por Luis Casado
Hace unos años cometí un libro –“No hay vacantes”– cuyo tema central es el análisis de las teorías que el neoliberalismo elaboró para explicar una lacra de todos conocida: el desempleo.
Resumido en un par de líneas, el libro muestra que, a) para el neoliberalismo el desempleo no existe; b) el desempleo, en cualquier caso, es culpa del currante, del ocioso, del tipo que –tesis cardinal del neoliberalismo– no tiene otro horizonte en su vida que el de rascarse los huevos.
El ocio del currante la teoría económica lo denomina “utilidad”. Como queda dicho, la “utilidad” más apreciada por el currante consiste en el ejercicio recurrente de friccionarse el escroto. Para arrancarlo –a duras penas– del morbo que en lingua franca pudiésemos llamar Gaudium ipsius scroti (la alegría del escroto), el esforzado empresario le ofrece un salario.
De ese modo, arbitrando entre su “utilidad” preferida y lo que pudiese procurarse con el salario, el ocioso se resigna a cambiar algunas horas de su pasatiempo favorito por el generoso estipendio que recibe a cambio de algunas horas de cómoda y edificante labor. Muy a pesar suyo, el empresario hace la felicidad del currante.
¿Cuanto paga el empresario por cada hora de labor? La teoría dice que mientras el asalariado produzca un pichintún más de lo que recibe como salario, darle trabajo es negocio para el patrón que, en remuneración de sus desvelos, se queda con el modesto pichintún. Por ahí la teoría introduce el chamullo de la degresividad de la productividad del currante, productividad que disminuye a medida que el número de contratados aumenta.
La degresividad permite –a su vez– introducir la noción de productividad marginal, pero mejor lo olvidas visto que, como te cuento, es un chamullo cuyo único propósito es el de explicar porqué, si cada currante aporta un pichintún, no los contratan a todos para hacerse ricos al día siguiente.
Lo importante es que mientras más pague el patrón, perdón, el empresario, menos le queda como pichintún y, en una de esas hasta sale perdiendo (no te rías, teóricamente la posibilidad existe, aunque la remota probabilidad es aun más teórica…).
Por contra, mientras menos salario obtenga el currante, más pichintún queda para el patrón. David Ricardo, que de estas cosas entendía un puñado, escribió en su conocido libro The Principles of Political Economy and Taxation (1817):
“No puede haber un aumento del valor del trabajo sin una caída del lucro (…) La proporción que puede ser pagada como salario es muy importante para la cuestión del lucro; porque debe notarse que los beneficios serán altos o bajos en exacta proporción a que los salarios sean bajos o altos.”
Se ve que David Ricardo no le tenía ninguna fe a la estafa que hoy en día presentan bajo el muy atractivo y glamoroso nombre de win-win, o güin-güin si prefieres la parlancia criolla.
Cuando el currante no quiere trabajar por el generoso salario que le ofrece el patrón, se encuentra “en situación de no actividad”, fórmula extraída de la neolengua (newspeak: Orwell) en boga en Chile.
Su inactividad no es desempleo, visto que obcecado y enceguecido en el disfrute del Gaudium ipsius scroti, el currante prefiere tirárselas o, en estricto rigor, masajeárselas. De ahí que, según la teoría, el desempleo no existe.
Una consecuencia de lo que te cuento tiene que ver con algo que de seguro no ha escapado a tu incomparable sagacidad: los patrones están tanto más dispuestos a ofrecer trabajo cuanto que los salarios son bajos.
Un ocioso que pide aumento no hace sino conspirar contra el bienestar de sus congéneres, y contra el progreso, el crecimiento, el bien del país, el santo advenimiento y la virginidad de María.
La teoría que te cuento explica con manzanas que el desempleo (que no existe) se debe a que los salarios están demasiado altos. Mientras más altos los salarios, más alta es la tasa de desempleo, o lo que es lo mismo, más alto el número de ociosos que pasan el día practicando el scrotum twisting. Al respecto puedes consultar cualquier Informe del FMI, célebre por su objetividad.
Por el contrario, con salarios bajitos, bajitos, o mejor aun, con un puñado de arroz como retribución, todos los ociosos estarían laburando para gozo y alegría de la Humanidad y el sistema solar, y por vía de consecuencia del espacio estelar y el Universo todo.
Llegados a este punto, para admirar la solidez del zócalo en que reposan todas estas boludeces, te ruego mirar con atención el cuadro que sigue. Se trata del costo horario –en euros– de la mano de obra en el sector privado, en empresas de más de 10 asalariados, para el año 2017, en los países que se indican:
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Si la teoría neoliberal está en lo cierto, la tasa de desempleo debiese ser ridícula en Bulgaria, bajita en España, muy alta en Alemania y en Francia, y en Dinamarca para qué te cuento.
No obstante, –tercer misterio doloroso: la coronación de espinas–, la realidad no cuadra con la teoría:
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El descuadre no es nuevo. Hace algunos años, George Stigler, premio Nobel de economía 1982, al constatar en carne propia que sus pinches teorías no coincidían con el mundo real, nos ofreció una frase para el bronce:
“No es la ciencia económica la que se equivoca, sino la realidad”(sic).
Jodida realidad.
Realidad que muestra que Chile tiene una tasa de desempleo mayor que la de Dinamarca, aun cuando el salario horario en el jaguar sudamericano es inferior a 2,50 euros, mientras que en el país europeo es de 43,6 euros, o sea casi 20 veces superior.
Tratándose de países miembros de la Unión Europea, España tiene tres veces el desempleo de Dinamarca (17% contra 5,7%), aun cuando el pijotero salario horario en la península es menos de la mitad del salario danés. El mundo al revés. En fin, la pijotera teoría.
Como quiera que sea, estas incongruencias tienen una explicación. O más de una. Depende del economista. Entre ellos hay una verdadera “libre competencia” de quien es el más divertido. Tienen cuatro preguntas para cada respuesta. Es lo que garantiza que el drama del desempleo sea una verdadera gozada.
La gozada del desempleo.