Martes 01 de noviembre de 2011 – En Guatemala se muere por ser mujer. Miles de casos se han registrado en los últimos 6 años. Es el país más violento para este género y los casos permanecen en la total impunidad. Retrato de la Guatemala que discrimina matando
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Wendy tenía 12 años y soñaba con usar tacones: “Me voy a ver bien bonita, con faldas y aretes. Voy a ser secretaria”, repetía. Diana tenía 7 y no quería tacones, sino uniforme de médica: “Yo quiero curar a los enfermos”. Heidi, en cambio, a sus 9, anhelaba el trabajo de su madre Aura: “Lo mejor es trabajar en una casa, como mi mamá. Allí le dan comida y sale temprano para estar con sus hijos”.
Las tres niñas eran hermanas, eran un solo torrente sanguíneo que se movilizaba junto a la escuela, al campo de juegos, a la casa y hacían reir a todos por igual, hasta que un viernes, el 29 de mayo de 2009, de regreso de su escuela, se toparon con 3 hombres (un cuñado y dos de sus amigos) y las degollaron a machete.
A Aura le avisaron como a las 10 de la mañana y, cuando llegó, se encontró a estos tres cuerpecitos con su uniforme manchado en sangre. En su cuello estaban marcadas las huellas del odio más visceral del machismo. Sus ojos cerrados, ningún pulso, y un bosque muy familiar, un camino que todos los días caminaba con sus hijas, como testigo eterno de una tragedia que retrata de cuerpo entero la enorme corrupción social que sufre Guatemala.
Wendy, Heidi y Diana eran 3 de los casos de 720 asesinatos de mujeres ocurridos en el 2009, 3 de los casos de los más de 3 mil feminicidios contabilizados desde el 2003 hasta ese año, 3 casos que en Guatemala no significan mucho, porque de más de 15 mil denuncias que se presentan cada año, ni el 2% de ellos termina con una condena.
Wendy, Heidi y Diana, si tuvieron justicia, tal vez por ser niñas, muy niñas. Sus agresores recibieron una condena de 163 años y han sobrevivido a numerosos atentados dentro de la cárcel, y fuera de ella. Pero en la comunidad de San Luis, Sacatepéquez, este atentado se lleva en el alma de la comunidad. Ellos mismos denunciaron a los agresores, fueron ellos quienes guardaron silencio también al inicio, y fueron ellos quienes observaron a los 3 bárbaros, machete en mano, abandonar el bosque luego de degollar a las niñas.
“Me lo hubieran hecho a mí”, se lamenta su madre. “¿por qué las mandé a la escuela?, mejor se hubieran quedado en casa”. Se reprocha…
En Guatemala las mujeres son menos que un cero a la izquierda y las organizaciones de derechos humanos están cansadas de denunciar que la situación “sobrepasa la capacidad del Estado”. Existe un machismo arraigado en todos los sectores de la población que hace que cientos de mujeres mueran todos los años. Guatemala supera en estos delitos a su par de México, El Salvador y Nicaragua, pero nada de esto se habla en los debates políticos que anteceden a las elecciones de este domingo -el pasado 6 de noviembre-.
En Guatemala las mujeres son menos que un cero a la izquierda, y organizaciones de los derechos humanos están cansados de denunciar que la situación «sobrepasa la capacidad del Estado».
Kelly Margoth, por ejemplo, a sus 17 años, recibió un disparo en la cabeza luego de ser secuestrada. Verónica Palacios, 17 años, con discapacidad, también fue asesinada, pero por agentes del Estado policial Guatemalteco. Cristina Siekavizza Molina de Barreda no aparece desde el 7 de julio de 2011, y su caso, el más llamativo actualmente del país, se observa en paradas donde se reclama su cuerpo.
Cristina nació en 1977. Era una hija de la clase alta del país. Había logrado todo lo que no pueden hacer los pobres en Guatemala: Culminar su colegio; tenía un título de Administración de Empresas y por algunos años trabajó en un banco, pero se enamoró de un bárbaro: Roberto Barreda de León.
Se casó a los 25 años. Tuvo dos hijos y mantuvo mucho silencio a una relación de agresión cotidiana. Roberto la maltrataba, la odiaba, la tenía viviendo como los indigentes de Guatemala, mientras él se forraba en billetes, ropa de lujo y dólares con sus negocios malhabidos. Casi la mata por no ayudarla a evitar un embarazo de riesgo que necesitaba de un aborto que se negó a efectuar, y el 7 de julio la desapareció finalmente de su vida.
Las investigaciones han revelado sangres de la joven en su habitación, en su auto. La señora que cuidaba la casa denunció haber observado a la joven muerta. Se rastrearon las llamadas telefónicas que el hombre hizo esa madrugada y aparecieron amigos, y su madre, una ex magistrada que fue Presidenta de la Corte Suprema de Justicia de Guatemala que se encargó por mucho tiempo de impedir todo avance de la investigación.
Un amigo, su madre, la empleada de la casa están detenidos, pero Roberto también se desapareció con sus dos hijos y, pese a las alertas de captura internacional, no hay rastros. Así está Guatemala a 6 días para que se escoga a un nuevo presidente y así luce hace mucho tiempo su racismo, su discriminación, su sociedad patriarcal, que por cierto no aparece en los avisos publicitarios que pagan en CNN para su promoción turística.
Por Victor Alejandro Mojica Páez
Publicado en Otramérica