Hace un par de décadas que el fenómeno de niños índigo y cristal está sonando con fuerza, provocando un cambio rotundo, tanto en la educación como en los diagnósticos psicológicos de varios trastornos relacionados con la infancia. El mundo está cambiando y tiene color violeta.
Tuve una infancia difícil. Mis padres se separaron cuando yo apenas tenía once meses y, como a muchos niños de mi generación, me tocó crecer en una familia rota. Pero aunque esta experiencia nunca es fácil, el no tener un padre no era lo que me hacía sentir diferente a los demás. Había algo que no me dejaba conectar ni encajar completamente con las reglas sociales.
Desde muy pequeña fui catalogada como niña problema. Solía confrontar a la autoridad –profesores, familiares e incluso a mi madre- y cuestionaba muchas de las reglas que limitaban mi vida. Hasta hoy tengo el vago recuerdo de sentir un enorme desprecio por la capacidad intelectual de mis pares; creía que los demás niños eran lentos, me negaba a dar las pruebas porque no estaban a mi altura. Obviamente esta actitud soberbia no fue comprendida, y mi pobre madre se llevó la peor parte.
Cuando los educadores tiraron la toalla, empezaron los estudios neurológicos y psicológicos. Que la niña tiene Petit Mal (una especie de epilepsia), qué podría presentar rasgos autistas, qué quizás tiene déficit atencional. Pero no. Resultó que mi coeficiente intelectual está por sobre la media, que no tengo ningún problema para memorizar o aprender excepto una porfía enorme y las pocas ganas de hacerlo. Así que me pasé toda la etapa escolar peleando con los libros, aburrida y con una madre dispuesta a ahorcarme en cualquier minuto.
Durante muchos años viví deprimida, sintiendo que algo no estaba bien. Hasta que hace dos años, por esas casualidades que la vida nos depara, llegué donde una terapeuta alternativa. Ya había escuchado hablar de los niños índigo y cristal, pero no tenía claro de qué se trataban, hasta que conocí a Isabel. Ella me demostró que nada en el mundo es al azar, que si bien todos nacemos con las mismas cualidades, existen seres que nacen más “despiertos”, es decir, con condiciones innatas que superan a la media. Me dijo que ella reconocía en mí a un niño índigo y que mi depresión era el resultado de mi lucha contra lo que bullía en mi interior.
Hoy no me parece extraño que la tarea de explicarles qué es un niño índigo haya recaído en mi. Me faltaría tiempo y espacio para contar las innumerables ocasiones donde este tema aparece sin motivo y sin conexión aparente. Sólo espero tener la lucidez suficiente para transmitirles la maravillosa experiencia que significa conectarnos con nuestra energía, en un momento donde el planeta completo se prepara para vivir uno de los más grandes cambios energéticos que ha vivido en su historia.
NUEVA ESCUELA
Quizás el primer gran cambio que la era del índigo ha provocado es un reajuste en la forma de educar a nuestros niños. El método Montessori, concebido hace más de 100 años por la educadora italiana Maria Montessori, ha ido tomando fuerza en nuestro país desde hace un par de décadas, pero recién ahora la reforma educacional, y los mismos estudiantes, concuerdan que los principios de éste método mejoran sustancialmente el nivel de aprendizaje.
Realmente no se trata de nada complicado. La idea de Montessori es que los niños son como esponjas que absorben conocimiento en forma natural. El acto de aprender es tan natural en los niños como lo es gatear, por lo que los chicos deben ser estimulados para hacerlo en un ambiente libre y basado en el respeto. Esta educadora, que basó su método en observaciones científicas relacionadas con la capacidad de los niños, llegó a la conclusión que el educar no es sólo entregar las herramientas necesarias para el aprendizaje formal, sino ayudar a los niños a alcanzar su máximo potencial como seres humanos.
A partir de este método diferentes educadores y psicólogos han ido perfeccionando nuevas formas de enseñanza; todas basadas en la premisa que los niños tienen una tendencia natural por aprender y, que más que entregarles moldes preconcebidos, es necesario guiarlos para que alcancen su propio potencial.
Isabel Arriagada fue niña cristal y desde hace muchos años que dedica su vida a perfeccionar sus dones para ayudar a otros. No sólo trabaja como terapeuta, también colabora en la formación de psicólogos y trabaja en una comunidad de niños índigo. “La nueva visión de escuela, sobre todo en el caso de estos nuevos niños, tiene que ir ligada al ambiente que los rodea. No se trata de sentarlos por horas y exigirles que memoricen las tareas, sino de estimularlos para que ellos vayan creando su propio campo de conocimientos”, explica la especialista, “la apertura que se está viendo en la forma de educar es parte importante de que tantos niños y niñas estén potenciando carácter de índigo o de cristal. Los niños de ahora nacen con una carga energética mucho más elevada, vienen capacitados para sobrevivir mucho mejor en este mundo que tiene cada vez más información. No es raro que pequeños de 4 o 5 años puedan manejar computadoras o nos dejen helados con respuestas y actitudes muy maduras”.
PEQUEÑOS PROFETAS
Los niños índigo y cristal tienen más o menos las mismas capacidades. Lo que los diferencia es, sobre todo, su personalidad y la capacidad que tienen de relacionarse con su entorno. Mientras los cristales son introvertidos y muy pacíficos, los índigo suelen ser hiperactivos, extrovertidos y conflictivos. Según Isabel, la gran diferencia entre ambos niños es que, mientras el cristal tiene como misión el sanar a la humanidad, el índigo es rupturista y un líder natural. Ambos logran el equilibrio, es un trabajo en equipo.
Aunque existen muchos detractores, sobre todo entre quienes están más alejados de la espiritualidad del hombre, las comunidades que trabajan con estos niños crece cada día más. En Chile se pueden encontrar un buen número de agrupaciones, siendo una de las más grandes y serias “Niños Índigo Chile” –www.ninioindigo.cl- cuyo proyecto poco a poco se fortalece. En su página se puede encontrar información sobre cómo identificar a estos niños con ciertas características comunes en ellos.
“En mi experiencia personal y profesional, puedo afirmar que la principal característica que marca a estos niños es que son viejas almas. Es decir, son seres que vienen con un conocimiento superior, algunos más que otros, y que desde muy pequeño tienen conciencia de su misión en el mundo. Pueden conectar fácilmente con sus guías espirituales y son sumamente sensibles con su entorno; muchas veces buscan los espacios abiertos y la comunión con la naturaleza, donde se sienten protegidos”, comenta Isabel.
Tanto los padres de niños índigo y cristal, como quienes han trabajado con ellos, creen firmemente que estos pequeños han venido para dar equilibrio al mundo. “Se está viviendo una época de mucha energía –testimonia Isabel- es un momento muy especial, tanto en lo espiritual como en lo terrenal. El planeta pasó por momentos de mucha oscuridad y ahora vamos a pasar por uno de mucha luz. Históricamente, estamos alcanzando un conocimiento sólo comparable al Atlantis, aunque ahora es más gradual y estamos mejor preparados”.
Chile, y el mundo, vive momentos cruciales. En todas partes vemos cómo se generan cambios sociales, económicos y tecnológicos. Y en medio de ésta vorágine no es extraño que las nuevas generaciones reflejen esos cambios, incluyendo una mayor apertura espiritual. Lo que nos sorprende es que estos niños generan estos conocimientos de forma espontánea, enseñándonos a nosotros valiosas lecciones. Un claro ejemplo son los estudiantes secundarios que demostraron que ser menor de edad no los invalida como importantes actores sociales.
Eso, y más, es parte de la comunidad índigo y cristal. Niños, jóvenes y adultos, iguales a cualquiera de nosotros, pero que en alguna parte del camino lograron desarrollar una nueva y mejor forma de vivir. Sería bueno recordar las palabras de Isabel, “las personalidades índigo y cristal no vienen a salvar el mundo, vienen a ayudarnos a despertar. Lo lindo es que somos un mundo que de a poco toma conciencia de lo que sucede a su alrededor, el trabajo ya está a medio camino”.
Valeria Segovia