Cementerio General de Tulio Mora (selección)

Tulio Mora nació en Perú, ciudad de Huancayo el año 1948

Cementerio General de Tulio Mora (selección)

Autor: Ines Hazbun

Tulio Mora nació en Perú, ciudad de Huancayo el año 1948. Estudió literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y se dedicó desde los 20 años al periodismo. En la década del 70 perteneció al movimiento literario vanguardista llamado Hora Zero.

Cementerio General, poemario publicado en 1987, obtuvo el Premio Latinoamericano de Poesía y le dio renombre internacional a Mora.

Se articula como un libro con una multiplicidad de voces, ya sea de reconocidos personajes del Perú, como de hombres y mujeres olvidados por la historia, que el poeta rescata para hacerlos hablar en primera persona de sus vivencias personales, miedos y fracaso. Todo ello atravesado por la marca de la violencia que recorre la cronología del País y que abarca desde los pueblos precolombinos, adentrándose en la época de la independencia, migraciones,  y desembocando en las guerras internas del siglo XX.

Tulio Mora


 

Pascual de Andagoya: primer conquistador que tuvo noticias de la existencia de Tawantinsuyu, reino al que puso el nombre de Perú, de acuerdo a las noticias de su informante, el joven Panquiaco. Pascual debió ser quien conquistara aquel reino, mas no lo hizo por una serie de desventuras que le ocurrieron, aparte de su natural desidia contra las empresas difíciles. Decidió por ello entregar a Almagro, Pizarro y Luque la concesión de su descubrimiento sin cobrarles nada.

 

Pascual de Andagoya

(1498- 1548)

 

Sólo yo supe el nombre de este reino

             por el joven Panquiaco, hijo del cacique

de Comagre: Birú (suave como un beso),

             que corrompió la soldadesca

llamándolo Perú.

             Y a pesar de mi aversión

a las faenas de guerra

             y a la áspera floresta de los trópicos

decidí ser el primero en descubrirlo.

             No me llamare, como el cronista

Oviedo, al relatar mis peripecias,

             un hombre falto de aventura,

ni tendré rubor de volver a confesar

            que renuncié a su conquista

cuando caí de una canoa y me harté

            del agua cenagosa hasta quedar tullido,

si a ello sumó la muerte de mi esposa

            y la cárcel que sufrí en Nicaragua,

admitirán que fue cosa de Dios o del azar

            que no arribase a estas tierras

antes que los socios de Pizarro.

             Lo sé porque a Cuzco fui a morir

y no seguí los complicados jeroglíficos

            del cielo o de los mapas

sino el reguero de cadáveres   

            a todo lo largo del camino,

Si me liberé de cometer

            crímenes atroces y vergüenzas peores

¿qué remordimiento he de guardar

            por mi buena o mala suerte?

Pero le debo el nombre a este país,

            me pertenecen sus sílabas austeras

que aluden al aullido trágico y ventral   

            de un cementerio general.

Eso me echa más culpas que Pizarro.

 


 

Tupac Amaru: conocido por José Gabriel Túpac Amaru, fue un caudillo indígena líder de la mayor rebelión anticolonial del Perú en 1780. De origen mestizo y descendiente del Sapa Inca Túpac Amaru I, tuvo una esmerada educación con los jesuitas.

Tomo conciencia a temprana edad de las injusticias cometidas por los enviados de la corona y descontento por los abusos de las autoridades españolas locales, inició uno de los mayores levantamientos que se recuerden en el Perú.

Pretendía lograr la unión de criollos mestizos, negros e indios contra la opresión de la que eran víctimas y logró levantar en armas a gran parte del País. Sin embargo fue traicionado por su amigo, el mestizo Francisco Santa Cruz y entregado a los realistas, quienes lo sentenciaron a una horrible muerte. Primero lo obligaron a ver como ejecutaban a su esposa e hijos, para luego ser desmembrado por cuatro caballos, sin embargo los animales no pudieron cumplir su cometido y finalmente fue decapitado.

Túpac Amaru

(1740- 1781)

 

Todavía hablan de mí situándome en el centro
             de la imagen -las cuerdas, los caballos,
mi cuerpo que defiende la unidad intacta
             de sus miembros-, y remordidos
prefieren mantenerme ingrávido en el aire.
             Se llenan de frases elegantes al citarme:
Aquí no hay más culpables que tú y yo,
             tú por someter a mi pueblo,
yo por pretender liberarlo.
             Y hasta el horror se les antoja recurrente
al indagar en los folios del castigo
             lo barroco de mi queja: Onze coronas
de hierro con puntas muy agudas,
             que le han de poner en la cabeza…
…Por la parte del cerebro se le introducirán
             tres puntas de hierro ardiendo
que le saldrán por la boca…
            Qué decir de sus sospechas,
siempre irreprochables, al implicar
             en la forma torturada
una metáfora de culpas nacionales
             (el equilibrio entre mi cuerpo indivisible
y el verdugo que quiere fragmentarlo,
             ¿no evoca al equilibrio suicida del Perú,
su imposible armonía?).
              Y se escudan en los mitos y obsequiosos
de palabras fermentan en mis miembros mutilados
              (por los que yo sufro
mientras ellos investigan)
               inconcretables utopías: Cuando su cabeza,
que escondieron debajo de palacio de gobierno,
               se encuentre con sus extremidades,
volverá el tiempo de Inkarrí.
                Y esperan que otra vez Areche me coloque
entre los potros del tormento,
                y el hacha, ya no los animales,
en las diestras manos del verdugo
                separe mis huesos de sus goznes
para encontrar sentido a sus asertos.
                Inútil recordarles a los muertos precedentes:
que mi esposa Micaela caminó hasta el cadalso
                 sin bajar la vista (y eso que llevaba
la lengua hecha un guiñapo y salpicaba sangre
                 en las finas ropas de Matalinares);
que Tomasa Titu se rió de los cuchillos;
                 que el negro Oblitas derramó dos lágrimas,
no por la inminencia de su muerte,
                 sino por lo enojoso de las despedidas;
que, en fin, mis hijos aguardaron con paciencia
             que uno a uno los fueran destroncando.
Prescindible es el dolor para tan eruditas
             reflexiones: ¿abjuré del rey y sus impuestos?
¿Sobreestimé las condiciones subjetivas
              y el carácter de masas de la insurrección?
¿No fui un novato en estrategia?
               Pero al cabo generosos
exaltan mis virtudes
               caras al siglo de las luces:
era un noble arriero que vestía
               de negro terciopelo y cabalgaba un potro blanco
y se sabía de memoria a Garcilaso
              y montaba el drama del Ollantay
antes de entrar en la batalla.
             Un look para el consumo: los cabellos largos
coronados por un sombrero con el pico rombo
             y el ala tiesa y circular -ideal
para levantar turistas en el Cusco.
             Una tentación de los arcanos astrológicos:
Huáscar versus Atahualpa,
             Manco Inca versus Paullu,
Túpac Amaru versus Pumacahua,
             los pares fratricidas -Géminis, sin duda.
Una extravagancia de genealogistas:
             rastrear sangre de mi estirpe
en las cortes de Polonia y Portugal.
             Un recurso del poder:
citar un verso del poema vigoroso de Romualdo
             (querrán matarlo y no podrán matarlo)
cuando la mancha india se arrebata.
              Nada más oportuno para todo
que el agonista prometeico,
              el que muere porque no muere.
Si tanto saben de mi vida y de mi gesta
             ¿por que no revierten mis fracasos
y después me echan en tierra a descansar mi muerte?


 

Ku-Chío: Inmigrante chino que encabezó una sublevación de apenas un día de duración, contra los maltratos de los hacendados del “norte chico” de la costa peruana. La migración china hacia el Perú se debió a la falta de mano de obra cuando el presidente Ramón Castilla decretó la liberación de los esclavos negros en 1854.

Ku-Chío

(?- 1870)

 

Entre el mar y los cañaverales

         mi caballo relincha pintado de azul y rojo

(el símbolo del ying y el yang).

         Los señores huyen de sus mecedoras

acomodadas bajo el dintel de su casa-hacienda,

         sus esposas arrojan los bordados,

abanicos y sombrillas,

         los perros aullan.

Una corneta y un atabal me flanquean

         en el horizonte poblado de chinos.

En la chusma traída al Perú

         sin más señales que la jeta amarilla

y los ojos como pinceladas violentas.

         Bajo a Araya, avanzó a Upacán,

como Pativilca.

         La noche baja por los riachuelos.

En el paisaje incendiado pienso en la esposa

          y en los hijos que no tuvimos,

en el contrato de ocho años

         que agrego a nuestras fatigas

látigos y grilletes.

         Pero no puedo pensar en Cantón

La madrugada baja de Pativilca a Barranca.

         Yo no escribo manifiestos, no soy comunista,

Chon-Sai no conoce a Confucio,

         Sui-Ki no conoce a Li-Po o a Po-Chu-Yi,

no hacemos la Gran Marcha,

         la Revolución Cultural,

pero sabemos que el presidente Balta

         ha dicho en el Congreso:

La agricultura del Perú

        es como la Venus del Milo

bella pero sin brazos.

         Y firma un decreto por el que traen

más chinos par construir los ferrocarriles

          y trabajar en las islas guaneras.

Y se estremece la tierra / gritos de guerra

          llegan, escribe Po-Chu-Yi,

y Tu-Fu: los campos están abandonados /

          las guerras y las matanzas

no terminan nunca.

          Pero yo nunca los he leído,

solo sé que el sol de los cañaverales arde.

            Es la guerra de los rostros pintados

que dura un día

            como el breve verso imaginista.

En Barranca, el coronel Rodríguez

             repasa a los heridos en la batalla,

pero los hacendados no quieren campañas punitivas:

              la Venus de Milo debe reconstruir su belleza

con brazos de Chino  

              como los que usa el presidente Balta

en su hacienda de Jequetepeque.

              Los negros y los indios huyen hacia el desierto,

los chinos se ahorcan en una cueva.

              El agua baja rumorosa de queja suicida,

mi caballo solitario baja por el mediodía.

 

Guillermo Cárdenas: alias Mosca Loca. Narcotraficante. Financió la campaña electoral de uno de los representantes del partido Acción Popular que ganó las elecciones de 1980. Su poder y fortuna eran tan grandes que cuando cayó en desgracia, declaró que si lo liberaban de la cárcel pagaría la deuda externa del País (unos 8 mil millones de dólares). Como los narcotraficantes colombianos, Cárdenas fue un convencido de que la cocaína debía usarse como arma contra EE.UU. Murió en un sangriento motín carcelario de 1984.

Guillermo Cárdenas

(1928- 1984)

 

Para mi fueron compuestos

             los Cocaine Blues de Cyril Lefebvre

que en un poster de mi celda

             ofrecía la circunferencia

dulce de su Banjo.

              Para mi fueron cantados

los versos de Cole Porter:

              I got kick for yo.

Tuve clientes más ilustres

              que Freud, Mike Jagger

o el papa León XIII.

              Yo convertí al Perú

en la cocaína exportadora

               más grande del planeta.

Yo pasé de la polvera ejecutiva

               al consumo horizontal

sin bad landing ni adicción.

               Yo introduje mi producto

en aviones de juguete y a control remoto

               que el Time llamó

la audacia tecnológica del crimen.

               Yo ofrecí pagar la deuda de mi país

con una fórmula antiimperialista

               el FMI es al Perú

lo que la coca a EE.UU.

              Me mataron

los modos y los recodos

             de mis socios del gobierno.

En el patio de un motín

              me mataron con la hoja sucia

de un longo verduguillo.

              Rey de los panes,

rey de la madera,

              rey de los cristales

puros y rosados por el éter

              bajo la hierba mis huesos no descansan

porque canta cuando cagan los Zorzales.


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