Mojaron los calzoncillos los torturadores de puro susto, de puro miedo casi se cagaron los puercos ante la avalancha majestuosa de la Funa en el pirulo club Providencia, ahí donde sería el homenaje al monstruo Krassnoff, aquel agente del bigotito asesino, el bigotito sarcástico cuando sonreía ordenando la tortura, ordenando patear a la niña embarazada, para hacerla abortar con la bota en el vientre, con la lustrosa bota reventando la bolsa de sangre y el feto a pedazos que cayó en la fría losa del cuartel.
Porque Krassnoff Martchenko solo ordenaba, solo era el príncipe cosaco espectador del dantesco festín que se daba la Dina -Dirección de Inteligencia Nacional- con los detenidos. Él era el cadete pije con guantes de la escuela militar, igual a otros y varios más sádicos pertenecientes a la Dina que gozaban con el terror de las víctimas.
Pero ahora recién, las noticias de la pantalla por fin nos dieron un respiro de alivio ante la impunidad en que se ha levantado esta “demos-gracia”. En el pirulo Club Providencia, donde se daba cita el geriátrico pinochetista con abuelos marchando al ritmo de la esclerosis, con sus nietos bien peinados de universidad Opus Dei, con sus mujeres teñidas de rubio ceniza. Por fin los vimos chasconeados, tironeados, y gargajeados en la cara por la gloriosa Funa. Por fin les tocó a ellos experimentar el miedo, el sobresalto mientras cantaban nerviosos la estrofa negra de la canción nacional. “Nuestros hombres valientes soldados”, se mearon de susto mientras llovían los peñascazos y la multitud de la Funa, enfurecida, y enfunecida, amenazaba echar abajo las puertas y entrar al salón donde los ex agentes y pinochetistas de todas las mafias, de todos los grados, de todas las charreteras con sangre, se daban cita para agasajar el libro sobre Krassnoff Martchenko, para luego afilarse los bigotes con champán que pagaba la Ilustre Municipalidad de Providencia, comandada por la papada inmoral del coronel ‘Labbestia’.
Todo Chile los vio temblar de miedo ante la posibilidad de que la multitud exaltada de la bella Funa, aplastara a las viejas de moño rubio, a los ex agentes ahora de civil. La furia de la Funa se tomó la calle y el jardín y la vereda. Y faltó poco para que lincharan a un momio que les gritaba upelientos. Faltó poco, pero a cambio le arrancaron la camisa y quedó en cueros. Y todo el país vio la carne trémula, cadavérica de aquel torturador, desnudo, medio aturdido, no sabiendo dónde esconderse, como un abuelo baboso buscando a su general Pinochet, ahora podrido bajo la tierra de Los Boldos.
La justiciera Funa estalló de rabia frente a la provocación del alcalde renacuajo que intentó reactivar su amor a la dictadura, seguramente provocando al Gobierno, poniéndolo en jaque con el tema del apoyo al pasado nefasto de las botas en el poder. Fue un momento tenso, un momento grave que requería una reacción firme y pública de Piñera. Un momento para que el democrático Presidente condenara oficialmente el hecho y pusiera a ‘Labbestia’ en su lugar. Pero se le aconcharon los meados y no reaccionó como esperaban quienes le creen que votó por el No. A cambio, rechazó la invitación con formalidad y contestó por Twitter como un estudiante juguetón.
Mojaron los pañales los asesinos, y todos gritamos bravo a la funa, vivan los chicos y grandes que la organizan y no paran de gritar “Si no hay justicia, hay funa”. “Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a funar”. Y escuchar este canto, coreado por mil personas en las puertas del Club Providencia, repetido por todos los canales de la televisión, por lo menos fue un halago a la memoria.
Por Pedro Lemebel
El Ciudadano Nº115, primera quincena diciembre 2011