Aunque desde hace cuatro años no han vuelto a pasar por los cielos de Sucumbíos, en la frontera de Colombia con Ecuador, los aviones que fumigaban para combatir el cultivo de coca, sus motores y la secuela de enfermedades y muerte que dejaron siguen penando a los niños de la zona fronteriza. El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, exigió en noviembre pasado a Colombia el fin de las fumigaciones, responsables de decenas de víctimas campesinas, empobrecimiento de los suelos y daños por décadas al medio ambiente.
Pese a todos los esfuerzos hechos por los médicos y sus parientes a fines de junio murió Martha Ordóñez. Tenía 27 años y su vida hubiese transcurrido como cualquier joven que vive en las márgenes del río San Miguel, que marca la frontera de Ecuador con Colombia, cosechando plátanos o cocos, yendo a bañarse al río o paseando por las extensas praderas amazónicas, de no ser por los aviones que pasaron fumigando hace ya ocho años la escuela Santa Marianita, donde estudiaba.
Su padre, José Ordóñez, cuenta que era rolliza y muy sana, pero luego de que recibiera el espeso humo desperdigado sobre los campos y los cultivos de la zona, se había lenta y silenciosamente consumido. “Luego de las fumigaciones comenzó a flaquear mucho y los médicos no le hallaban qué enfermedad tenía”- cuenta José.
Martha pasó por hospitales de Guayaquil y Quito, pero jamás logró volver a su peso. La enfermedad que tenía no estaba entre las patologías reseñadas en los anales médicos ni en la memoria de los habitantes de la zona. Le pasó lo mismo que meses antes terminó con la vida de su tío, Baltasar Labero, de 65 años, y una vecina, Bety Casanova, de 20. Sólo se sabe que estaban sanos y luego de las fumigaciones languidecieron hasta apagarse.
José, quien vivía frente a la escuela, recuerda que los aviones pasaron por encima de ésta. “Era una lluvia gris que botaban. Pasaron 2 avionetas escoltadas por helicópteros a unos 150 metros de altura”- cuenta.
Pese a estar a más de dos kilómetros de la frontera con Colombia, durante ochos años los aviones que fumigan pesticidas iban y volvían sobre la escuela, las casas, las cosechas y el río al norte de Lago Agrio, poblado de la región limítrofe de Sucumbíos.
Las fumigaciones son parte de la estrategia del Plan Colombia, implementado desde el 2000 y que persigue acabar con los cultivos de hoja de coca en las regiones fronterizas de Nariño y Putumayo, las que limitan con la región ecuatoriana.
ENFERMEDADES NUNCA VISTAS
Las primeras fumigaciones en Putumayo fueron en el mes de noviembre del 2000. A los pocos días se reportaron los primeros efectos en el lado ecuatoriano del río San Miguel. Pero la frecuencia de las fumigaciones no paraba y cada 3 meses volvían los aviones.
Pese a que han pasado ya tres años desde la última fumigación, adultos y niños de la región aún manifiestan sus efectos psicológicos y físicos. Adolfo Maldonado, médico de Acción Ecológica, ha estado monitoreando la situación de salud en la región desde que se iniciaron las fumigaciones. Relata que “se han contabilizado 12 personas muertas, entre ellos 10 niños, un anciano y Marta. Las cifras son sólo de la zona de Sucumbíos. A estos decesos habría que sumar los casos ocurridos en Carchi y Esmeraldas, ubicados al oeste, y donde no se han efectuado conteos minuciosos”.
La investigación diseñada por Maldonado comparó las muertes acaecidas durante los meses previos a las fumigaciones con las que ocurrieron después de que se iniciaran. Concluye que “es curioso porque en zonas donde no había muerto nadie en 2 años, luego de comenzar las fumigaciones, a los 4 días fallecieron 4 niños”.
El cuadro clínico que se repitió en estas muertes fueron problemas respiratorios, a la piel y digestivos. David, auxiliar de la posta de salud de San Miguel y que teme dar su apellido, agrega que los niños al principio se enfermaban como si fuese una gripe y les salían granos en el cuerpo.
Jesús Plasencia, promotor de salud de la posta de Sucumbíos, cuenta que los efectos de las fumigaciones se hicieron notar en las consultas desde el 2001. Los lugareños llegaban con enfermedades de la piel nunca antes vistas, diarreas, trastornos respiratorios, aumento de cáncer uterino o parasitosis. También confiesa que hubo una alta tasa de niños que murieron, los que si bien no se precisó con exactitud la causa, ocurrieron en los meses posteriores a las fumigaciones y vivían en las zonas fumigadas.
“El cuadro clínico son neumonías con síntomas como insuficiencia respiratoria y fiebre. También se reportan problemas digestivos y de piel. Sus parientes dicen que cambian de color y sus cadáveres no tiene la lividez característica, sino que su piel está enrojecida”- sostiene Maldonado.
La huella del profundo daño a las comunidades de la zona está estampada en dibujos hechos por los niños de dichas localidades, quienes pese a que desde el 2007 no han vuelto a ver aviones en el cielo, aún los sienten zumbando en sus sueños. “Apenas escuchaban un avión los niños se ponían a llorar o escondían”- cuenta David.
SUSTANCIAS TÓXICAS
Se calcula que la extensión de la zona afectada por los pesticidas usados en el Plan Colombia son 10 kilómetros en rededor del río San Miguel. Desde 1984, que Colombia permitió el uso asperjado del glifosato desde el aire en la zona. Entre los pesticidas usados se hallan el Paraquat, el 2-4-D, el Imazapir y el glifosato en combinación con coadyuvantes como el POEA (polyoxyethyleneamina), el cosmo In-D y el cosmoflux 411F. Estas últimas son usadas para facilitar la entrada del producto en las plantas y multiplican por 20 el efecto del herbicida.
Además dirigentes municipales y testimonios de campesinos acusan que vieron fumigaciones con glifosato y con el hongo fusarium. El primero es un herbicida sistémico de amplio espectro. Actúa contra todo tipo de plantas y la evidencia de su uso es el color amarillo que adquiere la planta antes de secarse por completo. En las personas produce irritación al contacto de ojos, piel, del aparato respiratorio y del digestivo. Cuando penetra en la capa grasa de la piel y entra en contacto con la sangre daña el material genético.
El hongo fusarium (Oxisporum erytroxilum), en tanto, hizo su aparición en la década del ’70 en las plantaciones de coca de la Coca Cola en Hawai. Como ataca de manera preferencial a dicha planta, rápidamente fue considerado dentro de los protocolos de investigación, produciéndose una cepa más violenta y rápida de acción.
El fusarium si bien actúa específicamente sobre la coca, tiene un alto potencial de mutación una vez que está en el suelo, ya que puede actuar sobre otras plantas. Su nivel de inseguridad en el manejo hizo que su uso fuese prohibido en California cuando se intentó hacer pruebas. Pero en el acuerdo de asistencia de Estados Unidos para implementar el Plan Colombia, se estableció su utilización como parte del control biológico de los cultivos declarados ilícitos.
Se calcula que desde 1990 hasta el 2010 se fumigaron más de dos millones de hectáreas con glifosato sólo en Colombia, siendo el 82% de estos terrenos fumigados en los últimos 6 años.
Una comparación estadística hecha el 2009 acusa que hubo un incremento en los casos de cáncer, malformaciones congénitas y abortos desde que comenzaron las fumigaciones. El estudio de Acción Ecológica, efectuado el 2003 y que sirvió como peritaje para una demanda puesta ante la Defensoría del Pueblo, acusa que el 100% de las personas que tuvieron síntomas generales producto de las fumigaciones, tuvieron en promedio un 36% de células con daño genético importante. Esto hace que se multiplique por 8 el riesgo de cáncer, malformaciones congénitas y abortos en las zonas que fueron fumigadas.
REGALO DE NAVIDAD
Nelly Vélez y Alirio Cantincuz vieron pasar un día de Navidad los aviones echando un polvo blanco sobre su cosecha de plátanos, maíz, yuca, coco y café. Era el 2001 y, pese a estar a más de 1 kilómetro de la frontera, “vimos pasar a los aviones encima de nuestras cabezas tres veces seguidas”- recuerda Nelly.
“Dejaron algo blanco a ras de suelo, era como un humo. En la tarde se sintió un olor fuerte y al otro día estábamos todos con dolor de cabeza”- recuerda Alirio. Al otro día, Manuel, su hijo de 3 años, no podía con la migraña y tuvieron que llevarlo al médico. El diagnóstico fue que estaba intoxicado. “Cuando empezaba a leer me dolía la cabeza y no podía estudiar. Estuve 3 años con ese dolor de cabeza o con nauseas y mareos”- relata Manuel.
A los vecinos les pasaba lo mismo. Infecciones a la piel, problemas a la vista y dolores de cabeza se repetían como nunca antes. Los árboles junto al río San Miguel se quedaron sin hojas y quienes vivían en su ribera fueron los más afectados. “Una señora que justo estaba lavando ropa junto a sus dos hijas en el río cuando fumigaron, perdió el cabello, enflaqueció, estuvo enferma durante 6 meses y al final murió”- cuenta Nelly.
A la semana notaron que el maíz se puso de color morado y el café y la yuca se secó. Perdieron los cultivos de maíz, yuca, arroz y pasto para forraje. Perdieron casi 10 hectáreas de alimentos. “Los chivos no se levantaban y morían sin siquiera mamar, las gallinas también se murieron. Especies silvestres de la zona, como el tintin, un roedor ya ni se ve. Le pasó lo mismo a los loros y otras aves”- sostiene Alirio.
Al mes volvían los aviones fumigando, en las tardes de los días más soleados. A cada fumigación el paisaje era dantesco. En el lecho del río se acumulaban los cadáveres de animales muertos, en otras zonas los peces muertos salían a la superficie y las aves caían en pleno vuelo. Pero hasta ahora no se ha hecho estudio alguno sobre los efectos que generaron las aspersiones sobre la vegetación y la fauna.
Cada año los aviones volvían a fumigar, pero el 2005 llegaron a tener una frecuencia de 3 veces al día durante 3 meses. “Pasaban una y otra vez las avionetas y esas si que nos dejaron sin cosecha. Las plantas estaban grandes y se marchitaron. Incluso aún le decimos al plátano madura biche, que es cuando a punto de estar maduro se seca y se cae”- agrega Alirio. La última vez que vio los aviones fue en abril del 2007.
UN ESPESO HUMO BLANCO
David, quien vive en Las Salinas, a 32 km. de San Miguel, cuenta que en su tierra se cultiva arroz, café, yuca y plátanos. Recuerda que la primera vez que vio las avionetas fumigando fue en diciembre del 2000. “Era un humo blanco espeso, como una neblina que iba cubriendo los cultivos una mañana y el agua del río. Eran 6 avionetas las que volaban por el río San Miguel y se pasaban a este lado de la frontera”- relata.
La yuca, el plátano y el maíz comenzaron a secarse a la semana. Murieron gallinas y ganado y comenzaron a nacer animales deformes. El río fue contaminado. “Bajaba como un aceite que hacía brillar el agua”- relata David.
Ordóñez recuerda que “a los 5 días se vio el monte quemado. Las cosechas de cacao, el maíz y el arroz se perdieron. Si uno sacaba la cáscara adentro del maíz tenía una cosa negra”. Se le murieron 2 vacas y otras malparieron. “Si antes cosechábamos 40 quintales por hectárea, por esos días apenas llenábamos 5 quintales”- sostiene.
“Los alimentos se agusanaban, podrían o apolillaban. Las plantas crecían poco y se morían”- recuerda Jesús. Esto generó que no hubiese cosechas por algunos meses, lo que redundó en la pobreza de las comunidades, desnutrición y enfermedades. El pepinillo, cultivo tradicional de la región nunca más se volvió a dar.
Se calcula que la pérdida de las cosechas luego de las fumigaciones fue de entre un 100 y un 75% de los productos. Fue tal la destrucción que sólo en territorio ecuatoriano se produjo un 55% de desplazamiento de la población hacia el sur.
También el desplazamiento vino desde Colombia. Hoy se estima en 28 mil los refugiados colombianos en Ecuador. Entre medio se coló la violencia del conflicto armado colombiano y la zona de Sucumbíos se volvió una zona inestable y de continuos enfrentamientos y de tráfico de drogas.
David cuenta que es común que en la zona ocurran ataques e incursiones de los paramilitares al interior del territorio ecuatoriano y que asolen a la población civil acusándola de solidarizar con la guerrilla de las FARC.
RUIDOS DE AVIONES
Según estudios efectuados en las 3 escuelas fronterizas de Sucumbíos: Leonidas Plaza, Manuelita Sáenz y Cinco de Agosto; en esta última un 70% de los niños presentó problemas de aprendizaje; en las 3 se presentaron índices sobre el 30% de ansiedad y depresión, alcanzando la Escuela Manuelita Sáenz un 41% en este último ítem.
A través de dibujos los niños expresaron sus emociones. Estos visibilizaron que los infantes sufrían depresión, neurosis y miedos. Algunos niños aún mantienen una tartamudez que los afectó desde ese periodo o quienes al oír el ruido de un avión corren a meterse bajo las camas.
En los dibujos se ven personas sin boca, una tierra arrasada y cuerpos asolados por enfermedades. “Estos dibujos revelan que en los niños de la zona existe ansiedad excesiva, baja autoestima y mucho miedo. Se evidencia una visión del propio cuerpo como débil y sin importancia, un miedo intenso al tema de los pesticidas y que la alimentación es contaminante y enferma. El futuro aparece como algo incierto y rodeado de muerte y enfermedad”- comenta la psicóloga infanto juvenil María José Vargas.
Álvaro Mantilla, psicólogo del Grupo de investigación y Acción Martín Baró (GiaMB), quien participó en el estudio, sostuvo que jamás había visto tan poca alegría en niños escolarizados.
RECUPERANDO LA ALEGRIA
En diciembre del 2005 el gobierno ecuatoriano exige a su par de Colombia que cese las fumigaciones en la frontera. Los campesinos, por su parte, exigen que a cada lado de la frontera se establezca una zona donde no se fumigue de 10 Km., y se aplique una política de erradicación manual.
El año 2008, Ecuador puso una demanda ante La Haya el año 2008 para que Colombia terminase las fumigaciones. Otra demanda fue puesta en Washington el 2001 a nombre de las familias afectadas contra la empresa Dyncorp, contratista de las fumigaciones.
Si bien, las fumigaciones se han detenido, aún no hay certeza de que no se reanudarán. Las esperanzas están puestas luego de la reunión en agosto pasado de los cancilleres de ambos países para allanar el camino a restablecer las relaciones diplomáticas entre Colombia y Ecuador, rotas desde marzo del 2008.
Mientras tanto Adolfo ha llegado a la zona con el teatro de la Alegremia, en el que participan voluntarios que buscan sacar de la depresión a los niños a través de campamentos, teatro y cuenta cuentos. “Queremos recuperar la alegría en los niños de las comunidades afectadas. En eso estamos ahora llevando cuentos a las comunidades, haciendo talleres de cuenta cuentos, funciones de títeres y se están formando promotores de cine para que reciban mensajes positivos”- relata Adolfo.
Por Mauricio Becerra R.
El Ciudadano
VEA EL INFORME “El sistema de las aspersiones aéreas del Plan Colombia y sus impactos sobre el ecosistema y la salud en la frontera ecuatoriana”.