeljalil, informó a su vez que “los Estados se verían recompensados según fuera el apoyo que han dado a los insurgentes”.
Pero Libia es mucho más que gas y petróleo. Es el banco de pruebas de la nueva política estadounidense para África y Medio Oriente.
Libia no era Egipto ni Túnez, donde fue el pueblo el que derrocó al gobierno. Esto fue una guerra de conquista de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, que coordinaron sus esfuerzos con grupos armados sobre el terreno. Esos tres poderes convirtieron un levantamiento en una guerra civil y después le aseguraron la victoria a una de las partes a través del uso masivo de armamento aéreo. Los soldados sobre el terreno estaban indefensos ante los misiles que llovían sobre ellos. Si todo hubiera dependido de ellos, los “rebeldes” habrían sido velozmente dispersados.
Con los aviones de la Otan despejando el camino hasta Trípoli y después hasta Sirte, el resultado final era inevitable. Sin cobertura aérea y sin defensas terrestres contra el ataque aéreo, el ejército libio no tenía nada que hacer.
El pasado 6 de octubre, en un mensaje enviado desde la clandestinidad, Khadafi se preguntaba: “¿Quién le dio legitimidad al Consejo Nacional Transitorio? ¿Cómo la obtuvo? ¿Los eligió el pueblo libio? ¿Los nombró el pueblo libio? Y si es que sólo el poder de las bombas y la flota de la Otan les concedieron tal legitimidad, entonces ya pueden empezar a prepararse todos los dirigentes del Tercer Mundo, porque les espera el mismo destino. A aquellos que están reconociendo como legítimo a ese Consejo, que tengan cuidado. Habrá consejos transitorios que se crearán por todas partes y se los impondrán, y uno a uno caerán”, sentenció el carismático y extravagante lider libio en ese mensaje póstumo.
El geógrafo y politólogo italiano Manlio Dinucci es uno de los analistas más calificados cuando se trata de explicar cómo funciona el neocolonialismo según la versión del dúo Obama-Clinton: basta con mirar el mapa. En África Central, el objetivo es la supremacía militar de EE.UU. –en el aire y en los servicios de inteligencia– sobre Uganda, Sudán del Sur, República Centroafricana y la República Democrática del Congo.
En Libia, el objetivo es ocupar una encrucijada absolutamente estratégica entre el Mediterráneo, el norte de África y Medio Oriente, con el beneficio agregado de que París, Londres y Washington finalmente lleguen a poseer bases como cuando el rey Idris estuvo en el poder (1951 a 1969). En conjunto, hay que establecer el control sobre el norte de África, África central, África oriental y –más problemáticamente– el Cuerno de África.
Walter Goobar