Sergio Olguín, escritor argentino: «Hay una gran influencia de la televisión y el cine en la escritura»

Conversación con el reconocido y prolífico autor argentino Sergio Olguín, que recientemente acaba de reeditar dos de sus primeras obras. Su vínculo con Roberto Bolaño, su relación con la literatura chilena y más en la siguiente entrevista. "Yo fui fanático de un autor que es odiado por los chilenos", señala.

Sergio Olguín, escritor argentino: «Hay una gran influencia de la televisión y el cine en la escritura»

Autor: El Ciudadano Argentina

Las recientes reediciones de Las griegas (Odelia, 2017) y Filo (Alfaguara, 2017) del autor trasandino Sergio Olguín ponen en escena dos cuestiones: la primera es el acercamiento a los lectores de dos obras iniciáticas de uno de los autores más prolíficos de la literatura argentina contemporánea. En segundo lugar, demuestra cierta democratización que se ha dado en el terreno editorial en el país vecino, donde los sellos más chicos pueden disputar espacios de visibilidad con los grandes grupos internacionales como Penguin Random House.

Los cuentos de Las griegas muestran a un Olguín que daba sus primeros pasos en la escritura, pero que ya mostraba pistas de su solidez narrativa y de la necesidad de incomodar al lector con su estilo particular, que tensa la realidad al máximo, exprimiéndole al verosímil hasta la última gota para armar una historia atrapante. En una edición muy cuidada y con algunos retoques por parte del autor -reordenamiento de los cuentos y la sustitución de un relato por “El tren de la muere”-, es uno de los libros ideales para introducirse en la obra de Olguín.

Filo, por su parte, muestra a un escritor más consolidado y cómodo con su escritura, encontrando la voz que va a caracterizar a la obra de Olguín: un narrador en tercera persona que disfruta ver los detalles de las acciones, los gestos, la psiquis de los distintos personajes. Estructurada en capítulos que bien podrían ser cuentos, la historia avanza en distintas direcciones con la realidad como escenario principal y la potencia narrativa de Olguín como combustible indispensable.

— En primer lugar, ¿qué te produce que se hayan reeditado Las griegas Filo después de tanto tiempo?
— Para mí es una satisfacción  muy grande que salgan los dos libros. Sobre todo tenía ganas de reeditar Filo, de Las griegas no estaba tan seguro, porque me parecía que la escritura de esos cuentos había envejecido con respecto a mi forma actual de narrar. Después, cuando revisé el libro me di cuenta de que ahí estaba bastante en potencia lo que después iba a pasar en mis primeras novelas. Ambos libros eran inconseguibles hasta este momento.

— Un escritor suele tener una relación entre especial y tensa con su primer libro, ¿cómo es en tu caso con Las griegas?
 Algo que noté enseguida con la publicación de Las griegas es que algo que a mí me interesaba especialmente, no aparecía: la calle. Son cuentos más bien de interior, de espacios cerrados. No aparece Buenos Aires, la ciudad, que es algo que después va a estar muy presente en todos mis libros. Eso lo noté como una carencia, como un error. Después, en relación a la escritura, creo que Las griegas es una búsqueda de la propia voz. Eso se puede ver en la voz en primera persona, que es algo que no vuelvo a utilizar salvo en mis obras juveniles. En estos cuentos, la propia voz se esconde en la voz de los protagonistas de los cuentos, salvo en algunas excepciones, como Sueña Robertos Cabañas con gallinas eléctricas. 

— En mi caso, leyendo ambos libros casi en simultáneo, noté una continuidad entre Las griegas Filo.
 Claro, no es que hubo una ruptura, mi escritura siempre está trabajada desde una perspectiva similar. Las griegas reúne cuentos que fui publicando a lo largo de una década, no había una intencionalidad de un libro o un objetivo claro. Además fue una autoedición con 300 ejemplares. En cambio, esta edición con Odelia, una editorial joven que está muy atenta a todo lo que pasa, ya es algo mucho más profesional.

— También, en esa lectura simultánea de ambos libros, se puede ver que en Las griegas ya mostrabas tu tendencia a escribir novelas, con historias que podían haberse continuado o extendido tranquilamente. Esos recursos que asomaban ya aparecen completamente en Filo, ¿vos cómo lo ves?
 Hace muchos años que no escribo cuentos por motus propio, suelo hacerlos a pedido de antologías. Después de Las griegas yo tenía varios cuentos comenzados, que remitían a un mismo universo con el barrio y sus personajes. En realidad, se trataba de los comienzos de Lanús. De ahí, podría decir que me quedó el vicio de armar todas mis novelas con los capítulos estructurados como si fueran cuentos, que podrían ser independientes del libro en algún punto. En general pienso más en proyectos de novelas que en cuentos.

— Esa escritura fragmentada que recién nombrabas se puede ver en una tendencia actual dentro de la narrativa, ¿por qué pensás que pasa eso? ¿Creés que Internet y la fragmentación de la información tienen algo que ver?
 Sí, yo creo que puede ser un efecto de lectura buscado por algunos autores. También es ir a lo seguro en la escritura, porque sabés que te apoyás en historias más breves dentro de una estructura mayor, lo cual es más sencillo. En mi caso, la escritura fragmentaria tiene que ver con que me resulta más práctico así: primero pensar la historia de una novela y después la de los capítulos. Además es divertido, es una manera amena de narrar y el lector lo agradece. Yo, al ser un bicho anterior a Internet, no lo vincularía tanto con ese discurso fragmentario.

 — La lógica de las series televisivas y el que la generación actual de escritores ya se crió con esos consumos culturales, ¿afectan a la escritura?
 Creo que hay una gran influencia de la televisión y el cine en la escritura, pero no tanto en la fragmentación de los capítulos, sino en la forma de narrar: cómo se pasa de una situación a otra, está muy influida por el montaje cinematográfico. Pienso que la televisión dificulta más que lo que ayuda a a escribir: hay mucho diálogo, y malo. Nosotros nos formamos viendo telenovelas o unitarios costumbristas, y eso genera molestias más que facilidades. Por otra parte, cuando alguien me dice que mi novela podría ser una película, en realidad,  lo que me está diciendo es la influencia del cine que hay ahí. También hay una fuerte tendencia a no describir.

— ¿En qué sentido?
— El lector ya pasó por la experiencia de ver muchas cosas, no entran esos detalles. Si yo te digo que alguien se parece a E.T., ya casi no tengo que describirlo. En el siglo XIX, por ejemplo, tenías que explicar cómo era el mar, porque muchos lectores no se movían de sus pueblos. O cómo era un casino. Ahora, con la influencia de la cultura de la imagen, es necesario detenerse en descripciones psicológicas o de sentimientos, en vez de en cosas concretas.

Foto: La Primera Piedra

— ¿Creés que en ese terreno de las descripciones psicológicas o emocionales es donde la literatura puede causar algún impacto?
 Sí, es muy difícil mostrar en cine o en televisión en qué están pensando los personajes. Esa es la riqueza de la narrativa, la posibilidad de meterte dentro de un personaje e ir desmenusándolo. Otra ventaja es describir situaciones con mayor facilidad, como el caso del sexo. El cine, hasta el día de hoy, se suele mostrar más cauto.

— En Las griegas hay varios cuentos que se meten en temas espinosos, sobre todo pensándolos en la época de los 90’s, como es el caso del aborto o el abuso a una menor de edad. ¿Eso te generó algún problema?
 No, había una intencionalidad de expresar la sexualidad en algunos de los cuentos como una reacción a la literatura de ese tiempo, que era muy lavada: había dos temas que no aparecían de forma evidente: el sexo y la política. Yo, influido por lo que hacíamos en la revista V de Vian, quería que los cuentos tuvieran presencia de lo sexual y también de los 70’s, de lo político. Hoy nos parece muy natural, pero en ese tiempo era algo exótico.

— Pienso en el caso del cuento “El rapto de Helena”, donde aparece un supuesto hijo de Rafael Videla (NdE: presidente de facto y represor argentino). En ese momento muchos represores andaban sueltos.
 Había bastante desprecio en esa época por meter a la dictadura en la literatura, hasta que, en algún momento, un profesor de alguna universidad norteamericana dijo que en Argentina faltaba textos sobre esa época y todos empezaron a hacerlo. A mí me interesaba el enfrentamiento de esos dos mundos que podían ser tan diversos, como el mundo banal de la moda de la revista Caras y el miedo de cruzarte a un dictador en la calle. De ahí la importancia de asociaciones como H.I.J.O.S, que luchaban para no tener que cruzarse en la calle con esos hijos de puta. En cierto sentido, estos cuentos pueden servir como un reflejo de época.
— En esa dirección, el contraste de reeditar Filo con Alfaguara (del grupo Penguin Random House) y Las griegas con Odelia, ¿es una decisión tuya de apostar esos sellos más chicos?
 Sí, totalmente. Con Odelia yo tengo un compromiso más personal si se quiere: superé todas mis fobias habituales y fui a firmar libros por que sé que necesitan vender ejemplares para publicar nuevos libros de otros autores. Después de años de publicar en editoriales grandes, volver a los orígenes de las editoriales independientes es motivador, porque ves lo que los sellos grandes no hacen de la misma manera.

—¿Cuál es tu relación con la literatura chilena?
Fui fanático, profundo admirador, de un autor odiado por los chilenos, que es Enrique Lafourcade. Yo tuve un intercambio de mails con Roberto Bolaño, donde él me armaba su selección de autores argentinos y yo la chilena. Él me decía que a Lafourcade no lo pondría ni de aguatero (risas), pero a mí me fascinó durante mi juventud. Empecé a leer Palomita blanca, que es el clásico de él y después me dediqué a buscar desesperadamente todos sus libros. Durante mucho tiempo fue mi libro de cabecera Variaciones sobre el tema de Nastasia Filíppovna y el príncipe Mishkin, que era una reescritura de El idiota de Dostoyevski en el Chile de Salvador Allende. Otro autor que me gusta mucho es Alberto Fuguet, también Andrea Maturana y Bolaño, obviamente. No llegué a leer con profundidad a los autores más contemporáneos.

—Por último, ¿qué recuerdos tenés de ese intercambio de mails con Bolaño?
No llegué a conocerlo porque lamentablemente coincidió con su enfermedad y muerte. Yo lo contacté para una antología de cuentos sobre pecados capitales que estábamos haciendo, con la sensación de que no me iba a prestar atención ya que estaba en la cresta de la ola por ese tiempo. Sin embargo, me sorprendió que me contestó y había leído una antología que yo había hecho anteriormente. Nuestro mayor tema de charla era el fútbol y la literatura argentina. Es un autor que te produce ganas de escribir.

Por Gustavo Yuste, desde Argentina
@gusyuste


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