La escena ofrecida por la primera vuelta de la elección presidencial revolvió el escenario político. Partidos, analistas, medios de comunicación y demases se apuraron en sacar cuentas sobre el agotamiento de los actores políticos del duopolio que caracterizó la transición a la democracia. Ingenuos titulares daban por hecho que Chile amanecía a la izquierda. Mal que mal, ni las encuestadoras habían acertado al pronóstico de la elección, ni los medios de comunicación tuvieron cabeza propia como para rebatirlas, y diversos actores políticos bailaron a ese ritmo. El quórum, si bien no decreció, tampoco daba una señal contundente en dirección contraria. Las trincheras del orden se vieron débiles y permitieron el desembarco de una nueva izquierda al Parlamento. Pero a todos, de pronto, se les cortó la música y la transición que una vez más parecía acabarse, se quedó ahí mismo, sentada.
A ojos del resultado de la segunda vuelta, lo que parecía un incendio en el andamiaje político de la transición, en cuatro semanas, no solo se había apagado, sino que ya parece que no hubo tal incendio. O, si lo hubo, ya se levanta un nuevo, y más robusto edificio que el que resistía.
La derecha ganó holgadamente el balotaje al candidato oficialista, bajo la promesa de garantizar los bonos implementados por el presente gobierno, incluida la gratuidad de la educación superior. El Frente Amplio se desdibujó del debate público al no tomar una posición unívoca sobre la segunda vuelta. La Concertación quedó tan golpeada por la derrota, que no tuvo cara para reconocerla. Y dejaron solo al candidato la misma noche del día 17 de diciembre.
Luis Thielemann, historiador de la Fundación NodoXXI y parte de Izquierda Autónoma, mira desde la coyuntura, pero también con la necesaria distancia a la que le obliga su disciplina, y realiza un balance de la situación de la izquierda chilena. Que no es una sola.
Ganadores y Perdedores
– Si es por ánimo, hay dos Chiles totalmente distintos después de los resultados de primera y segunda vuelta ¿quién ganó y quién perdió en el terreno de batalla que suponen las campañas electorales?
Primero que todo, gana el orden social del neoliberalismo, ese que fue fundado a sangre y fuego por la Dictadura y expandido, perfeccionado y sostenido por los gobiernos de la Concertación. Gana porque resiste al embate más serio que ha tenido que enfrentar desde las protestas de los años ochenta. Además, gana porque consigue un baño de masas, un apoyo en las urnas, imprevisible y que le sirve para legitimar una agenda política contraria a los intereses de las luchas sociales que habían protagonizado el escenario desde 2011. En ese sentido, no hay dudas en sostener que ganó la Derecha las elecciones, no sólo por la obviedad de que tienen la presidencia y buena parte del parlamento, si no porque además lo hacen con una movilización electoral que intimidó a las demás fuerzas. Es tan así, que han pasado varios días y la izquierda sigue en silencio, pasando boletas entre bloques, no sabiendo bien qué pasó.
Por otra parte, perdió la izquierda en sus tres versiones históricamente constituídas.
– ¿Cuáles son esas izquierdas y sus respectivas derrotas?
La primera, la izquierda renovada, que ha vivido décadas al interior de la alianza concertacionista, y que ha basado su actuar de los últimos ocho años en la fe ciega de que de una u otra forma todo va a volver a ser como en 1990. No entendieron el sentido del 2011, tampoco el del apoyo a Bachelet en 2013, tampoco pudieron comprender cuánto había cambiado Chile en estos años. Así, luego de la primera vuelta, simplemente esperaron que su peso moral -el de la UP, del “yo luché contra la Dictadura”- cuadrara a la izquierda del Frente Amplio. Eso no sucedió, buena parte se cuadró con las viejas lealtades, pero buena parte no lo hizo. No sintió ningún deber. Esa izquierda perdió, y lo que perdió, en las dos vueltas, fue su tutela sobre la izquierda en Chile y también sobre el voto que allí se reconoce.
La segunda izquierda, la del Frente Amplio, en su tesis populista de que era posible un asalto directo al poder, tomando un atajo respecto del lento y laborioso trabajo de construir bases sociales firmes para un proyecto de transformación anticapitalista, fracasó estrepitosamente. Si bien fue posible conquistar un trozo del parlamento, lo cuál es un triunfo no menor para la izquierda, la posibilidad de una fuerza que pudiera pararse de igual a igual ante la política se diluyó en la imposibilidad de escapar del chantaje progresista. No quiso hacer política en segunda vuelta y estuvo lejos de verse como una alternativa de gobierno, si no simplemente como un portavoz del malestar, pero sin capacidad de ofrecer alternativa a este orden y sus protagonistas. Gana como voto-rabia, pierde como alternativa de orden.
La tercera es la pequeña izquierda más allá del FA, que ha sostenido desde hace años la tesis del abstencionismo. Esa tesis se cae en esta elección: por primera vez votaron los que antes se abstenían: muchos lo hicieron por el FA, pero muchos más por Piñera. Esto nos dice que afuera de la política no hay una masa rabiosa impugnando el sistema, si no más bien un enorme universo de personas cuya vida se comprende fuera de la política, y a la que solo han entrado por miedo o como una protesta con la que tampoco ofrecen mucho compromiso. Luego de esta elección, las izquierdas, con más tiempo y derecho a la palabra que en otras ocasiones, deberan revisar sus suposiciones sobre las clases populares en Chile, tan llenas de mitos como de angelizaciones.
Pero sobre todo, perdió la Concertación-Nueva Mayoría, empieza su descomposición definitiva probablemente. Mientras la DC se destruye, lo que se llamó centro-izquierda hoy carece de proyecto y se ve amenazado por el crecimiento del FA. La muerte de la alianza de los partidos que por la izquierda condujeron la Transición es probablemente la noticia más interesante que le deja a la historia esta elección.
“Todos contra la Derecha” y el “facho pobre”
– Durante la campaña primó la consigna “todos contra Piñera” en el campo del progresismo y la izquierda. Sin embargo el objetivo estuvo lejos de realizarse ¿equivocada la consigna o la estrategia? ¿Es culpa del Frente Amplio, del “facho pobre” o de la propia Concertación?
Muchos lo dijeron: “Todos contra…” no significa nada para quienes no vivieron la Dictadura. Para muchos chilenos, el gobierno de Piñera no fue un infierno. Creo que esa es una proyección de las capas medias progresistas y sus organizaciones. Para la mayoría del país, el gobierno de Piñera no fue muy distinto de un gobierno de la Concertación. En el fondo queda rebotando una pregunta que ni las vocerías del FA ni las de la Concertación podían responder: ¿por qué, a la luz de la historia reciente de abuso empresarial, Estado subsidiario y carencia de derechos sociales, era menos deseable un gobierno de Piñera que uno de Guillier? La Nueva Mayoría nunca pudo defender a Guillier ante la izquierda, y a su vez, la izquierda que se plegó acríticamente a apoyarlo, no podía hacerlo sin recurrir a desgastadas lealtades pasadas.
Otra cosa fue el ataque a los votantes de clases populares. Fue gracioso, en la izquierda, a la furia contra él (N. de. E.: el votante de clases populares) le sobrevino rápidamente la culpa condescendiente. Ambas dejan claro que esa gente les es muy externa, que todavía no comprenden bien el Chile que piensan cambiar. El “facho pobre” ha existido siempre, fueron los huasos apatronados de la Reforma Agraria o los obreros borrachos a los que Recabarren sacaba de las cantinas. También los que votaron por Alessandri masivamente en 1920 y que le dieron más de cuatro de cada diez votos a Pinochet en 1988. Lo que esperaba esa izquierda es una lealtad que hoy no se sostiene en nada: que los pobres apoyan a la izquierda o simplemente no votan. Eso es ridículo, no tiene asidero de realidad. Pero sobre todo, no mira con frío materialismo a la sociedad chilena: Para buena parte de los pobres en Chile, es más racional entregarle su apoyo a una derecha que no los ningunea por su cultura, que no les pide una altura moral para nada, y que promete certezas y orden, frente a una izquierda poco creíble como alternativa y en su capacidad de gobierno y a una NM visiblemente descompuesta y sin ideas.
También es culpa de la izquierda. No puede hacer como si esto no fuera un problema de ella, solo porque no fue el FA el que perdió la elección de forma directa. La izquierda no se vio capaz de gobernar, primero, y, después, no supo cómo obligar a Guillier a ofrecer algo mejor que el continuismo ambiguo y el reformismo mediocre y mal hecho de la Nueva Mayoría. Si la Nueva Mayoría no pudo, la izquierda ni siquiera estuvo cerca. Hay que construir una izquierda que salga de la estrecha identidad cultural estudiantil o de capas medias, y logre abrirse como instrumento político para la emancipación de toda la diversidad del pueblo de Chile, que interprete, conduzca y movilice sus necesidades y anhelos.
– Bajo el supuesto de que no puede dar “todas” las batallas, sino que objetivamente deberá priorizar su quehacer ¿Qué tipo de oposición imaginas desempeñando al FA? ¿Cómo será el diálogo, por ejemplo, con los partidos de la Concertación?
Yo estoy lejos de poder decidir eso, y ni siquiera sé cómo se resolverá eso en el Frente Amplio. Pero, si es por imaginar, es decir, por pensar en la mejor forma posible, pienso que debiera ser una oposición en que el anclaje del FA esté más allá de la izquierda o derecha de la Transición, en los movimientos sociales en lucha, y desde ahí se determine que aquello que necesita vitalmente oponerse a Piñera son las clases populares y sus luchas, no la Concertación y sus partidos, que lo necesitan para recuperarse como progresismo neoliberal.
Así también, me imagino que el diálogo debería ser desde la autonomía del FA y los movimientos sociales en lucha, no un diálogo sometido a lealtades espurias con las banderas rojas o un supuestamente compartido odio a la derecha. El diálogo en la oposición debiera ser el que le sirva a las demandas populares por avanzar hacia la construcción de una alternativa de izquierda y popular, y aquellos conflictos que nos permitan ir desmontando el Estado subsidiario.
La izquierda chilena en perspectiva mundial
– ¿Qué distingue al proceso de la nueva izquierda chilena a otras que se han visto en el mundo? Por un lado están los progresismos latinoamericanos de la “década ganada”; por otro, los fenómenos europeos de nueva izquierda (Podemos, Syriza, Portugal, etc.) y de renovación de la vieja (Laboristas).
De esto hemos dicho mucho desde Fundación Nodo XXI, desde varios escritos y posiciones: los procesos que han permitido la emergencia de nuevas alternativas políticas de izquierda son similares en términos estructurales, pero tienen diferencias importantes en cada país o región. Creo que de los progresismos se distingue por que llega en su ocaso y en un país con una estructura social distinta del resto de Latino América. En Chile el neoliberalismo obliga a otras tareas, las clases populares fueron despojadas de su historicidad combativa, de sus organizaciones y tradiciones, etc. Acá la revuelta no está a la orden del día ni hay enormes masas fuera de la economía. Además, el grado de penetración ideológica de la dominación es enorme: Los partidos de la Unidad Popular administran el Estado subsidiario de Jaime Guzmán. Eso no es solo una crítica, sino una tragedia: es la bancarrota de la historia crítica de impugnación al capitalismo en Chile. Así las cosas, en Chile partimos de más atrás que los progresismos continentales, pero también que los compañeros españoles o portugueses. Acá no hay derechos sociales que defender, si no que aquellos por construir.
Tal vez lo más importante al respecto, y lo que hace necesario estudiarlos sin idealizaciones ni negacionismos, sin optimismos infundados o pesimismos inmovilizantes, es que los peligros y amenazas son los mismos. La tragedia que hizo imposible el viraje a la izquierda que pretendía en Grecia es la misma que amenaza al Frente Amplio en Chile: cómo hacer izquierda hoy, con el grado de poder nacional e internacional del capitalismo. De la misma forma, la burocratización de Podemos o la cooptación progresista de la izquierda argentina, son amenazas para las que no se tienen fórmulas defensivas claras, es más, pareciera que se les trata con soberbia o inocencia, o incluso, con aceptación cómoda. Nos distingue poco y eso debería ser objeto de preocupación.
Esperemos que el FA tome consciencia de esa historia reciente, también de la del siglo XX, que deje de imaginar que viene a inventar el agua tibia o que tienen algo único que los salvará de los errores, y más bien mire con humildad los procesos transformadores del pasado y saque lecciones. Eso es urgente.