Bisturí a la chilenidad

¿Un constructo histórico? ¿Expresión de carencias? ¿Existe realmente? En el mes de “La Patria” resurge aquello de la identidad de chilenas y chilenos

Bisturí a la chilenidad

Autor: Wari

¿Un constructo histórico? ¿Expresión de carencias? ¿Existe realmente?

En el mes de “La Patria” resurge aquello de la identidad de chilenas y chilenos. ¿Los volantines, las banderitas tricolor, la cueca, las empanadas? Antes, o después, hay sucesos como el de los 33 mineros o las víctimas de la isla Juan Fernández, que dicen sacar “lo chileno” que hay en la gente. Finalmente, existe la chilenidad. ¿Y con qué se come?

Como es natural, se ha escrito mucho sobre esto. La llamada chilenidad, esa que se puede evocar ante volantines o banderitas, un vino tinto o una empanada, o ante una tragedia nacional que haría sacar ese espíritu “del chileno”. O que sirve para retratar a la mujer y al hombre de esta tierra, donde cada 18 de septiembre (y no de manera constante) resurge una identidad, una forma de ser y de hacer.

Un grupo de académicos se dio a la tarea de sacar una pequeña radiografía. El historiador Sergio Grez Toso; el historiador mapuche Sergio Caniuqueo; la socióloga Teresa Valdés y el teólogo Álvaro Ramis.

Sergio Grez Toso, magíster en Historia, parte abordando esto de la “chilenidad”, como “un constructo histórico, resultado de procesos políticos, económicos y sociales. No es un hecho natural sino que una construcción impulsada por la clase dirigente para que la sociedad chilena sentara las bases del Estado nacional y así reformar el pacto colonial.

“Hoy en día hay manifestaciones muy visibles de lo que es ser chileno, que son de carácter más bien histérico y de poca profundidad, que corresponde a la poca densidad cultural que tenemos. La ‘chilenidad’ tiene la característica, buena o mala, de ser como una esponja y recoger acríticamente una gran cantidad de influencias que nos trae la globalización”.

“En el imperio de la economía neoliberal, que tiende a fragmentar y a ver a los ciudadanos como meros consumidores, la expresión de esta ‘chilenidad’ queda reducida a manifestaciones rituales: Como los encuentros futbolísticos, algunas desgracias como la de Juan Fernández o el rescate de los 33 mineros”.

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Sergio Caniuqueo, propone una crítica a lo que le hace falta a la “chilenidad” en contraposición con la fuerte identidad de su nación. Para él, la “chilenidad” es la identidad que está en constante disputa entre discursos de poder.

“Es casi imposible conectar lo mapuche con lo chileno. Si un sujeto no tiene su identidad clara, no tiene su visión de sociedad clara, obviamente no podrá llegar a un proyecto. Hay un sector amplio en la comunidad mapuche que tenemos nuestra identidad clara y que tenemos una idea de a dónde queremos llegar.”

“La autodeterminación tiene eco en nuestra gente. La idea de decidir por nosotros mismos, de ser la raza mapuche, el pueblo y próximamente la nación, son derechos que nos caen por ser sujetos. De eso, el chileno, lamentablemente carece.”

“Si el día de mañana queremos desarrollar una sociedad pluricultural basada en un ordenamiento jurídico como es la autonomía, necesitamos que los chilenos recuperen su ‘chilenidad’. Necesitamos que se vuelvan a sentir empoderados de sus derechos, que vean que también tienen un proyecto al cual pueden optar, pero que debe nacer de su interior. No de un grupo de intelectuales o por el gobierno.”

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Teresa Valdés, socióloga e integrante del Consejo directivo de Cedem (Centro de Estudios para el Desarrollo de la Mujer) asimila este concepto como una construcción cultural. “La chilenidad, como todas las atribuciones identitarias, son construcciones colectivas y sociales. No es tema si se realizó o no la Independencia de Chile el 18 de septiembre de 1810, lo que sí está claro es que allí se inicia la construcción de un Estado-Nación y la construcción de quienes somos respecto de otros.

“Esa es una operación política, cultural, sicológica y de adhesión afectiva. Entonces cuando se habla de identidad nacional, o ‘chilenidad’, se apela a esa construcción colectiva de identificación con la tierra y lo que pasa en ese territorio. Lo fascinante es que hay muchas identidades locales en el país. ¿Qué tenemos en común todos los chilenos? Es una gran operación socio-cultural permanente y que obviamente va cambiando a lo largo del tiempo, como se va construyendo colectivamente se va acumulando.”

“Hay tantas maneras de ser chilenos y chilenas. Es una simplificación extrema decir ‘la chilenidad es así’. Lo que nos hermana y une es un amor a cierto territorio, a una historia, a tener unos antepasados, a las raíces, a que uno mismo ha contribuido a construir lo que tenemos.”

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Álvaro Ramis, teólogo de la Universidad Católica, sostiene que este concepto se construyó con extractos de la realidad. “Una identidad nacional siempre está en disputa. Lo ‘chileno’ no existe en sí, es una construcción, aunque esa creación debe responder a ciertos parámetros de realidad para que opere efectivamente como discurso identitario. En otras palabras, la identidad es un imaginario, una elaboración ideológica, pero que se basa en una experiencia mínima compartida que le otorga a ese discurso cierta credibilidad.”

“Existe un discurso ‘nacionalista’ dominante, de rasgos esencialistas, que ha fijado desde hace más de un siglo lo propiamente chileno. Sus íconos son el huaso con traje de rodeo, la cueca, las empanadas, la idea de la reciedumbre, del pueblo que afronta tragedias y se sobrepone (el famoso “corazón de chileno”) etcétera.”

“Uno de los intelectuales que creo mejor ha definido lo ‘chileno’ es el sociólogo boliviano René Zavaleta. Él decía, más o menos, que Chile es un Estado que tiene un pueblo y que en contraste, Bolivia es un pueblo que busca un Estado. Lo hacía para describir el poder del Estado portaliano y la debilidad histórica de nuestra sociedad civil, en contrataste con la fortaleza asociativa de la sociedad civil boliviana, ante un aparato estatal en permanente crisis de legitimidad y capacidad operativa.”

“En el periodo del colonialismo español había más de 90 días feriados al año, en cada uno de los cuales había que participar en los ritos cívicos y religiosos correspondientes. Se trataban de fiestas en las que lo religioso y lo cívico se mezclaban. Un tiempo en que nadie quedaba fuera, sea rico o sea pobre, todos podían participar. Después de la independencia, Diego Portales suprimió casi todas estas fiestas, y dejó la única que sobrevive hasta hoy, el 18 y 19 de septiembre. Por eso los chilenos perdimos el sentido de la fiesta cívica de raíz hispánica y empezamos a ser ‘los ingleses de Sudamérica’».

Por Estefani Carrasco

Ilustración: Cuadro «La zamacueca», de Manuel Antonio Caro.

El Ciudadano Nº110, segunda quincena septiembre 2011


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