El mejor panorama dominical, una tarde en el Forestal

Las tardes en una plaza han ido paulatinamente siendo reemplazadas por un paseo al centro comercial más cercano o por espacios cada vez más extensos frente a una pantalla de televisor

El mejor panorama dominical, una tarde en el Forestal

Autor: Wari

Las tardes en una plaza han ido paulatinamente siendo reemplazadas por un paseo al centro comercial más cercano o por espacios cada vez más extensos frente a una pantalla de televisor. La vida sedentaria se apodera de chilenos y chilenas, mientras los pocos espacios verdes que quedan, siguen disponibles para encontrar a las familias. Así se vive una tarde en el Parque Forestal.

Un lugar lleno de vida, donde hay diversión para grandes y chicos, donde se puede relajar en familia, en pareja y en soledad. Donde se puede compartir en comunidad…

Este domingo en que escribo, el primero de la primavera, en vez de quedarme en casa flojeando, preferí ir a dar una vuelta al parque Forestal para cambiar mi rutina de ordenar la pieza y ver películas.

Al bajarme de la micro y cruzar la Alameda, en Plaza Italia, el primer personaje que encontré fue un vendedor que se acercó para ofrecer un diario y un cronograma de actividades culturales que terminaron siendo propaganda de la iglesia Católica. Una decepción. Pero no iba a claudicar al primer tropiezo.

Cuando llegué a los juegos infantiles que dan a la calle Purísima decidí sentarme en el pasto para descansar y observar lo que hacía la gente en un domingo como este, en un lugar donde el sol estaba escondido y el estridente sonido de las micros del Transantiago era reemplazado por el apacible ruido de ramas de árboles movidas por una fresca brisa. A las tres de la tarde, el Forestal era el lugar perfecto para dormir una siesta.

Mientras mis ojos se cerraban, justo al frente una niña jugaba con una cinta doble de papel crepé. Los vendedores le llamaban ‘pajarito’, he visto cómo los artistas de circo callejero hacen estilísticos trucos con ella. Pero la pequeña por más que trataba, terminaba con la cinta enredada a su cuerpo, lo que le impedía moverse. Su padre y hermano la observaban mientras trataba de zafarse. Yo, me quedaba dormida.

Cerca de las cuatro, desperté. Estaba todo repleto y comenzaron a llegar diferentes vendedores. El primero que vi fue el de los autitos a fricción y recordé cómo hace un año, yo compraba un algodón de dulce cuando un chofer infantil chocó con mi tobillo, lo cual me dejó coja por dos días. Para evitar otro accidente, decidí pararme y estar atenta. También llegaron las camas elásticas, las niñas que pintan las caritas y, por supuesto, el carrito del algodón de dulce.

De repente sentí un olor del que no me pude resistir: Palomitas de maíz. Me puse a la cola para saciar el hambre -o el antojo- que me provocó ese olor a azúcar tostándose.

Caminé con mi cambucho de palomitas, que en realidad era originalmente de una tienda de comida rápida, promocionando pollos asados. Y, justo frente a mí, se presenta una feria de las pulgas.

Quise empezar a mirar desde el extremo que daba hacia el museo de Bellas Artes y cuando llegué, me encontré con la sorpresa de la existencia de una mini biblioteca. El encargado me explicó que la “Biblio Plaza” fomenta la lectura en el parque, “dejas tu carnet y puedes llevarte por el día libros, periódicos o revistas”. Lo mejor: Es completamente gratis.

VOLVIÓ LA FERIA

Después del descubrimiento me di vueltas por el pasillo comercial del parque. Poleras a 300 pesos y vestidos a “luca”, eran de las tantas ofertas que exhiben quienes venden en el centro del Forestal.

Al ver la buena onda que se da entre los vendedores del lugar y la instancia de poder ganar unas monedas extras, decidí proponerle a mis amigas venir la próxima semana a vender la ropa que ya no usamos. Nunca está de más una oportunidad de negocios.

El único problema que me encontré fue que, pasadas las siete de la tarde, llegó la yuta. En un dos por tres, jóvenes y no tan jóvenes que estaban vendiendo, agarraron sus cosas y comenzaron a caminar. Pero los carabineros se llevaron a cuatro, incluso a un vendedor de cuchuflí, que trataba de ganar unos pesos en la tarde dominical.

Luego de que la policía cumplió su saldo de detenidos del día, se fueron, y los feriantes volvieron a instalarse para seguir con la jornada laboral.

MUCHO CON QUÉ ENTRETENERSE

Después de escudriñar toda la feria y hacerme a muy buen precio de un short y una polera, me quedé viendo los show callejeros.

En los juegos que dan hacia la avenida Santa María, había un espectáculo de marionetas. En el suelo, los niños observaban detenidamente cómo el artista bailaba con la Violeta, su “polola” de papel maché y trapos. Los adultos también reían con la interpretación, porque la muñeca se lanzaba contra ellos para robarles un beso. Me reí mucho cuando una niñita le gritó a su papá: ‘¡Te voy a acusar con la mamá!’ Uno nunca sabe cuándo estalla un conflicto familiar.

En otro espacio había un malabarista que se apoda ‘Coke’. Característico, por sus bigotes a lo capitán garfio y su gorro tipo ‘Chavo del 8’, él dominaba el diablo con gracia y comedia; estimo que éramos unas 50 personas sentadas a su alrededor riéndonos con sus chistes y su simpatía.

Al terminar la presentación, llegó hasta mis oídos un sonido de tambores. Me dejé guiar por el ritmo y llegué a un extremo del Parque. Ahí, una batucada ensayaba y, a la vez, le ofrecía a la gente un espectáculo para disfrutar. Los músicos no estaban solos, junto a ellos bailaba una mulata que sorprendía con pasos afros. La mujer hipnotizaba con los movimientos de sus piernas, sus caderas y sus brazos.

Cuando se oscureció y decidí irme, recordé que una de mis amigas estaba de cumpleaños en unos días más, así que me di las últimas vueltas en la feria.

Un pequeño puesto de llaveros y aros me llamó la atención por la originalidad del diseño y el material del cual eran hechos: Papel maché y paño lenci. Los niños que los vendían me dijeron que era su primera vez en ese espacio.

Ya estaba todo oscuro, las luces de los faroles alumbraban a los pocos vendedores que quedaban, quienes ya ordenaban para irse. Me sorprendió que a pesar de la cantidad de gente que transitó durante el día, los pastos y caminos estaban igual de limpios que en la mañana.

Me senté en un banco para fumarme un cigarrillo y contaminar un poco. A mi lado, un vendedor de juguetes y golosinas ordenaba su mercancía para volver a su hogar.

Mientras el humo del ‘pucho’ se desvanecía en la oscuridad del parque, pensaba cómo habría sido mi día encerrada en casa o ‘vitrineando’ en un ‘mall’. No me hubiera reído tanto, habría gastado mucha más plata y no hubiera consumido las calorías que hubiese ingerido.

Por Estefani Carrasco Rivera

El Ciudadano Nº112, segunda quincena octubre 2011


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