Comentario de concierto: The Kills en Chile

  Este miércoles 2 de noviembre se presentó por primera vez en nuestro país el dúo The Kills

Comentario de concierto: The Kills en Chile

Autor: Cristobal Cornejo

 

Este miércoles 2 de noviembre se presentó por primera vez en nuestro país el dúo The Kills. Con un despliegue de glamour y rock cada vez más orientado a la pista de baile, durante noventa minutos agasajaron a su también glamourosa fanaticada con un show donde el efectismo y la puesta en escena hace pasar el contenido a un plano secundario.

 

Pasada las 9 de la noche, el escenario del Teatro Oriente recibió a Alison Mosshart y James Hince quienes desde 2001 han desarrollado una propuesta que ya cosecha cuatro discos, siendo “Blood Pressures” del presente año, el motivo contingente de su visita a nuestro país.

 

Desde el inicio se dieron varias pistas de lo que ocurriría en la próxima hora y media: Preponderancia del sonido electrónico en las bases percutidas, un guitarrismo macizo a cargo de Hince, voces casi perdidas entre el instrumental, y Mosshart como un imán que concentra toda el pulso libidinal del fidelísimo público.

 

Lejos de cierto minimalismo presentado en sus inicios, han caminado, probablemente sin retorno, hacia algo así como un dance-rock, que si no fuera por la labor de la guitarra y la actitud, podría olvidarse y empolvarse en las estanterías de indie-hypes pasados de temporada.

 

Mosshart concentra en sí todos los atributos que podría desear una cantante de rock: Belleza fatal, aura yonqui, una expresión corporal desatada que, aun así, conserva elegancia, un color de voz que recoge desde a Patti Smith a Pj Harvey, aunque en el fondo ese “parecer pero no ser” puede convertirse en su mayor debilidad.

 

Tomando la guitarra a momentos, acercándose a un par de timbales o al teclado sobre la tarima por otros, todo lo que toca no se escuchó claramente, como si fuese un gran truco de doblaje o como si a esta altura de la historia, importase sólo la imagen y no el sonido, o, peor, los efectos especiales por sobre el rocanrol.

 

Hay algo que no cuaja en todo esto: Una banda que ajusta su estilo y sonido al ritmo de las tendencias, lugares comunes en la puesta en escena, un exorbitante despliegue de instrumentos que no se justifican con el uso que se les da, fotogenismo estudiado…

 

Aunque Hince tuviese un técnico y cinco guitarras para el recambio a su disposición, igual tuvo problemas de afinación. Aunque Mosshart se viese muy guapa y deseable con la guitarra al hombro, no es fácil espantar la idea que sería mejor una noche de baile junto a ella que seguir su gira por un continente.

 

A su favor debemos reconocer que el guitarrismo (casi siempre sin uñeta), sin ser del todo único, da una profundidad y atmósfera que siempre juega a favor. Por su parte, es imposible negar que la estampa de Mosshart y su voz no haya digerido de buena manera la herencia de las más salvajes y creativas féminas del rock.

 

El repertorio se concentró en sus discos más recientes y hacia el último cuarto se despacharon una dulce y electrificada versión de “Pale blue eyes” de The Velvet Underground, una referencia que se les ha consignado con insistencia, aunque sin demasiada rigurosidad.

 

Hacia el final, una pausa y de nuevo al escenario. Dos fans logran subirse en el momento sonoramente más íntimo del concierto. No importa que sea un tema lento, teclado y voz, o la interrupción de aquella atmósfera pausada e inédita en la presentación.

 

Un chico se acerca risueño, se ubica al lado de Mosshart, la besa en la mejilla y, antes de bajar, quienes le acompañan abajo le toman una foto mientras hace un gesto de triunfo. Un segundo después sube otro, repite el acto y baja rápido antes que lo tiren los asistentes.

Estos gestos parecen ser esclarecedoress: La foto, la imagen, da lo mismo qué canción o qué se diga en ella. Pero eso no es culpa de ninguno de los presentes.

 

Por Cristóbal Cornejo

El Ciudadano

 

fotos: Cultura ShowCamilo Ponce

 

 

 

 

 

Comentario de concierto: The Kills en Chile

 

Este miércoles 2 de noviembre se presentó por primera vez en nuestro país el dúo estadounidense The Kills. Con un despliegue de glamour y rock cada vez más orientado a la pista de baile, durante noventa minutos agasajaron a su también glamourosa fanaticada con un show donde el efectismo y la puesta en escena hace pasar el contenido a un plano secundario.

 

Pasada las 9 de la noche, el escenario del Teatro Oriente recibió a Alison y James quienes desde 2003 han desarrollado una propuesta que ya cosecha cuatro discos, siendo “Blood Pressures” del presente año, el motivo contingente de su visita a nuestro país.

 

Desde el inicio se dan varias pistas de lo que ocurrirá en la próxima hora y media: Preponderancia del sonido electrónico en las bases percutidas, un guitarrismo macizo a cargo de Hince, voces casi perdidas entre el instrumental, y Mosshart como un imán que concentra toda el pulso libidinal del fidelísimo público.

 

Lejos de cierto minimalismo presentado en sus inicios, han caminado, probablemente sin retorno, hacia algo así como un dance-rock, que si no fuera por la labor de la guitarra y la actitud, podría olvidarse y empolvarse en las estanterías de indie-hypes pasados de temporada.

 

Mosshart concentra en sí todos los atributos que podría desear una cantante de rock: Belleza fatal, aura yonqui, una expresión corporal desatada que, aun así, conserva elegancia, un color de voz que recoge desde a Patti Smith a Pj Harvey, aunque en el fondo ese “parecer pero no ser” puede convertirse en su mayor debilidad.

 

Tomando la guitarra a momentos, acercándose a un par de timbales o a un teclado sobre una tarima por otros, todo lo que toca no se escucha claramente, como si fuese un gran truco de doblaje o como si a esta altura de la historia, importase sólo la imagen y no el sonido, o, peor, los efectos especiales por sobre el rocanrol.

 

Hay algo que no cuaja en todo esto: Una banda que ajusta su estilo y sonido al ritmo de las tendencias, lugares comunes en la puesta en escena, un exorbitante despliegue de instrumentos que no se justifican con el uso que se les da, fotogenismo estudiado..

 

Aunque Hince tuviese un técnico y cinco guitarras para el recambio a su disposición, igual tuvo problemas de afinación. Aunque Mosshart se viese muy guapa y deseable con la guitarra al hombro, no es fácil espantar la idea que sería mejor una noche de baile junto a ella que seguir su gira por un continente.

 

A su favor debemos reconocer que el guitarrismo (casi siempre sin uñeta), sin ser del todo original, da una profundidad y atmósfera que siempre juega a favor. Por su parte, es imposible negar que la estampa de Mosshart y su voz no haya digerido de buena manera la herencia de las más salvajes y creativas féminas del rock.

 

El repertorio se concentró en sus discos más recientes y hacia el último cuarto se despacharon una dulce y electrificada versión de “Pale blue eyes” de The Velvet Underground, una referencia que se les ha consignado con insistencia, aunque sin demasiada rigurosidad.

 

Hacia el final, una pausa y de nuevo al escenario. Dos fans logran subirse en el momento sonoramente más íntimo del concierto. No importa que sea un tema lento, teclado y voz, o la interrupción de aquella atmósfera pausada e inédita en la presentación.

 

Un chico se acerca risueño, se ubica al lado de Mosshart, la besa en la mejilla y, antes de bajar, quienes le acompañan abajo le toman una foto mientras hace un gesto de triunfo. Un segundo después sube otro, repite el acto y baja rápido antes que lo tiren los asistentes. Estos gestos parece ser iluminadores: La foto, la imagen, da lo mismo qué canción o qué se diga en ella.

 

Por Cristóbal Cornejo

El Ciudadano

 

 


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