Sería erróneo desconocer que las coaliciones políticas pasan hoy por uno de sus peores momentos dentro de la percepción ciudadana. Recientemente la encuesta Adimark (Febrero) sigue reflejando el alto rechazo que tanto la Alianza como la Concertación obtienen dentro de la ciudadanía. Sin ir más lejos, la primera muestra un 58% versus el 70% que presenta la segunda. Tanto así, que han proliferado una gran cantidad de precandidatos presidenciales que han remarcado sus diferencias con la histórica coalición.
Sin embargo, la Concertación ha dejado de representar una opción política coherente y derivó en una coalición agotada, sin planteamientos claros y sin objetivos definidos. Tal vez hayan algunos incrédulos que aún sostienen que la Concertación es opción de gobierno, pero me atrevería a decir que tal grupo político no posee ideas sustentables en el tiempo como para que eso ocurra prontamente. La Concertación está encapsulada y atrofiada en su mirada de país y difícilmente logre convencer a un electorado que ya dejó de creer en el Chile que presentó. Lo anterior se justifica porque la Concertación presentó inconsecuencias y bastantes incoherencias en su actuar, pasando de un discurso de izquierda, a otro claramente de adoración al sistema neoliberal. Si a eso le agregamos una sana convivencia con la derecha, el panorama tiende a ser sombrío y lleno de incertidumbres. Por ejemplo, ¿Es políticamente correcto que históricos personajes de esa coalición hayan viajado a China pagados por Aguas Andinas y eso fuera casi un dato anecdótico? No serán los primeros ni los últimos, pero claramente la Concertación posee más identidad con las políticas pro mercado, que un reconocimiento y legitimidad dentro de las capas medias o en los sectores populares.
Ese evidente desapego que desarrolló la Concertación hacia el mundo popular terminó por cortar definitivamente con ese necesario vínculo que permite conectarse con la realidad social que vive este Chile morocho y desgastado socialmente. Sus representantes lo consideraron innecesario, aburrido y una pérdida de tiempo, quedando de manifiesto que la reconstrucción del tejido social no es una prioridad. El abandono en que quedó nuestra gente es tan profundo, que el daño hecho a las esperanzas y sueños de un pueblo falto de cariño y fraternidad es realmente desmoralizante. Sin embargo, desde los movimientos ciudadanos se han ido dando señales para revertir este panorama, apareciendo liderazgos que luchan por un Chile distinto y mejor. Así fue con el conflicto estudiantil, Aysén o en su momento Punta Arenas, hitos políticos que marcaron un antes y un después en la forma de comprender la política. No serán los últimos, pero esos episodios dan cuenta de la situación política en que vive gran parte del país: la insensibilidad social de las autoridades. Hoy los bacheletistas abogan para que la ex presidenta tome la decisión de postularse y con ello ingresar nuevamente a la casa de gobierno y recuperar el control del Estado, pero ¿para qué? Si la excusa principal es derrotar a la derecha, este es un argumento más bien pobre como para transformarlo en un slogan de campaña. Pero peor aún, eso da cuenta del real interés de la Concertación: servirse del Estado y no servir al Estado. No basta con la imagen de Bachelet, pues ocurrirá lo que todos temen, y es que aquellos que se burlaron del país, ocupen ministerios para jugar a cambiar Chile. Lamentablemente para ellos, ya no estamos para eso.
Por Máximo Quitral
Historiador y politólogo, investigador del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat, y académico del diplomado en Cine y Cultura latinoamericana de la Universidad de Chile.