El banco BBVA ha anunciado que se va de Chile tras casi veinte años por estas latitudes. Analistas y operadores del sistema financiero han atribuido la partida a la necesidad de liquidación de activos por un excesivo endeudamiento en otros mercados mundiales, en tanto otras versiones apuntan al fracaso de la estrategia comercial local en cuanto a que el BBVA ha mantenido desde su aterrizaje en el país la misma cuota de mercado.
Cualquiera sea el motivo del retiro del BBVA, las consecuencias para el sistema financiero chileno no son favorables. La salida de este actor ha abierto el apetito de otras instituciones y es muy probable que el Scotiabank compre los activos y la cartera del BBVA, con poco más del seis por ciento de las colocaciones. Si esta operación tiene éxito, el Scotiabank sumaría más del doce por ciento del mercado, apretando aún más el ya concentrado sector bancario. Descontando al BancoEstado, más del 86 por ciento de las colocaciones del sistema financiero estarían en sólo cinco entidades. Una evidente estructura de oligopolio que impone sus reglas, a través de las tasas de interés y los productos, a un sistema formado por veinte instituciones.
El proceso de concentración de mercados que sufrimos en todos los sectores más rentables de la economía, no da tregua. El poder de las grandes corporaciones con características de ubicuidad genera también una concentración de la riqueza y una total asimetría en la relación con los trabajadores, totalmente debilitados por la infame ley laboral. Si tomamos en cuenta estos dos aspectos, podemos observar que las ganancias de la banca chilena sumaron a julio más de 1.800 millones de dólares, cifra 16 por ciento más alta que la del mismo mes del año pasado, millonaria ganancia que en su mayor parte (un 80 por ciento) fue acumulada por sólo cuatro bancos. O visto de otro ángulo, los cuatro más grandes se repartieron 1.440 millones de dólares y dejaron 360 millones para los 16 restantes.
La banca es uno de los sectores que se ha visto beneficiado por la introducción masiva de alta tecnología, con la sucesiva incorporación de gran parte de la población a sus sistemas. Un crecimiento exponencial del mercado y de las transacciones que conlleva, de forma paralela, importantes reducciones en costos laborales: desde 2012 a la fecha, la banca funciona prácticamente con la misma cantidad de empleados, en torno a unas sesenta mil personas.
El gran crecimiento del mercado no tiene relación con una fuerza laboral estancada. Mientras los empleados bancarios se mantienen constantes durante esta década, las cuentas corrientes, por poner un ejemplo, han aumentado cerca de un 40 por ciento. Un prodigio tecnológico amparado en las normativas laborales y una señal de los tiempos: lo que tiene en carpeta el gran capital, como estrategia de desarrollo para los próximos años, está apoyado en las nuevas tecnologías.
Lo que viene no es ciencia ficción, aun cuando se parece a aquellos escenarios creados por oscuras distopías literarias. La masiva incorporación de aplicaciones de alta tecnología que aumentarán los beneficios de las grandes corporaciones no sólo tienen como objetivo una ampliación de los mercados, sino la reiteración de reducciones de costos laborales. Ante esta nueva estrategia del capital, tal como lo ha sido el uso masivo de Internet, los teléfonos inteligentes y la tercerización laboral, los costos los pagarán una vez más los trabajadores.
La banca, que apunta a convertirse en un sistema propio, en una aplicación de múltiples presencias automatizadas, es la gran palanca neoliberal. Es la base financiera de la economía, que nos coloca, como trabajadores y consumidores que somos, en el papel de piezas que multiplican el capital. Hoy más que nunca nuestros movimientos financieros están controlados por el capital, desde nuestro trabajo, consumo y, por cierto, las deudas.