Los lectores focalizados en temas políticos tienen suficiente evidencia de que sobre la abstención electoral se busca y rebusca una infinidad de explicaciones: unas, por ejemplo, se quedan en estadísticas comparadas que diseñan aventuras probabilísticas. Abundan justificaciones sobre sus causas, asociadas a crisis de representatividad, a signo de época, a manipulación de conciencia y otras. Se refieren a él como un fenómeno de valor inocuo, a veces. Otras veces le reconocen efectos profundamente nocivos. Con recurrencia se le relaciona a ciertas conductas del electorado, bajo diversas condiciones, en diferentes lugares del planeta y se liga a una suerte de normalización, como fenómeno transversal, asociado a ciertas características de lo que hoy se denomina la “sociedad posmoderna”.
En mi opinión, este es un asunto que, si bien se puede interpretar desde varios ángulos, algunos de ellos con rigor sistemático, pocos apuntan a lo esencial, en cuanto la abstención electoral es un fenómeno preeminentemente político: su ocurrencia tiene una finalidad, y su estimulación un claro propósito, que sólo podrá ser vencido en el plano de la conciencia, que es el único factor en manos de los ciudadanos. Bien por los estudios y los estudiosos, pero los análisis cuantitativos, estadísticos comparados, las hipótesis causales o probabilísticas, seguirán arrumbándose en papeles o en GB de información, sin generar el cambio que el campo popular necesita con urgencia.
Algunos aspectos del discurso colectivo del abstencionismo
Considero extremadamente nocivo que en el discurso popular chileno se hayan asentado ciertas ideas referidas a la abstención electoral, argumentándose las más increíbles estrategias y bases morales, que convergen todas en una penosa condición: les une la ausencia de cualquier objetivo posible, que no sea la funcionalidad de la mansedumbre, en disfraz infantil de ciudadanos malditos, héroes indomables y nunca sometidos, o bien del ciudadano enajenado, que quizás sea el que representa mayor coherencia y sentido dentro de la clase de los que se abstienen.
Pero un tema es el sentido de la acción y otro la carencia de sustento; la falta de esperanza de representatividad del acontecer institucional-político que se juega en las elecciones, es uno de los puntos de intersección común de la abstención. Se basa también en la orfandad del razonamiento político del ciudadano extraviado en las vicisitudes de la lucha por continuar el camino; se apoya en la soledad más sola, del sujeto neoliberalizado, que no sabe que ya no es lo que era; que ya sólo es aquello que todo ese mundo que odia, que desprecia, le ha llevado a ser: vacío y angustia que hace hoy de Chile una sociedad triste, en que sus jóvenes eligen la muerte, ostentando el índice más alto del mundo de suicidio infanto-juvenil.
La abstención hace caldo de cultivo también en los casi dos millones de emprendedores, que en su gran mayoría son aspiracionistas ingenuos, que no logran ver de qué manera se constituyen en eslabón de la compleja cadena del servilismo al poder financiero, extraviando sus verdaderos asientos reales, imaginándose parte de una clase de la que no son. El abstencionismo se funda, igualmente, en esa sistemática cupularización de la política, separada de los representados y que se ha tornado una elite hermética en una suerte de cofradía de corruptela: “¿para qué voy a votar, si finalmente son todos una tropa de sinvergüenzas, que se arreglan entre ellos?”. “Salga quien salga, a mí no me cambia la vida”.
La abstención y el desclasamiento
Cuando se asientan estas y varias otras ideas en la conciencia, sin duda pierde todo sentido el hecho de participar en cualquier elección. Establecida esta razón, ¿cuál es la mejor manera de fortalecer la abstención como tendencia ciudadana? Mientras mayor es la sensación de que el mundo de la política es esencialmente corrupto (y lo es significativamente), de que no necesitas de la solidaridad y de que puedes pisar al del lado porque así puedes mirar más alto; mientras todo da lo mismo, porque “izquierda y derecha unidas, jamás serán vencidas”, menor es el interés en participar de él, incluso en el simple y sencillo acto de votar. Esta ecuación resulta evidente y los medios de comunicación de masas -controlados casi en su totalidad por algunos grupos económicos- se encargan de inocular el estímulo abstencionista en el imaginario de los ciudadanos, llevando claramente agua a los molinos de dichos poderes que han aprendido a no despreciar la necesidad de funcionar como verdaderos operadores políticos, a fin de controlar la acción legislativa del Estado.
La abstención electoral es la llave maestra para perpetuar un modelo de exclusión y extrema acumulación. Y resulta verdaderamente lamentable escuchar a los ciudadanos de diversos niveles de instrucción, promover esta particular “pesca de arrastre”, que lo único que logra es que, cada vez más, seamos gobernados por quienes no tienen que gobernar. La abstención se eleva hoy, en nuestro siglo, como el nuevo signo de la dispersión y esterilización de la conciencia de clase, pues, aun cuando el ciudadano puede mantener una cierta noción de pertenencia, pierde toda capacidad de acción a fin de modificar la realidad, lo que a fin de cuentas resulta más o menos lo mismo a que si no tuviera conciencia de clase alguna.
¿Quién gana con la abstención?
El ejercicio es básico y claro: Piñera es elegido con sólo 3.795.896 votos, de un universo electoral de 14.308.151. Esto es, el 26,52% de los electores. La curva de participación electoral según sector socioeconómico indica que quienes tienen menos porcentaje de abstención son aquellos que pertenecen a sectores con mayores ingresos, aumentando significativamente la no participación en los sectores de menores ingresos. De esto se puede afirmar que son los sectores más perjudicados por la acción política de la derecha, los que facilitan el hecho de que ésta controle el poder del Estado. Y claramente es una conclusión que también sacan las huestes neoliberales, porque sólo la ceguera intelectual podría no advertir los esfuerzos realizados por ellas a fin de disminuir la participación electoral del campo popular, desde la legalización del voto voluntario en adelante, que además y lamentablemente contó con el apoyo de importantes sectores de la propia izquierda chilena, facilitando más aún la despolitización de la base popular de la sociedad.
Se sabe que una mayor participación ciudadana en los eventos electorales, genera la seria posibilidad de pérdida electoral a las elites de la economía, que son también, significativamente, las elites políticas. El problema no es que el grueso de la gente no sepa que se encuentra en condiciones de postergación sistemática: la concentración extrema de la riqueza y sus consecuencias sociales ya no pueden aportar más evidencias. El problema es que, por una parte, no hay esperanzas de que la cosa cambie, y por otra, se articulan estrategias espontáneas y absurdas, junto a otros cuantos, como en toda catástrofe, que buscan el acomodo y sus beneficios estrictamente personales.
El abstencionismo casual, el sistemático y el errático
El casual es aquel que no tiene en la base un abstencionista, sino sólo a un sujeto que se abstiene, que simplemente no votó o que no tienen conciencia política; un sujeto que no participa, pero tampoco tiene pretensión alguna con su acto. El sistemático, en cambio, tiene en su base a un abstencionista, que es aquel que teniendo un grado de conciencia política, se interna en el campo de la ingenuidad, con una estrategia sin extremidades, mutilada, ilusoria y sin destino real, incapaz de caminar, no porque el abstencionismo sea un error por definición, sino porque evidentemente el contexto no es soporte necesario y suficiente para su efectividad.
Cualquiera de los dos no hace otra cosa que permitir que otros tomen las decisiones por él. El casual da un poco lo mismo, pues no tiene razones fosilizadas para ello, así es que sin mayor dificultad puede llegar a tenerlas para dejar de abstenerse. Pero el sistemático-ingenuo -aquel que hace de la abstención una estrategia de acción rebelde ante lo que considera despreciable; aquel abstencionista que se dedica a predicar el abstencionismo; el que promueve la abstención por la redes sociales y los bares, en las esquinas del barrio, en el trabajo…- ese abstencionista es el que representa el foco del interés político. El abstencionista sistemático está ingenua e inadvertidamente cazado por la causa de las minorías poderosas. Está atrapado por las mismas minorías sociales que se transforman en mayorías electorales y que deben dicha posición de mayoría electoral (Piñera, por ejemplo) entre otras causas, a la no menor contribución de estos abstencionistas.
Sin fundamentalismos
Yo puedo creer en la abstención. Mi posición no es una posición fundamentalista. Así también creo en la lucha electoral y también creo en la lucha armada de los pueblos. Yo creo en todas las luchas en abstracto, pero cada tiempo tiene su afán. El abstencionista ingenuo debe comprender que cuando su opción es esperar que el resto tome las decisiones y que se jodan, sólo es respetable si sucede al acto de la abstención, alguna acción potente y capaz de pasar por el lado de la lucha electoral. No creo en que sea descalificable moralmente la opción de pasar por el lado, pero lo cierto es que a la abstención actual no le sucede nada: el abstencionista sigue abrumado por sus deudas, sigue ensimismado en su enajenación cotidiana, sigue jugando al ganador y quejándose con los amigos.
El abstencionista chileno sigue trabajando por poca paga, mal tratado, sin salud asegurada, pagando caro su educación y la de su descendencia. A la abstención chilena, no le sigue la acción de crear un movimiento que le dé sentido; un movimiento capaz de pasar por sobre los rayados de cancha de un sistema que, por ahora, mantiene la suficiente cuota de poder en los sectores minoritarios de la sociedad, como para que sea completamente recomendable y necesario, disputar dichas posiciones de poder de las minorías, para horadar su campo de dominación; para avanzar en las transformaciones, que esos abstencionistas sistemáticos e ingenuos, convienen en considerar también cambios necesarios.
Conclusión
Desde el sentido político, el abstencionismo dejó de ser una incógnita a despejar desde las estadísticas comparadas. Hacerlo, puede tener sentido académico o deportivo, pero para el campo popular el abstencionismo es un problema que requiere ser combatido política e ideológicamente, en el proceso de reconstrucción de la conciencia de clase, comprendiendo la amplitud que este concepto debe alcanzar en el siglo XXI y sin creer que las conductas abstencionistas erráticas (olvidada esta tercera categoría enunciada, cuya caracterización es obvia) se salvan del flagelo de la desfiguración, difuminación o dispersión de la conciencia de clase. Refiriendo hechos recientes, hay que mantener siempre presente que el enemigo de mi enemigo, es mi amigo, en distintos escenarios. Y que el amigo de mi enemigo es mi enemigo (la abstención). Sobre todo esto, tenemos ejemplos suficientemente frescos.
Finalmente
El combate en contra del abstencionismo tiene que estar entre las principales luchas políticas e ideológicas impulsadas por aquellos cuyo objetivo fundamental y base de sustento existencial es el campo popular; aquellos que tienen al pueblo como representación y como sustancia. No es ésta una apuesta excluyente: es el paso obligado que la historia depara en el presente, con la clara advertencia de que nada de ello tendrá sentido si no existe la fuerza articulada en la base social que dé razón y sustento a los pasos que se avancen en el seno de la institucionalidad política, hasta donde sea necesario y posible avanzar.
Vuelvo a decirlo con insistencia. No es excluyente, sino complemento necesario, que las reivindicaciones populares y tanto la posibilidad como la necesidad del cambio profundo de nuestra sociedad imponen. Tal vez la historia cambie y llegue el día en que la abstención sea un duro golpe mortal, pero para entonces las cosas habrán cambiado, ya no serán las de hoy. Sin fundamentalismos: hoy la lucha es en contra del abstencionismo; es un combate que si no se libra, eternizará la legitimación de gobiernos de representación minoritaria, sin necesidad de una dictadura fascista.
Marcos Uribe