Unos de los legados de la Segunda Guerra Mundial fue el modelo de la democracia protegida. Bajo esta solución se establecía como deber del Estado defender a la democracia de sus potenciales enemigos excluyéndolos de sus procesos. Para realizar este movimiento se emplean mecanismos relativamente indirectos como el diseño del sistema electoral o la existencia de instituciones deliberativas excluidas del control democrático. En Alemania se emplearon estas herramientas, luego del fin de la guerra, primero bajo el argumento de impedir la ascensión de grupos nazis al poder y luego con la intención de combatir el comunismo.
El modelo de democracia promovido por Konrad Adenauer y su partido la CDU (Unión Demócrata Cristiana) se basaba en una desconfianza total respecto a los alemanes. Adicionalmente, la desconfianza se conjugaba con una actitud cínica frente a las responsabilidades que cabían a quienes habían participado o apoyado el nacional socialismo, aún más, muchos de esos personajes fueron llamados a formar parte del gobierno e incluso llegaron a algunos de los más altos cargos públicos luego de las leyes de amnistía. Con el correr del tiempo las facultades de exclusión fueron empleadas para mantener a los grupos de oposición política a raya (incluso a la prensa como en el caso del hallanamiento a Der Spiegel en 1962) y asegurar las cuotas de poder de los partidos “oficiales”.
En estos mismos años Alemania vivió su llamado milagro económico, un crecimiento que puso la atención de los alemanes en la adquisición de electrodomésticos y estatus frente a sus pares más que en cualquier asunto político. Responsablemente iban a las urnas cuando correspondía votar, pero para la gran mayoría no parecía una necesidad buscar otras vías de participación política. Al alero del creciente bienestar económico y el silencio agotador de una sociedad conservadora empezaron a surgir movimientos sociales en varias escalas, en un principio al alero del principal partido de oposición, el Partido Social Demócrata (SPD). Pero al notar que la SPD siempre abandonaba a los grupos de bases haciendo a acuerdos con la CDU e incluso llegando a acuerdos de cohabitación en el gobierno, los grupos de protesta fueron haciendo su nicho más allá de los partidos con representación parlamentaria.
Muchos de estos movimientos extra-parlamentarios desembocaron en las acciones de la así llamada generación del ’68. Estos grupos se radicalizaron frente a la insistencia del gobierno por marginalizarlos y encasillarlos como extremistas o violentistas. Sus demandas en contra de las armas nucleares, a favor de una reforma del sistema educacional, o por un modelo de seguridad social más justo no tenían eco en los partidos políticos, por tanto no tenían lugar en una democracia con una concepción tan estrecha de la participación. Por muchos años en lugar de abrirse a la posibilidad de considerar el contenido de las demandas políticas de la generación de postguerra la respuesta fue la represión violenta de estos grupos y su criminalización; por parte de los movimientos la respuesta fue la resistencia, en algunos casos llegando hasta el punto del terrorismo.
En 1983 muchos de los movimientos que habían estado por décadas luchando por un espacio en el debate político alemán hicieron su entrada al parlamento de la mano de los representante electos por el Partido Verde. En 1980 se forma este partido con el objeto de buscar representación para quienes no tenían lugar en una democracia protegida y elitista como la que se había ido estructurando en Alemania. Entre los principios que iluminaban su accionar se encontraban democracia de bases, no violencia, justicia social y sustentabilidad ecológica. Desde su debut en el congreso los verdes han sido uno de los principales motores de la democratización en Alemania, abriendo los espacios de decisión y desafiando las convenciones en torno a los límites de la libertad en una sociedad democrática.
En Chile hemos visto un espiral de protestas por causas que no concitan ninguna clase de representación parlamentaria creíble. Este espiral se desata cuando se vuelve evidente que el modelo de democracia protegida ha sido agotado y ha dejado de ser democrático. La dictadura en Chile impuso un modelo político que limita la participación y adicionalmente altera, a través del sistema electoral, el peso de las preferencias, subsidiando a un grupo particular. Este modelo fue negociado y aceptado por la que luego sería la Concertación, bajo argumentos similares a los que ocupaba Adenauer en Alemania. En lugar de insistir en un modelo de democracia abierta se optó por una salida que con el correr de los años se ha mostrado mutuamente satisfactoria para quienes tomaron parte en las negociaciones de la transición.
Por décadas se ha guardado un incómodo silencio justificando todo en pos del supuesto bien mayor del desarrollo. Ha aumentado la renta del país y se han masificado los bienes de consumo, pero la provisión de los servicios básicos como salud o educación es abiertamente insuficiente y en algunos casos miserable. En una extraña mezcla de ternura y humor macabro todavía muchos esperan que las instituciones funcionen y desde el Gobierno se llama a confiar en estas. Lamentablemente esas instituciones sí están funcionando y lo hacen de un modo abiertamente injusto y anti democrático, tal como fue su misión de origen. Las pocas propuestas que hasta el momento han aparecido por parte de los políticos con oficina en el congreso son abiertamente conservadoras y vienen cargadas con los mismos mecanismos de exclusión que los del modelo vigente. Si la apuesta por un cambio sigue en pie, está más que claro que no se materializará desde dentro del sistema político.
Esa es la encrucijada hoy para los distintos movimientos sociales que han ido ganando espacio durante los últimos meses. Bajo las condiciones ofrecidas sólo ganarán palos y escupos de parte de un gobierno conformado por políticos y empresarios que perderían bastante de lo que tienen asegurado por ley en caso de ceder frente a las demandas ciudadanas. La meta para estos movimientos extraparlamentarios no se encuentra en ganar una negociación, en unos puntos más o menos de tasa de interés o en unos pesos más o menos de impuesto de combustibles. La búsqueda debe ser por ganar puestos de representación con una agenda de cambios políticos claros, las demandas de cada territorio son importantes, pero hay una causa que está por encima de ellas a la hora de asegurar que mendigar al poder central deje de ser una herramienta institucional.
Por fuera de los mecanismos de la democracia sólo replicaríamos los errores de quienes negociaron la transición o incluso de quienes criminalmente hicieron el golpe de Estado. Ni la revolución ni la conspiración darán luz a un futuro libre y democrático. Claramente el desafío es enorme y como ya muchos líderes lo han señalado puede tomar varios años, pero la oportunidad es grande. El ejemplo de la Alemania de posguerra y el ascenso los Verdes alemanes puede ser de gran utilidad para inspirar los movimientos por venir y al mismo tiempo tomar precauciones frente a los tremendos riesgos del poder. Por ahora la responsabilidad colectiva está en fortalecer este movimiento ciudadano, que no vaya ni a la derecha ni a la izquierda, sino que hacia delante.
Leonardo Valenzuela
Candidato a Doctor en Geografía, Universidad de Sidney
Tomado de VerDeseo
Texto de autoría externa. Recibido y reproducido por