Estábamos terminando un ensayo con Los Ex-Animales Domésticos, cuando nuestra trompetista invitada, Katy recibió un llamado y gritó algo así como “…¡Qué increíble!…, si ayer estábamos diciendo que iba a pasar”. ¿Qué pasó? –preguntamos-, y Katy nos lanzó el baldazo de agua en la cara: “Murió Amy Winehouse”.
Días después yo le contaba a un grupo de gente que a lo mejor la vi guagua cuando yo vivía en Londres. Ella nació en septiembre del ‘83, y yo me vine a Chile en junio del ‘85. Cuando me vine a Chile, Amy todavía era un bebé Winehouse de solo un año y nueve meses y faltaban ocho para que ella formara, a la edad de diez años, su primer grupo que llevaba por nombre: “Sweet ‘n’ Sour”. Profetizando tal vez como sería su propia vida, Dulce y Agria.
Se dice que su novio y ex- marido la metió en la cocaína, el crack, la heroína, y quizás cuántas ‘inas’ más. Está preso por andar en malos pasos y no lo dejaron ir al funeral.
La prensa le había dado un apelativo a Amy. La Diva Trash del Soul. Es decir La Diva de la Basura del Alma. Claro, permitiéndonos ciertas licencias, ya que bien sabemos que Soul y Trash son estilos musicales, pero que también son Alma y Basura.
Su cadáver aún está tibio pero ya comienzan los tours de turistas extranjeros por los bares de Camden Town donde solía carretear la Amy. Vale decir el Hawley Arms, el Proud Camden Arms, y el Good Mixer, esto según la página necrológica-turística-farandulera de un respetable diario de Santiago de Chile. Y ya se escribe el guión para el film sobre su vida…, y luego vendrá su auto-biografía no autorizada.
Por mi parte recuerdo el barrio de Camden y sobre todo su estación de metro porque a fines de los setentas a la salida había un par de teléfonos públicos con unas filas enormes. La gran mayoría eran brasileños. Un día supe el secreto, los teléfonos estaban malos y uno podía llamar gratis con la novedad que era el discado directo a cualquier parte del mundo. Recuerdo haber estado toda una tarde para llamar a Chile. Hablé con mi mamá creo recordar.
También recuerdo el techo del Roundhouse Theatre, en Camden, que se veía desde el metro. Un día fui a ver a ese teatro a Daniel Viglietti, César Isella y a un grupo local de latinos que estrenaba una canción mía. Fue en ese teatro donde por última vez estuvo para su público Amy Winehouse. Esto fue el miércoles 20, antes del sábado 23 en que murió por su angustia de ser tan maravillosa y no poder contenerlo. Un psiquiatra, haciendo un símil con un edificio, decía que Amy era una especie de viga que no pudo resistir todo el peso que había sobre ella. El peso del amor de miles y miles de hombres y mujeres en todo el mundo que querían oír su voz para luego irse a sus casas a hacer el amor dejándola sola.
Cantaba Amy ante miles de personas, no los podía ver, solo tenía una pizarra negra frente a sus ojos, enceguecida por los focos del teatro, terminaba el recital y ella se iba a su departamento a beber entre las sábanas, a fumar crack, a inhalar un polvo blanco en la noche negra. De regreso al negro. Back to Black.
La abuchearon en Belgrado una vez. Se quedaron esperándola en Bilbao, Estambul, Atenas, Locarno, Nyon, Lucca, Wiesen y Bidgoszcz para siempre.
Por Mauricio Redolés
El Ciudadano Nº108, segunda quincena agosto 2011