Medio día en Santiago de Chile y en la calle Inés Matte Urrejola, que alberga a los tres canales de televisión más grandes del país, hay recambio de rostros. Tras enormes anteojos oscuros y pantalones ajustados, animadores y opinólogos del espectáculo matinal esquivan sin éxito a los majaderos reporteros de farándula, quienes, cual carroñeros, día a día llegan hasta aquí para recoger los últimos detalles de la infidelidad de Jorge Valdivia, el sobre peso de Marlen Olivarí o cualquier otro cahuín en boga.
Como quien salta vallas en una carrera de obstáculos, las figuras televisivas se empeñan en avanzar hacia sus vehículos y huir así del acoso. Mientras tanto, a un costado de la vorágine, Felipe Avello, panelista del Sálvese Quien Pueda (SQP), ‘padre’ de los personajes más extravagantes de la TV –como Bryan Tulio y Carlos Picarte– y del piscinazo sin zunga del Rey Feo en el Festival de Viña, conversa como chancho en el barro acerca de las “atléticas” pantorrillas de Diana Bolocco y asegura relajado que no le hace a la comida afrodisíaca: Primero el coito, luego la alimentación, aclara.
FREAK PERO NO GIL
Al revés de todos sus colegas, a este periodista oriundo de Lota pareciera que le sobra el tiempo. No se ofusca al ser abordado por una decena de escolares a la salida de Chilevisión –canal que transmite su espacio-, es más, le divierte que le vengan a pedir saludos para alianzas “como si fuera alguien importante”. Avello es histriónico, hiperventilado, piensa más rápido de lo que habla y pareciera ser que su función en el SQP es incomodar al resto de los contertulios, protagonizando situaciones delirantes en horario matinal. Y es que al parecer no importa cuántas veces lo echen del SQP por pasado para la punta y exceso de confianza, siempre sale con algo más insolente aún.
Sentado en un salón del hotel W, el más lujoso de la capital, Avello exhibe los múltiples tatuajes de sus brazos y confiesa que la adicción por ellos es uno más de sus delirios. “Este lugar es terrible, sobre todo la gente que atiende, todo es muy sórdido, las niñas que atienden usan vestidos muy cortos y todo está ambientado como si fuera permanentemente de noche. Todo es muy sexual”. Se burla de la situación porque la encuentra ridícula, de la misma manera en que lo hace en televisión. “Yo improviso y voy haciendo lo que en el momento me parezca chistoso, como cuando Juan Andrés Salfate tenía una sección acá –en el SQP- y mientras hablaba de vida extraterrestre con mucha solemnidad, yo iba por detrás y le rozaba el costado de la cara con mis genitales. Como en la tele está muy presente el clasismo y el desprecio a lo flaite, es divertidísimo que lo muestren en pantalla”, recuerda.
HUMOR REVOLUCIONARIO
Siete años atrás, en entrevista con el diario La Cuarta, el periodista que oficia de opinólogo, se autodenominó mercenario por aprovecharse del gusto de la audiencia por lo absurdo y por lo bien que paga la televisión. Hoy, en el marco de la crisis político-institucional que vive el país, quiere ser revolucionario, pero desde su trinchera.
El periodista de 37 años, quien dio sus primeros pasos en el canal de la Universidad de Concepción (TVU), en el programa Realidades Cotidianas, se especializa en decir cosas que importan como si no importaran, y así sobrevive. Su humor es una especie de redención personal de toda una década de inmovilismo –los noventa-, época en la que él era estudiante.
“Mi generación le ha hecho mucho daño al país, con algunas honrosas excepciones de jóvenes con un grado de conciencia social tan alto que rayaron en lo criminal”. Según él, el individualismo de los ’90 se alimentó del arribismo cultural muy influenciado por la sección Zona de Contacto de El Mercurio: “Ahí se hablaba de Charles Bukowski, de películas de Kevin Smith (…) temas a los que ni yo, ni mi familia, ni mis compañeros, teníamos acceso. Todo lo veíamos ahí, pero era una visión elitista porque escribían Hernán Rodríguez Matte, Ernesto Ayala (…) los hijos de los mismos de siempre”.
Personajes como el Marcelo Chino Ríos o Roberto Arigoitía, más conocido como el Rumpy, íconos de dicha década en Chile, “fueron producto de ese individualismo y afán exitista. El Chacotero Sentimental, aunque escuchaba atados sexuales todo el día, nunca reparaba en que detrás había una problemática social de pobreza, marginalidad y hacinamiento. Ese análisis no se hacía”. “No hago humor político, pero trato de minar esos valores aspiracionales que hoy se ensalzan, recogiendo análisis estilo Raul Sohr y dándoles un toque humorístico”.
“Yo no me siento periodista, lo que yo hago es humor, pero no sé si en otra tribuna que no fuera esta podría mezclar temas que me interesan con cosas de mi vida real. La otra vez, a propósito de que mis compañeros de set me sacaron fotos mientras dormía borracho en el baño de la Francisca Merino y amenazaron con mostrarlas al aire, pude sacar a colación la muerte del dictador libio Moamar Gaddaffi y la enfermiza exposición de su cadáver. En mi mundillo, eso ya es un triunfo, ni estando en el Club de la Comedia lo podría lograr, porque ahí los chiquillos tienen un guión”.
Pero también recurre a ironías menos evidentes que, según él, ni sus jefes captan “y salen igual en cámara”, como la dinámica amor/dominación que se da entre él y el Abuelo, apodo con que Avello se refiere al comentarista de espectáculos y también panelista del programa Ítalo Passalacqua. “Es divertido porque emula la relación del cura Fernando Karadima con los niños: Esa doble sensación de odio y admiración que creo experimenta un sometido”.
Avello no es el típico irreverente que gusta de la literatura y basurea a la televisión, al contrario, la ama porque él puede figurar en ella. “A mí me parece mucho más divertido que un ex candidato presidencial como Francisco J. Errázuriz –el Fra Fra- todavía pueda tener esclavos que los enredos de la Kenita Larraín, por eso, trato de hacer humor con eso”.
“Subí un video a mi página web defendiendo, medio en broma, medio en serio, las prácticas emprendedoras del derechista. Medio en serio porque quería reírme del típico discurso de los Fantuzzi y de quienes tienen más plata en este país y burlándome del tipo de personajes que hoy pueden ser presidentes de la República”. Lo sensual de la ironía está en el límite difuso entre lo que es broma y lo que es absurdamente real, dice.
Por Paula Figari Rojas
El Ciudadano