Presentación: Comunidad virtual ‘Nueva Civilización’: Creativa, autónoma y solidaria
Serie ¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? Capítulos I a XXIV.
XXV. Sobre el proyecto político: ¿Utópico o realista? ¿Quién lo elabora? ¿Cómo se establecen los fines y los medios?
La dimensión transformadora de la nueva política se expresa en el proyecto que la guía y orienta. Se busca transformar la realidad social a partir de la situación presente, para llevarla a una nueva situación histórica. En eso consiste el proyecto político. Un proyecto que, cuando se trata de transitar hacia una nueva civilización, es un proyecto de transformación profunda de la estructura económica, de la organización social, de la institucionalidad política, de la vida cultural, etc.
Pues bien, lo primero que implica cualquier proyecto político es la formulación de fines y objetivos a realizar con un horizonte de tiempo prolongado, o sea en el largo plazo histórico. Ha de incluir también la indicación de objetivos y metas a lograr en el mediano y en el corto plazo, como etapas de un camino conducente al resultado finalmente deseado. El proyecto implica también la identificación de los medios necesarios para su realización, de modo que en todo proyecto político se establece una relación entre medios y fines.
En la política de la vieja civilización moderna ha habido varias formas de definir el proyecto. Una de ellas consiste en asumir de antemano y de una vez para siempre, un determinado ‘modelo’ teórico de sociedad, que ha de ser ‘aplicado’ y llevado a la práctica por los sujetos ‘concientizados’ en el proyecto. En el ‘modelo’ se fija lo que se considera el ‘deber ser’ de la sociedad por construir, que en algunos casos se deriva de una concepción ética o de una doctrina social que dirime lo que se considera justo, humano, natural, necesario, racional, etc. En otros casos el ‘modelo’ se deriva de una ideología, que expresaría el interés de una clase o de un grupo social, religioso o de cualquier otro tipo, que se supone que es el portador del interés general de la sociedad. En ambos casos, el proyecto tiene poco que ver con el análisis de la realidad presente y con las características particulares y concretas de los sujetos supuestamente llamados a materializar el proyecto. Lo que ‘deben’ hacer los agentes del cambio, es ‘tomar conciencia’ del ‘modelo’ y convertirse en medios e instrumentos para llevarlo a la práctica.
Todos los proyectos de sociedad definidos de ese modo han resultado utópicos e irrealizables. La razón de ello es clara: cuando se piensa en ‘aplicar’ un modelo teórico a la práctica, o sea de configurar la realidad social entera conforme a un ‘modelo’ ideal elaborado por algunos, ocurre inevitablemente que se generan fuerzas antagónicas, pues hay otros modos de pensar, otras organizaciones y otros intereses diferentes, que desplegarán fuerzas de oposición y que buscarán resultados distintos al proyecto que se quisiera implantar por el grupo portador del ‘modelo’. Y el resultado es siempre una realidad que entra en un conflicto que tiende a ser permanente.
A lo más que se podría aspirar por ese camino es a concretizar, por un período de tiempo históricamente breve, algo así como una caricatura deformada del ideal buscado, y ello en base a una brutal fuerza dominadora -ideológica, política y/o militar- controlada por un grupo que se impone sobre los demás. Porque para cambiar y reorganizar toda la sociedad conforme a un ‘modelo’ previamente definido, se necesita disponer y utilizar muchísimo poder, un poder inmenso detentado y utilizado por quienes sean los portadores y ejecutores del ‘modelo’ en cuestión. Pero disponer de mucho poder supone concentrarlo y acumularlo, lo que sólo puede verificarse en la medida que muchos otros sean despojados de su propia capacidad de tomar decisiones.
Por ello, la transformación social concebida como la aplicación de un ‘modelo’ teórico de sociedad es no sólo irrealizable, sino también cuestionable desde un punto de vista ético. Que uno o varios sujetos sociales, que no pueden ser más que una parte de la sociedad, se consideren portadores de un proyecto global conforme al cual toda la sociedad deba ser remodelada, supone partir de la base que ellos son poseedores en exclusiva de la verdad y de los valores apropiados.
Si, por el contrario, partimos del supuesto que la verdad y los valores se encuentran repartidos socialmente y que nadie los posee totalmente; de que todas las personas y grupos tienen ideas, valores, intereses y aspiraciones que pueden ser legítimos y que tienen derecho a existir; de que la homogeneidad social es un empobrecimiento de la experiencia humana, y que en cambio la diversidad y el pluralismo constituyen una riqueza y son el producto de la libertad creadora de los hombres, entonces se descubre que no es posible ni apropiado plantearse un proyecto de transformación entendido como la aplicación a la práctica de un ‘modelo’ de sociedad elaborado por unos pocos.
Se hace evidente la necesidad de pensar de otra manera la transformación social.
La crítica de aquellos modos de concebir el proyecto de transformación, no puede sin embargo llevarnos a adoptar ese otro modo de hacer política, que es también muy propio de la civilización moderna en crisis, que podemos calificar como pragmático. En la política pragmática se parte siempre del análisis de la situación presente, pero la finalidad de la acción política se desvanece, y la política queda reducida a la gestión de la realidad existente. Este tipo de política suele afirmarse como ‘realista’, en contraposición al carácter ‘idealista’ que tendría el modo anterior. Pero la verdad es que bajo tal ‘realismo’ se esconde la renuncia de la política a la acción transformadora, porque se ha abandonado la definición de fines y objetivos, y la actividad se centra al nivel de los medios, en orden a fines u objetivos que se asumen pasivamente, que no se elaboran conscientemente, porque se supone que ya están dados, predeterminados por el sistema imperante.
Sólo la definición de fines mediante una actividad de pensamiento autónomo, puede originar actividad realmente transformadora. Cuando, en cambio, se dan los fines como ya determinados, no hay verdadera transformación posible. La determinación de fines u objetivos nuevos, que trasciendan la racionalidad inherente a la civilización que caduca, es el comienzo de una acción realmente transformadora. Pero la definición de los fines no consiste en la formulación de un ‘modelo’ ideal, de un ‘deber ser’ de la sociedad derivado deductivamente en base a principios abstractos.
¿Cómo son, y cómo se formulan, entonces, los objetivos de la nueva política transformadora?
Lo primero que hay que decir, es que los sujetos que asumen la creación de una civilización nueva y superior, se plantean fines y objetivos para ser realizados por ellos mismos. Son, en tal sentido, máximamente realistas y prácticos, estando obligados a formular esos objetivos considerando las condiciones existentes, las propias reales capacidades de acción, las propias energías y voluntad de realización. No se plantean objetivos globales para que ‘alguien’ -o sea ‘otros’- los lleven a la práctica.
Sin embargo, al plantearse objetivos realizables, de largo, mediano y corto plazo, los portadores del proyecto transformador no cuentan solamente con las capacidades y fuerzas que tienen hoy ellos mismos, pues en su propio proyecto está el objetivo de expandir las propias capacidades, y también de invitar, de convocar, de motivar las capacidades y energías de todas aquellas otras personas y organizaciones existentes, que puedan integrarse a la realización del proyecto transformador. Al proyecto, entonces, junto con integrarse siempre nuevas fuerzas, se integran también nuevos objetivos y fines, que llegan a ser compartidos por todos quienes potencialmente puedan involucrarse en su realización. El proyecto es, así, expansivo, multiplicador de las energías que requiere su realización.
De este modo, los fines son pensados en relación con las fuerzas de que se dispone potencialmente, y con las premisas y situaciones existentes, pero entendidas dinámicamente. La nueva política orientada a crear una nueva civilización, se basa en la realidad efectiva, pues la realidad sólo puede ser cambiada con la realidad; pero la realidad no es entendida como algo estático o en equilibrio estable, sino como un conjunto de sujetos y fuerzas humanas, individuales y sociales, que pueden plantearse objetivos y proyectos por realizar mediante la propia voluntad y actividad consciente. A partir de esa realidad existente, en la cual existen sujetos y fuerzas progresivas, capaces de compartir los objetivos a cuya realización son invitados, se va configurando un proyecto transformador que se va expandiendo, y la realidad va siendo transformada en la medida que se vayan cumpliendo los objetivos que configuran el proyecto.
Cabe preguntarse aún, más específicamente, ¿cuál es la realidad pertinente de considerar para fijarse los objetivos de transformación? ¿Y cómo procedemos a conocerla? ¿Y en base a qué aspectos o elementos de esa realidad podemos formular los objetivos de su transformación?
Estas preguntas son cruciales para diferenciar la nueva política de la política pragmática, que también ella afirma basarse en la realidad y mantenerse al nivel del realismo político. En efecto, el análisis de la realidad en que se basa la formulación del proyecto en la nueva política, se desarrolla a través de aquella nueva estructura del conocimiento a que nos referimos anteriormente, o sea en aquellas ciencias que definimos como ‘críticas’ y ‘comprensivas’, que conciben la realidad histórica como configurada por todos los sujetos que la construyen, y que ponen en ella toda su subjetividad y sus interacciones, incluida la ética y los valores con que guían su acción, los intereses y las pasiones que los mueven, y que configuran relaciones de fuerzas sociales que van determinando el curso de la historia.
Desde este punto de vista, lo que más interesa a los efectos de elaborar el proyecto, identificando fines y medios transformadores, es la comprensión de las nuevas racionalidades económicas, políticas y culturales emergentes, que sean posibles de ser potenciadas mediante la acción política de los sujetos que se plantean el proyecto de la nueva civilización.
El punto de partida será el reconocimiento de los sujetos activos existentes, y en particular de aquellos que actúan orientados en ciertas direcciones que sean potencialmente convergentes con el proyecto de una nueva civilización, y que puedan ser motivados y potenciados al proponerles fines y objetivos más amplios, coherentes e integrables en el gran proyecto. A medida que esos sujetos (personas, organizaciones, comunidades, redes, etc.) se desarrollan en función de sus objetivos particulares, y en la interacción con los sujetos que se plantean el proyecto más amplio de la nueva civilización, ellos irán ampliando el campo de su conciencia posible, orientándose progresivamente hacia la perspectiva de la nueva civilización, con lo que llegarán a pensar, a proponerse y a realizar objetivos más amplios y profundos.
El Ciudadano