Chile no es un país xenofóbico

La xenofobia es un mal que aqueja al espíritu de los pueblos, cuando su razón nacional se articula o bien por la ignorancia hacia el hermano extranjero, o bien por el temor al mismo

Chile no es un país xenofóbico

Autor: paulwalder

La xenofobia es un mal que aqueja al espíritu de los pueblos, cuando su razón nacional se articula o bien por la ignorancia hacia el hermano extranjero, o bien por el temor al mismo. Es la expresión de un ensimismamiento psicótico, en que el prójimo no llega a ser visto en su humanidad y en su lugar se instala el delirio chovinista. Algo así le ocurre a algunos compatriotas cuando ven a un hermano peruano en la plaza de armas o escuchan el creol de un vendedor ambulante y después  atestiguan su negritud francófona.

Pero a pesar de ello Chile no es un país xenófobo, pues la xenofobia -como bien hemos dicho- requiere de una razón nacional inexistente en nuestro país, requiere de la delimitación de un espacio sociocultural propio que se sienta amenazado por la presencia del otro. Como reza el título de una de las películas de Bombita Rodríguez[1]: “Que linda es mi familia, lástima que sean unos burgueses sin conciencia nacional”, el chileno no puede ser xenofóbico, pues de lo propio reniega y lo que defiende no le pertenece.

Un país cuya industria cultural es fundamentalmente extranjera, donde la parrilla musical la define Spotify y Youtube, y la cartelera la pone Netflix, en el que es más atractivo escribir Sale que “oferta”, y en el que la tintura de pelo más vendida es de color amarillo para camuflar la belleza morena de nuestras hermanas… un país así no puede ser un país xenófobo.

Por el contrario Chile siempre ha sido un país xenocéntrico, en el que las pautas culturales se han importado con una patética admiración por los países de los centros de poder mundial, desde las siutiquerías francesas de principios del siglo pasado, hasta el actual “zorrón” baboso por el mal gusto de la cultura de masas norte americana. Chile también importó el racismo.

El racismo, a diferencia de la xenofobia, no dice relación con la actitud de un pueblo hacia los extranjeros, sino que da cuenta de una división humana global basada en la división internacional del trabajo, que se sedimentó en el color de piel estratificando a la población mundial entre más y menos humanos. Bien lo sabemos en América, pues con el concepto de indio se da por inaugurada la clasificación racial del mundo y se asienta la supremacía blanca/europea[2].

Chile no es un país xenofóbico. Es un país racista, patéticamente racista pues a partir de la racialización del sistema mundo, no nos ubicamos en una posición dominante al interior de este, sino en una posición subalterna. Pero como no solo es racista, sino además xenocéntrico los chilenos, al decir de Mejía Godoy sobre Pinocho – Pino -Pinochet “hablamos español pero pensamos en inglés” y nos creemos blancos.

Si partimos diciendo que la xenofobia era un ensimismamiento psicótico que nos impedía ver al prójimo, el racismo en un país de América Latina es igualmente psicótico, pero esta vez no nos permite vernos a nosotros mismos, cerrando la puerta al hermano trabajador de Nuestra América y a nuestros hermanos Indígenas del mismo chile, al tiempo que se las abre al inversor extranjero que lucra con nuestra agua, nuestra luz, nuestro cobre y nuestras carreteras.

 

Miércoles 8 de noviembre de 2017

 

 

*Director
Núcleo 12 de Octubre de Pensamiento Decolonial

[1] Personaje ficticio creado por Peter Capusotto.

[2] Sobre el tema, vale la pena consultar los breves pero precisos escritos del hermano puertorriqueño  Ramón Grosfoguel “El concepto de «racismo» en Michel Foucault y Frantz Fanon: ¿teorizar desde la zona del ser o desde la zona del no-ser?”, “Racismo/sexismo epistémico, universidades occidentalizadas y los cuatro genocidios/ epistemicidios del largo siglo XVI” y del hermano Peruano Aníbal Quijano “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”


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