“Un milímetro de diferencia en la teoría, se transforma en kilómetros de distancia en la política”. (Lenin)
El entramado del patriarcado en las relaciones capitalistas
Un error común es ver al patriarcado como un sistema autónomo de las relaciones capitalistas, como si fuera posible ver una estructura patriarcal y una estructura del capital separado y paralelo en el andamiaje social, solo con ciertos puntos de encuentros. Verlo de esa manera repercute directamente en la estrategia del proceso de liberación que pueda asumir un movimiento que reivindique el feminismo. Si el Patriarcado fuera un sistema autónomo, entonces sería posible enfrentarlo al margen de la lucha anticapitalista, y ver a hombres y mujeres como dos clases antagónicas, lo cual resulta totalmente absurdo. Esta lectura nos reduciría a situar la lucha solo en el campo de las reivindicaciones “liberales” que indistintamente llevan los movimientos feministas, independiente de su posición política, pero ¿si no fuera autónomo?, ¿si no fuera posible entender la opresión de la mujer sin la lógica del capital?, es más, ¿si en las relaciones capitalistas, en la necesidad de la rotación del capital y en toda la institucionalidad política, social, cultural, se necesitara de dicha subordinación y opresión para seguir generando capital y ganancias?
Lo que ha pasado con el Patriarcado en la era del capital, no es distinto a lo que ha ocurrido con los modos de producción anteriores al capitalismo y que persisten en este. Sabemos que en el actual modo de producción por ejemplo, no es posible hablar de clases o capas sociales (como el campesinado o los terratenientes del modo de producción feudalista) al margen del sello propio del capitalismo, incluso las relaciones de esclavitud existente en el siglo XIX son explicables por las necesidades del capital y su proceso de acumulación, en tanto el trabajo esclavo era un trabajo no remunerado, que en la práctica subsidiaba al capitalismo mundial y nada tenía de cercano al sistema de producción esclavista de milenios anteriores. Los resabios de los modos de producción anteriores, si persisten, lo hacen subordinados al marco de las relaciones de producción capitalistas, pues estas le dan la forma, contenidos y coherencia.
Los modos de producción previos con sus respectivas clases y capas sociales, más la forma específica del patrón de acumulación para obtener plusvalía en un momento histórico determinado, configuran lo que se ha llamado la Formación Económica Social, que se define desde lo económico como la manera específica en que el capital subordina y explota, y desde lo político como la forma particular en que se construye un bloque dominante, más todos los aspectos de la hegemonía cultural que estructura los intereses y contradicciones del modelo concreto. Como sabemos el modo de producción nunca se encuentra en forma pura en la realidad. Es una combinación de diversas relaciones sociales procedentes del pasado junto a fenómenos nuevos, pero las primeras entran en una situación de subordinación a los últimos.
En el contexto de la sociedad burguesa, el patriarcado adquiere una fisonomía cada vez más distinta, se subordina a los intereses del capital e incluso, se diluye de cierta manera en él, a tal punto que podríamos afirmar que la opresión de género es en realidad una característica del capitalismo moderno, que no necesita al patriarcado en su forma original, el que incluso en ocasiones podría transformase en un lastre para la rotación del capital.
La disolución de la familia patriarcal
El sistema patriarcal basado en la familia patriarcal, era un modelo que organizaba directamente la producción, sustentada en una división del trabajo según el sexo, donde el hombre cabeza de la familia era quien organizaba, decidía, controlaba y distribuía la producción, y su mujer, hijos y el resto de los miembros eran agentes productivos.
En las sociedades anteriores al capitalismo la estructura de la familia patriarcal establecía sin ninguna mediatización las relaciones de producción. En cambio en el capitalismo, las relaciones patriarcales no dan forma directamente a la producción, relegando a la familia sólo al ámbito particular.
Sistemáticamente en el capitalismo se va dando una drástica separación entre familia y lugar de producción, principalmente porque la primera deja de ser en centro de la relación producción-reproducción. Las sociedades en las que el capitalismo ha transformado el modelo de producción que lo precedió, se caracterizan también por una profunda y radical transformación de la familia.
De lo anterior no podemos concluir que las relaciones de opresión de género no existan, sino que hoy son totalmente explicables desde la lógica del sistema capitalista, que ha subsumido al sistema patriarcal.
Podemos afirmar, en cambio, que el capitalismo tiene un vínculo estructural con la desigualdad de género, pero circunstancialmente la utiliza en función de sus intereses, rechazándola tácticamente cuando obstaculiza sus fines de acumulación.
El trabajo doméstico y la rotación del capital
Las mujeres, en el marco del sistema capitalista, han sido doblemente engañadas. Su supuesta liberación, que debía transitar desde las tareas reproductivas en el seno del hogar hacia el campo laboral y el ámbito productivo, ha significado una genial herramienta para el capital, no solo para entrar al circuito de la explotación, sino para cumplir un rol económico, es decir, generar las condiciones para bajar el valor de la mano de obra de la clase trabajadora, en el modelo competitivo que instala el neoliberalismo, y que permite aumentar la cuota de ganancia del gran empresariado.
¿Cuál ha sido el papel histórico de la opresión capitalista de género?
El trabajo reproductivo, el cuidado de la casa, los niños, los enfermos, las tareas domésticas, entre otras situaciones, han cumplido un papel económico fundamental, ya que no era posible bajar el costo de la producción capitalista, sino a condición que el trabajo reproductivo fuera gratuito y recayera en las mujeres, para así impedir que esa labor y sus costos entrara al circuito productivo, disminuyendo el capital invertido y aumentando las lucrativas ganancias. Hay que aclarar que al capital finalmente no le interesa estratégicamente el sexo de quien cumpla esa labor reproductiva, lo que le interesa que sea una labor no pagada.
Nos debemos preguntar qué pasaría si los trabajadores y trabajadoras tuvieran que pagar adquiriendo los servicios relacionado con la reproducción en el mercado, tanto los domésticos, cuidado de enfermos, niños, y otros. Esos gastos deberían considerarse necesariamente en el sueldo de los asalariados, ya que entonces sería imposible tenerlos en cada jornada de trabajo en condiciones de ser explotados.
Por un lado tenemos trabajadores y trabajadoras que crean valor en el marco de la explotación de la producción capitalista y por otro, un ejército de mujeres que prácticamente subsidian esa plataforma productiva desde sus labores domésticas, que nos son remuneradas. De hecho, gran parte de la violencia ejercida tiene como objetivo que la mujer mantenga ese papel, dejando de ser una práctica exclusiva e individual del hombre para convertirse en una violencia social, expresada por una cultura impuesta que denigra al individuo, principalmente el papel de la mujer, que pasa a ser un factor económico, con una determinación de clase, al cual el hombre también está subordinado y que busca mantener el trabajo reproductivo como trabajo no pagado, beneficiando a la clase capitalista.
El patriarcado antecede al capitalismo, pero siempre ha tenido una función económica que, a mi juicio, es su función principal, pues sin ella se hace casi insostenible mantener el sistema capitalista. Todo esto se complementa con las otras funciones del patriarcado subsumido por el capital, pues sus funciones cambian de acuerdo a las necesidades del capital y su contexto histórico.
Todo este escenario se ha dado en el marco de la lucha de clases, en el que los explotados históricamente han ganado derechos y en ocasiones nivelado el trabajo ante el capital. En esta realidad el capital, sobre todo en el marco del neoliberalismo, no ha trepidado en sacar parte de su ejército reproductivo e inyectarlo a la esfera productiva. Introduciendo millones de mujeres al campo laboral, la feminización de la fuerza de trabajo acompañada con mayor precarización y flexibilización ha sido el tono de las últimas décadas del modelo neoliberal, desequilibrando de esta manera las conquistas ganadas, reduciendo los salarios y aumentando las ganancias de los explotadores y explotadoras, papel que ya en el siglo XIX y posteriores habían representado los niños introducidos al trabajo, que eran parte fundamental para mantener los bajos salarios. Todo esto encubierto en la lucha por la igualdad de hombres y mujeres, que el propio capital incentiva y que no apunta a la liberación, sino a una doble opresión.
Que los capitalistas se atrevan a sacar a las mujeres del ámbito reproductivo instalándolas en el productivo, no significa desconectarlas del primero, sino hacerlas responsables de ambos roles económicos. Con esto se convierte la labor reproductiva en subsidio de la producción capitalista y la labor productiva, en agente económico para bajar el valor de la mano de obra. Lo que resulta es que las mujeres no solo son oprimidas desde la cultura patriarcal, sino que, en el propio circuito de rotación del capital, son explotadas al cumplir una doble función. Con lo que se concluye, que es el capital el que explica la opresión de género.
En el actual momento histórico, explotación capitalista y patriarcado son dos caras de una misma moneda. Las fuerzas dominantes “naturalizaron” la labor reproductiva de las mujeres, pero cuando necesito a la mujer con un rol productivo, el capitalismo asumió un discurso de liberación de la mujer por la “igualdad antes los hombres”, pero en ambos casos la “naturalización” o la “liberación” responden a necesidades económicas de la rotación del capital.
La jornada de trabajo feminizado
En los modelos de producción anteriores al capitalismo, la labor productiva y reproductiva al interior de las familias patriarcales, no tenían una línea divisoria y no se percibía donde comenzaba una y terminaba la otra. Con la aparición del capitalismo ambas labores fueron separándose, adquiriendo identidades propias en espacios distintos, pero también la jornada de trabajo en el campo reproductivo estaba oculta, y permaneció así hasta que el neoliberalismo feminiza masivamente la producción.
Desde mi punto de vista, bajo el capitalismo neoliberal se observan dos fenómenos en la jornada laboral. Primero, aquellas personas que ingresan a la actividad productiva, siguen desarrollando la actividad doméstica, principalmente las mujeres. Segundo, esta última actividad muta como continuidad directa a la jornada “formal” de trabajo, es decir, se desarrolla una sola jornada laboral en el día, con un intervalo mínimo entre la que se ejecuta bajo el techo empresarial y la que se ejerce bajo el techo de la vivienda de la trabajadora. Pero es una misma jornada de trabajo, porque estamos hablando de una relación orgánica, cuyos componentes y resultados pueden alterar o modificar la ganancia específica del capitalista, pudiendo entender a esta jornada de trabajo como una prolongación que la sitúa en el marco de la plusvalía absoluta, es decir la prolongación del Trabajo Excedente* respecto al Trabajo Necesario**.
Marx en el Capital indica “La jornada de trabajo no representa una magnitud constante, sino variable. La jornada de trabajo es susceptible de determinación, pero no constituye de suyo un factor determinado. Pero aun así, el trabajo sólo puede oscilar dentro de ciertos límites, siendo indeterminable el mínimo. En cambio, la jornada de trabajo tropieza con un límite máximo que se encuentra doblemente determinado: por la limitación física de la fuerza del trabajo y por fronteras de carácter moral”***.
Al analizar la afirmación de Marx, concluyo que la inmensa feminización laboral solo apunta a hacer visible lo que antes estaba oculto, es decir, la unidad orgánica entre el ámbito productivo y reproductivo. La producción y la reproducción son diferentes momentos del circuito de generación del capital, y cada uno se transforma en el otro en una relación dialéctica para garantizar el plusvalor.
Desde el punto de vista táctico, los trabajadores y trabajadoras deben iniciar la lucha por un salario justo para las tareas domésticas, y terminar así con el subsidio que significa este para el ámbito productivo capitalista. De lograrse, no sólo será una estocada al sistema capitalista, sino que le dará el real contenido clasista y anticapitalista a la necesaria liberación de la mujer.
Pero en lo esencial y estratégico, toda la clase trabajadora en conjunto (hombres y mujeres) deben tomar el control del proceso de valorización del Capital, pues es la única manera de terminar con la explotación, el Capitalismo y los capitalistas.
Notas
*Trabajo Excedente cantidad de trabajo, medida por su duración, que excede el trabajo necesario para la producción de los bienes requeridos para mantener la existencia del trabajador.
**Trabajo Necesario trabajo que invierte el obrero de la producción material para crear el producto necesario.
*** El Capital Cap. VIII Marx
Bibliografía
El Capital tomo I Carlos Marx
“Reflexiones degeneradas: Patriarcado y capitalismo”: Cinzia Arruzza
“El trabajo doméstico” Dinah Rodríguez y Jennifer Cooper
Por Jorge Gálvez
Integrante del Frente Amplio