El 9 de octubre se cumplen 50 años del asesinato en Bolivia del comandante Ernesto Guevara de la Serna. Cuando el Che fue ejecutado en la escuela de La Higuera, tenía 39 años. Una vida breve e intensa. Lo profundo de sus ideas y el filo acerado de su acción, lo sitúan entre los grandes revolucionarios del siglo pasado. El Che está destinado a seguir inspirando a nuevas generaciones de luchadores por la justicia social y la hermandad entre los seres humanos.
En una época árida en valores éticos, el legado más importante del Che es su ejemplo. La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Lo fundamental de su mensaje consiste en que un dirigente no puede llamar a luchar si no está dispuesto a correr los mismos riesgos que sus camaradas. El hombre nuevo es el dirigente que no aprovecha su cargo para disfrutar de privilegios o para hacer la vista gorda con la corrupción. El Che fue ejemplo de modestia y honestidad como ministro de Industrias y presidente del Banco Central de Cuba antes de volver a la lucha guerrillera. Los hombres y mujeres que se inspiran en el Che, en especial los jóvenes, sienten repugnancia por la corrupción, el acomodo y la ambivalencia de la política incrustada en el sistema.
No hay que confundir el ejemplo del Che con posiciones dogmáticas y sectarias. Su integridad moral y claridad política se basaban en una comprensión integral de la realidad de su época y en las características sociales del ser humano de su tiempo. Como fruto de un conocimiento directo de América Latina, el Che forjó el pensamiento socialista y antimperialista que lo llevó en México a incorporarse a la gloriosa aventura de los 82 expedicionarios del Granma encabezados por Fidel Castro.
En su práctica cotidiana el Che hizo suya la afirmación de Fidel: “Los revolucionarios han de proclamar sus ideas valientemente, definir sus principios y expresar sus intenciones para que nadie se engañe, ni amigo ni enemigo” (La Historia me Absolverá, septiembre, 1953).
Su legado es un llamado a rebelarse contra la injusticia en todo tiempo y lugar. Sentir en carne propia la humillación que sufre cualquier ser humano sin importar su raza, nacionalidad ni creencias. Esto llevó al Che a combatir en Africa y a encabezar un proyecto de liberación continental a partir de la guerrilla en Bolivia.
Su derrota no demuestra que el Che estuviera equivocado en el horizonte estratégico de su proyecto. Es evidente que América Latina necesita liberarse de la dominación y explotación imperialista. La ruptura de esa dependencia es necesaria para despejar la vía a un desarrollo económico, social y cultural que permita al ser humano convertirse en protagonista de su propia historia.
El pensamiento del Che, que llamó a desconfiar siempre del imperialismo, muestra su vigencia al confrontarlo con las recientes amenazas de destruir la República Popular Democrática de Corea, estrangular la revolución bolivariana de Venezuela o hacer cada vez más duro el bloqueo de Cuba. Los casos de Irak, Afganistán, Libia y Siria demuestran que el imperio es capaz de cometer esas y peores atrocidades.
El desarrollo pleno de sus capacidades, gracias a las tareas que cumplió en la Revolución Cubana, llevaron al Che a descubrir las grietas que producirían el colapso de la Unión Soviética. La monumental obra del esfuerzo y heroísmo de millones de seres humanos de ese país, padecía el cáncer de la burocracia y la corrupción de su elite gobernante. No solo fue el derrumbe soviético de 1991. También desaparecieron -o quedaron reducidos a la insignificancia- casi todos los partidos comunistas cortados por la tijera stalinista.
El derrumbe del “socialismo real” produjo una profunda crisis ideológica, sumiendo a los trabajadores en la indiferencia como forma de rechazo pasivo a las prácticas corruptas de los partidos cooptados por el capitalismo. Esta crisis plantea la necesidad de construir nuevos instrumentos de lucha política y social. Es una batalla que se libra en el terreno de las ideas y en la esfera de la acción-ejemplo. Se trata de recuperar la relación dialéctica entre los movimientos sociales y los partidos, bloqueada por una burocracia oligárquica que aún persiste en muchos lugares. En este proceso de revolución cultural para reconquistar conciencias para el socialismo del siglo XXI queda aún mucho camino. Hay que barrer, por ejemplo, con el fetichismo de un Estado omnipotente e infalible que convirtió al socialismo -que significa poder popular y derechos humanos, políticos y sociales- en su opuesto: un estatismo vulgar y ramplón que minó la fortaleza de la ideología revolucionaria.
Los rebrotes de socialismo de esta época van recuperando la frescura y atractivo de su matriz original. La tarea consiste en sembrar conciencia y crear organización para construir el poder del pueblo. El socialismo de hoy se inspira en el Che y crece en el seno de los movimientos sociales. Su lucha debe madurar todavía en instrumentos políticos de mayoría democrática para cambiar el rumbo suicida y devastador que el capitalismo impone al mundo.
*Editorial de Revista Punto Final, edición 885