No es extraño que en un país lleno de cínicos y de siúticos las cosas no se digan por su nombre. Algunos podrán decir que un país fértil en poetas y poetisas genera muchas interpretaciones lingüísticas de la realidad, y eso sin duda sucede en el mundo popular donde términos como: chamberlain, cantar, comprar, fiambre, jote, pierna, significan cosas tan cotidianas como: adiós, decir la verdad, creer, muerto, adulador y pareja, respectivamente.
Pero en ese caso, que es el de la cultura popular, sucede que tales transformaciones lingüísticas intentan representar de una manera distinta (fundamentalmente picaresca) la realidad, en contraposición al lenguaje formal y al lenguaje erudito que suelen emplear otras capas de la sociedad.
No obstante, hay otro caso muy distinto, en el cual se cambian las palabras para referirse a ciertos conceptos, con el claro objetivo de maquillar, adormecer y castrar su significado, que obviamente (lo revela la propia finalidad de esa acción) poseen una apreciación negativa.
Dicha práctica, se ha vuelto cada vez más frecuente en el Chile postdictadura. Siendo habitual en los políticos, los empresarios, los periodistas y las figuras de los medios masivos de comunicación. Desde su situación de poder, son cómplices de esta cultura del descaro, que profundiza y banaliza la mediocridad de la vida chilena de la era neoliberal.
Es dentro de este descaro cultural, que sólo es producto de la insólita posición de poder de las clases dominantes en la actualidad, que cuando se habla de democracia, en realidad se habla de un sistema político dicotómico, que en la práctica funciona como partido único.
A su vez, sólo en un contexto como este, es posible llamar desvinculación al frío concepto de despido. Ocultando de esta manera, todo lo que se suele asociar con los despidos, y dando la sensación de que se trata de un alejamiento no forzado.
No es extraño tampoco, que cuando el capital globalizado necesita fortalecer más la dependencia de los países atrasados, y en consecuencia, controlar más las condiciones laborales de los trabajadores, se llame flexibilización a la libertad del capital de imponer sus necesidades productivas y lucrativas sobre las necesidades humanas y materiales de los trabajadores. Sorprende menos que a la organización de los trabajadores se le llame rigidez.
Un dato no menor, es que a las personas indigentes se les llame “en situación de calle”, dando a entender que el problema es vivir en la calle, no la extrema pobreza.
Hay que destacar que sucede una cosa curiosa cuando se tratan de conceptos técnicos, pues esta práctica pareciera adquirir legitimidad científica.
Tal es el caso cuando a las políticas paliativas de las crisis capitalistas, se les llama “ajustes estructurales”.
O cuando a las variaciones en los precios, y a sus funestas consecuencias se les llama “correcciones del mercado”.
Otro nivel de este extraño ejercicio lingüístico es cuando se refiere a situaciones sociales, nivel en donde muestra de una manera brutal todo su cinismo, pero que a la vez, con una elegancia magistral, esconde con sutileza nociones sociales profundas.
Esto sucede, por ejemplo, cuando se le llama “consenso social” al consenso entre los distintos sectores de las clases dominantes, aparentando acuerdos entre grandes sectores de la sociedad, siendo en realidad, acuerdos entre los pequeños grupos que se reparten todo nuestro país.
También sucede cuando se le llama “negociación colectiva” a la imposición de las condiciones que los empresarios estimen convenientes, para finalizar una huelga de trabajadores, con el estado como cómplice.
Hay muchos ejemplos de estos eufemismos, que día a día recibimos desde los órganos de poder.
No es mi intención recabar una lista de estos términos, pero sí desenmascarar estas prácticas coercitivas que intentan dominarnos incluso desde la esfera del lenguaje.
El Chile de la era neoliberal, forjado por las privatizaciones truchas de la dictadura, y erigido por la constitucionalidad concertacionista (fase superior del pinochetismo), nos sucumbe en la mediocridad, el abuso y la estupidización.
En este feudo cínico y conservador, los únicos escapes que ve la gente es la variedad ilusoria del mercado y la farándula, sin darse cuenta que su monotonía real, homogeneiza nuestro pensamiento y nos subyuga más a las necesidades del gran capital transnacional, y del pequeño capital chilensis.
El discurso oficial de un mundo feliz llamado Chile, no solo es una herramienta propagandística, sino más bien una herramienta de control de la subjetividad, que tiene múltiples consecuencias, como la desconfianza en la política, la vulgarización de la cultura, la sensación de lejanía y omnipotencia de la institucionalidad actual, la idiotización, el cinismo y el simulacro como contención de las alzadas sociales.
Desde esta sociedad superficial, oculta bajo el velo del descaro, en la feliz sociedad chilena, escribo desde el año 2008, para que en el futuro, se recuerde la era de la gran hermana como una época oscura, en donde la enorme luminosidad del aparente triunfo neoliberal proyecta una inmensa sombra de miseria y aberración, que en este tiempo, es nuestro deber combatir.
Onnet