La crisis económica, que la están pagando quien no tiene la culpa de lo que ha sucedido, y de la que se benefician los responsables de lo que ha pasado, está poniendo al desnudo el escándalo de la sociedad en la que vivimos. El avance económico que ha tenido lugar en los países desarrollados, sobre todo desde el fin de la segunda guerra mundial, ha ocultado muchas de las miserias del capitalismo en el que vivimos.
El aumento de la tarta, y el hecho de que todas las clases sociales consiguieran aumentar el trozo correspondiente independientemente de la distribución, atenuó los conflictos sociales y los enfrentamientos entre las clases sociales que se produjeron a lo largo del siglo XIX y principios del XX. Las proclamas revolucionarias dieron paso a las proposiciones reformistas. Por lo general, ya no se trataba tanto de acabar con el capitalismo, sino de reformarlo. Las clases trabajadoras mejoraron sus condiciones materiales y accedieron a bienes y servicios que eran impensables en periodos anteriores.
El periodo comprendido entre finales de los años cuarenta y principios de los setenta del siglo XX supuso la consecución de un crecimiento económico como no había tenido lugar en momentos históricos anteriores, mejoras en la distribución de la renta, y avances en la igualdad de derechos y oportunidades. Todo se alcanzó posibilitado por ese importante crecimiento económico y las mejoras en la productividad del trabajo, lo que favoreció los incrementos de los salarios reales de los trabajadores. La expansión del crédito al consumo amplió la capacidad de adquirir bienes a la clase trabajadora e intermedia. La consolidación del estado del bienestar sustentado en un sistema fiscal progresivo favoreció una cierta tendencia hacia la igualdad en las rentas y en las oportunidades. De forma que la economía consiguió el pleno empleo y ello fue compatible con una determinada cohesión social.
No fue oro todo lo que relucía, y en aquellos años de pleno empleo y mejoras sociales, seguían dándose desigualdades de diversa naturaleza, entre ellas la de género, al tiempo que había exclusiones sociales. Pero se habían dejado atrás las grandes privaciones que había sufrido durante décadas la clase trabajadora. Estas mejoras no son ajenas a la fuerza de los sindicatos, la presencia en los parlamentos con gran apoyo electoral, en muchos casos, de partidos de izquierda, y la división de Europa en dos bloques.
Estos treinta años gloriosos como los han calificado algunos autores, sobre todo franceses, no supusieron que se acabara con la explotación tal como es explicada por Marx, esto es, en términos científicos y no morales o humanistas, y no supuso el fin de las diferencias entre las clases sociales, ni la desaparición de las mismas como algunos autores preconizaban.
Al tiempo, además, de estos avances que se daban en los países más desarrollados y en algunos de los que se iban incorporando al grupo de cabeza, tenía lugar una gran desigualdad entre países, que se agrandaba con el paso de los años, y la pobreza y el hambre seguían presentes, incluso aumentaban en la economía mundial. Los países ricos se aprovechaban de los países pobres a través de diferentes mecanismos. De forma que la prosperidad de unos no era ajena a las miserias de los otros.
Este capitalismo regulado y capaz de hacer compatible hasta cierto punto el crecimiento con el pleno empleo y con determinados grados de cohesión social se acabó con la crisis de los años setenta del siglo pasado. Esta crisis a la que se tiene menos en cuenta, que la que hubo en los años treinta a la hora de analizar la actual, fue también profunda y duradera y ha tenido más repercusiones en lo que está pasando de lo que normalmente se analiza. De hecho es importante recalcar que los males presentes tienen su origen en la salida que el capitalismo, ante un movimiento obrero debilitado, dio a esa crisis de los setenta.
La globalización, el predominio de las finanzas, la desregulación, el fundamentalismo de mercado, tienen su origen en los años ochenta del siglo XX y fue la respuesta que se dio a esa crisis y al modelo capitalista anterior. Desde entonces el estado del bienestar ha sufrido constantes ataques, el pleno empleo ha desaparecido, y la desigualdad en las rentas se ha incrementado, prácticamente en todos los países desarrollados sin excepción, aunque en grados diferentes.
De todos modos, aunque el crecimiento en general ha sido inferior al que se dio en los treinta gloriosos, ha habido crecimiento y esto conjuntamente con los cambios habidos en el sistema a escala global y que ha afectado a la localización de la producción y a la forma de desarrollarse ésta, ha provocado demasiado conformismo en el mundo desarrollado. Estos cambios han afectado a los sindicatos tal como se habían organizado tradicionalmente, cuyo bastión principal se encontraba en la gran empresa. Al modificarse los procesos de producción y distribución las organizaciones sindicales pierden fuerza. La menor capacidad reivindicativa, aunque haya protestas puntuales con huelgas y manifestaciones, ha dejado el camino libre al capital que domina como hacía tiempo no lo hacía.
El conformismo se ha dado porque el capitalismo liberal de estos últimos tiempos, a pesar de todo los males que genera, ha utilizado instrumentos de alienación ideológica, con el predominio que ejerce sobre los medios de comunicación, y a lo que ha contribuido también la caída de los regímenes del este europeo, la debilidad sindical y la conversión de la socialdemocracia en social-liberal. Las clases trabajadores y las clases intermedias han seguido consumiendo, como consecuencia de haberse endeudado, haber disminuido el tamaño de las familias, y haberse producido en mayor escala que en periodos anteriores la incorporación de la mujer al trabajo retribuido. Se han acabado las voces de protesta, porque el capitalismo nos ha comprado con un plato de lentejas.
Mientras todo esto sucedía, el enriquecimiento de unos pocos ha contrastado con las dificultades de la mayoría para sostener esa carrera desenfrenada hacia el consumismo. Una de las esencias del capitalismo, es que este sistema se basa en el enriquecimiento de unos pocos basado en la explotación a los trabajadores. Este enriquecimiento difiere a su vez, según las fases por las que el capitalismo ha pasado, y por las formas en que este se desenvuelve. Desde que tiene lugar el capitalismo desbocado este enriquecimiento adquiere dimensiones escandalosas, pues no solamente se basa en la obtención de la plusvalía, sino en comportamientos ilícitos e ilegales, en muchos casos. Al final lo pagamos los ciudadanos asalariados de una forma o de otra.
La crisis ha puesto en evidencia todo esto, y el escándalo es mayor cuando frente a los recortes sociales, disminución de sueldos, despidos masivos, se ofrecen beneficios crecientes de empresas y bancos, grandes retribuciones a los ejecutivos, pensiones de lujo que ellos mismos se ponen, blindajes de sus sueldos, por los mismos que dicen que hay que favorecer el despido libre, eliminar la negociación colectiva, recortar las pensiones, y disminuir los impuestos. Ante este espectáculo de los prepotentes que nos tratan a los demás como ciudadanos de tercera clase, hay que reaccionar. El 15-O es una gran esperanza, algo se mueve en el mundo y hay que acabar con tanto privilegio. Lo que no se puede es ser cómplice de una situación que resulta a todas luces escandalosa.
Por Carlos Berzosa
Consejo Científico de ATTAC España
28 octubre 2011
Publicado en www.nuevatribuna.es
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